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1169 17 Octubre 2012

 

CRÓNICAS PERDIDAS
Vacas gordas en pueblo flaco
Gerson Gómez

Monterrey.- Estar con Nena Coco, es ir de compras sin lista; rectifico espontáneamente: es la canasta básica de los despreocupados.

Hacemos el súper en la cooperativa. Ella paga. Es una solución temporal a la falta de recursos.

Aquel terrible galerón caliente, de techo de lámina y piso de concreto en bruto. Por lo menos no es de tierra.

La ayudo a llevar la red con los víveres hasta el colectivo. Exhibirse en público. Es discurso liberador y rebelde. Pero sin ir a misa. Soy agua corriente, en distrito de riego.

En la geografía donde coincidimos, nada de tiendas grandes extranjeras. Sólo en las conversaciones de los hijos ausentes. Al regreso en la temporada invernal, para recorrer las calles donde vinieron a la vida.

Ingresan en sus camionetas todo terreno. La música tronante, los estéreos, los duendes, en donde quiera aparecen. Las mujeres y los hijos, uñas y celulares decorados con bling bling. Camisetas con calaveras y chaquiras. Hasta dónde ha llegado el afán de la diversidad. A convertir a los chicanos en homos.

Eso es muy grave, pero no se han dado cuenta. Trabajan el jornal de 16 horas. Total, ellos son los ridículos.

El hombre se domestica al separar las fechas, los días exclusivos para frutas y verduras, o para carnes y enseres diversos. Acercar el carrito o la canasta. Comenzar en el área de leguminosas.

La boca de Nena Coco, el cuerpo entero, duro y suavizado, la piel, transpira a frijol de la olla. Caldudos y con epazote. A eso sabe cuando nos encontramos.

Quiere presentarme a sus padres. Ir hasta su casa. En el barrio a espaldas del ingenio azucarero. Huele a caño todo el rumbo. Y en temporada de lluvias se desbordan los afluentes.

Pero oye, le digo, apenas nos estamos conociendo. Además, vivo en casa de mi chica. Se enoja. Exponer razones cuando nos saltamos las trancas, al primer apachurro convencional.

Por sugerencia de ella, logré la cita con el ingeniero Eulalio. Me recibió mientras se curaba la cruda. ¿A sus órdenes?

Lo fui engatusando puntualmente. Con cada uno de los argumentos expuestos, sobre el carácter expansivo y cosmopolita, en el pasador turístico, entre la capital del estado y el mar, en donde temporal radico.

Debemos aprovechar, le digo, extraerles hasta el último dólar a los hijos ausentes. Entonces le propongo, con mis contactos y el conocimiento teórico científico, sobre la materia de las comunicaciones.

Ellos buscan, al irse, un motivo permanente para regresar. Entonces utilicemos las ondas hertzianas. El poder de la persuasión. La dinastía de los medios de comunicación, donde usted, amigo Eulalio, ingeniero, lleva las de ganar.

Ofrezcamos apadrinar las calles en construcción. Colocarles sus nombres. Imagínese. La locura al llegar el invierno. El corte de listón. La Banda Shilera presentándose. Los niños corriendo al derredor. El señor alcalde generando obra publica. Bienestar para las familias.

Me escuchaba con atención. Nena Coco, desde su escritorio sigue la conversación. Le guiño el ojo. Ella pasa la lengua por encima de sus dientes.

Vamos a hacer negocios, me dice el ingeniero Eulalio.

Por lo pronto, le asignaré el noticiero de las siete de la mañana y las siete de la noche, me dice. Así la gente le irá conociendo. Se familiarizará con su apellido y nombre.

Luego, tal vez en un mes, les iremos soltando la indirecta. Hacer correr el tren del rumor. De la inmortalidad en el terruño.

Nos vamos a hacer ricos. Muy ricos.

Sin desaparecer con la idea, reflexiono. El inge Eulalio se tragó completo el anzuelo. Y me la comienzo a creer.

Vienen las vacas gordas en el pueblo flaco.

 

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