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1169 17 Octubre 2012

 

FRONTERA CRÓNICA
G
J. R. M. Ávila

Monterrey.- G (no el punto, sino un compañero de trabajo), llega antes de las ocho de la mañana y nos platica con euforia lo que le ha sucedido apenas quince minutos atrás.

Por el preámbulo que hace, cualquiera que lo escuche pensará que se trata de algo chusco.

N'hombre, cabrón, empieza diciendo G, ahorita que venía por Fidel Velázquez, me topé a un cuate manejando adelante de mí con una pachorra, que me desesperó de veras. Éste no tiene para cuando, pensé. Y que le pito y nada. Y que le aviento las luces altas y nada. Al contrario, más le baja a la velocidad.

Y no tuve más que apechugar, asegura G, porque por los otros carriles había un trafical de todos los demonios. Y ni modo, también yo le tuve que bajar. Pero en una chancita que tengo, que me meto al carril izquierdo y que empiezo a rebasar.

Poco antes de que me empareje con el pachorrudo, dice G sonriente, veo que saca la pistola. Con el volante así, agarrado con la mano izquierda y la pistola aquí, en la derecha. Y voltea a verme, pero yo no volteo sino que lo veo de reojo, y noto el movimiento que hace de amenazarme con la pistola.

Entonces intento adelantarlo y él acelera. ¡En la madre!, exclama G, este cuate, o se está molestando porque lo quiero pasar o me está confundiendo con otro. ¿Qué hago? Pues primero no te acerques tanto, cabrón. Y me repliego y él deja de acelerar.

Así nos vamos, hace una pequeña pausa G. Yo le doy y él le da. Yo le bajo y él le baja.

Afortunadamente, medio se detiene la marcha en mi carril y en el suyo, y el tráfico se vuelve lento, y el cuate se adelanta y yo me quedo atrás.

Ya estamos arriba del puente largo, abre G grandes los ojos, y cuando lo vamos pasando, vuelvo a ver de reojo y el cuate todavía trae la pistola en la mano. ¿Qué hago? ¿Cómo me le pierdo si ya voy a llegar a mi destino?

De buenas que él se hace al lado derecho, dice un G aliviado, toma el carril derecho, el de baja velocidad, y yo que ya estoy rodeado por los demás carros, que a propósito dejé que me rodearan, le bajo. No, ni madre, qué me le voy a acercar.

Y de repente, como si hubiera sucedido un milagro, dice G creyente repentino, apenas bajando el puente, que toma la lateral y que agarra Rodrigo Gómez y que empiezo a respirar hondo y a tranquilizarme. Y entiéndanme que hace mucho no me sentía tan bien.

Si no lo conociéramos, pensaríamos que G inventa, sobre todo porque habla como si se tratara de algo digno de risa y no de algo que le hubiera provocado el susto grande que todos suponemos. Radiante, se encamina a su escritorio, como si le hubieran dado una segunda oportunidad, voltea hacia nosotros y dice sonriente: Por hoy, se salvó la Patria, cabrón. Y se sienta a trabajar.

 

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