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1253 13 Febrero 2013

 

Hospital Monterrey
Eligio Coronado

Monterrey.- Como afirma en el prólogo Víctor Olguín Loza: “Es difícil encontrar (…) en el noreste mexicano, otro autor que aborde los temas asociados con el mundo de los hospitales” (p. 7), y es que Jair García-Guerrero (Monterrey, N.L., 1981) cumple con la doble modalidad de médico y escritor.

Hospital Monterrey agrupa dieciocho narraciones donde médicos, enfermeras y pacientes escenifican la batalla diaria “contra los ángeles de la muerte” (p. 30) sin olvidar sus problemas personales, sentimentales, familiares y hasta deportivos.

Las atmósferas se tornan fantásticas, policíacas, psicodélicas y terroríficas en las cuales hallamos vendas interminables, estetoscopios multiusos, crímenes sin resolver, exorcismos que sí funcionan, vida después de la muerte, murciélagos que hablan y aconsejan, trasplantes de cabezas que conservan sus funciones y médicos con visión de rayos X, entre otros.

Naturalmente, estas historias exigen el apoyo de un lenguaje especializado y Jair lo emplea adecuadamente, sin abrumar al lector: “soy traumatólogo, y como buen huesero debo entablillar, aplicar férulas, vendajes y yesos en las lesiones de mis pacientes” (p. 15), “Su tinte ictérico era cada vez más intenso. Aún no daban las ocho de la mañana cuando se diagnosticó una pancreatitis fulminante” (p. 121), “En los huesos de sus dedos (…) observé una argolla blanca y contemplé el abrazo aéreo del metal sobre el hueso. Era como si un fantasma circunvalara una falange (…). Parecía un dedo santo con su aureola” (p. 38).

Sobresalen los cuentos “El K”, “Novacaína” y “El doctor Damián” por su tratamiento exhaustivo y uniforme. En “El K” (K, símbolo del potasio), un médico se va frustrando paulatinamente de ejercer su oficio y comienza a odiar a los pacientes. Eso lo lleva al crimen. La narración concluye terroríficamente cuando el cadáver de una enfermera victimada por él se levanta: “La muerta abrió los ojos. ¡Ah, qué imagen tan siniestra! El demonio mismo se nos apareció (…). ¡Cierro los ojos y parece que aún la veo sentarse, bajar las piernas, ponerse de pie, levantar sus manos!” (p. 113).

Y en “Novacaína” (un anestésico local), una mujer que ha perdido una pierna naufraga entre alucinaciones psicodélicas: “el aire tenía un sonido dulce, de caramelo. La noche entraba por la ventana como humo negro y desde su follaje crecían manzanas rojas” (p. 117).

Finalmente, “El doctor Damián” es el mejor cuento y el más ambicioso: un médico es llamado por su ex novia para que vea a su padre, internado en el Hospital Monterrey, que ha sido envenenado por su difunta esposa. El doctor Damián logra salvarlo y en el reporte no menciona el intento de asesinato, sólo indica: “intoxicación alimentaria” (p. 35).

La atmósfera de este cuento es irreal, fantasmagórica y atemorizante, pues la difunta esposa está presente, además de “gente malintencionada. Personas largas y oscuras que murmuraban” (p. 31), las cuales eran entes “pálidos, escuálidos, monstruosos” (p. 33) y una anciana que podría ser la muerte. A esto se agrega que “En el humo que flotaba sobre el suelo encontré manos, brazos, gritos” (p. 34) y “Garras (que) intentaban arañar mi bata” (ídem), sin contar que, al inyectar al padre de su ex, éste vomita “una serpiente líquida y verdosa que convulsionaba en el suelo” (ibídem).

Da la impresión de que el personaje hubiera sido atraído a una trampa, pero logra escapar: “Paula –le dije sin mirarla a los ojos–, lo nuestro se terminó hace muchos años. Si tu padre se ha recuperado, y ahora es feliz, también tú debes volar” (p. 35).

Jair García-Guerrero. Hospital Monterrey. Monterrey, N.L.: Edit. UANL, 2012. 127 pp. (Colec. Tarde o Temprano).

 

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