ANÁLISIS A FONDO
Hambre cero
Francisco Gómez Maza

Por fin se dan cuenta de millones de hambrientos
Veremos y diremos el 30 de noviembre de 2018

Ciudad de México.- Tuvieron que pasar 19 años para que un presidente se diera cuenta de que en México subsisten millones de hambrientos.

Aquella madrugada del primero de enero de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional le declaró la guerra al Ejército Mexicano con once exigencias: trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz. Nada de ello se ha cumplido.

Como si fuese ayer, al escribidor le resuena la voz del comandante “Jelipe” del EZLN leyendo, desde el balcón central del palacio municipal de San Cristóbal, la Declaración de la Selva, con la que el grupo guerrillero le declaraba la guerra al Ejército Mexicano:

Somos producto de 500 años de luchas: primero contra la esclavitud, en la guerra de Independencia contra España, encabezada por los insurgentes; después, por evitar ser absorbidos por el expansionismo norteamericano; luego, por promulgar nuestra constitución y expulsar al imperio francés de nuestro suelo; después, la dictadura porfirista nos negó la aplicación justa de leyes de reforma y el pueblo se rebeló formando sus propios líderes; surgieron Villa y Zapata, hombres pobres como nosotros, a los que se nos ha negado la preparación más elemental para así poder utilizarnos como carne de cañón y saquear las riquezas de nuestra patria, sin importarles que estemos muriendo de hambre y enfermedades curables; sin inmortales que no tengamos nada, absolutamente nada, ni un techo digno, ni tierra, ni trabajo, ni salud, ni alimentación, ni educación; sin tener derecho a elegir libre y democráticamente a nuestras autoridades; sin independencia de los extranjeros; sin paz ni justicia para nosotros y nuestros hijos.

Ni el presidente Ernesto Zedillo –quien no sólo no se dio cuenta del hambre, sino que desconoció lo que había firmado en San Andrés a favor de los pueblos y comunidades indias–, ni mucho menos, por supuesto, los presidentes panistas, Vicente Fox y Felipe Calderón, se dieron cuenta de que había millones de hambrientos en un país de profundos contrastes.

Tuvo que retornar el PRI de Enrique Peña Nieto para descubrir que hay hambre y hasta hambrunas, en este país donde un solo multimillonario –Carlos Slim Helú– podría resolverle cuatro veces la vida a los poco más de 15 millones de mexicanos que viven en la pobreza extrema.

Pero el presidente Peña Nieto, ni yendo a bailar a Chalma, va a resolver un problema de hambre estructural y sistémica, si no se decide a acciones más profundas –cambio radical de las relaciones de producción–. Con un Sistema Nacional contra el Hambre (Sinhambre) no llegará a ningún lado, por muchos millones de pesos que le inyecte, y por muy inclusivo que fuere, si no se decide a que todos los mexicanos tengan las mismas oportunidades y tengan con qué acceder a ellas.

De lo contrario, el Sinhambre será sólo una aproximación al frustrado programa Solidaridad de Carlos Salinas de Gortari, que sirvió para maldita sea la cosa.

Aceptando que la Cruzada Nacional contra el Hambre –puesta en marcha ayer en Las Margaritas, municipio emblemático de los indios alzados desde 1994– no sea asistencialista, sino de inclusión y bienestar social, y que impulse los cambios estructurales en la economía de los hambrientos, al presidente le haría falta un largo camino por recorrer para que hiciera realidad las demandas de los pueblos originarios y de los otros millones de hambrientos mexicanos: trabajo, tierra, techo, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz.

Veremos y diremos: “cero hambre, eliminación de la desnutrición aguda, aumento de la producción de alimentos e ingresos de los campesinos, reducción de pérdida de alimentos, impulso a la participación comunitaria para la erradicación del hambre”. Nos veremos el 30 de noviembre de 2018, si es que aún estamos vivos.

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