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1259 21 Febrero 2013

 

EL CRISTALAZO
La incontenible frivolidad
Rafael Cardona

Ciudad de México.- Dos imágenes han sacudido las páginas de los diarios y por consecuencia las pequeñas pantallas de las redes sociales, lo cual es ya en sí mismo una frivolidad. Pero en fin.

Una de ellas es la impresionante fotografía de perfil (como le gritaban a María Victoria, “de ladito, de ladito”) de la diputada chihuahuense Crystal (con “y”) Tovar (directamente de…) quien gusta lucir sus atributos físicos (de los otros no se tienen evidencias aún) con minifaldas de apabullante brevedad, gracias a las cuales permite recordar los versos de Efraín Huerta dedicados al “espléndido metal de tus muslos”; y, la otra, el grupo femenil de policías del gobierno de Aguascalientes. 

En el primer caso nada sorprende en las preferencias indumentarias de la diputada Crystal, tan transparente ella. Lo llamativo es en todo caso la incongruencia entre la ropa y la escena. Si el recinto legislativo es un espacio constitucionalmente protegido, donde supuestamente se deben guardar formalidades, la ropa debería ser formal y seria. Digo, debería. 

Obviamente en el siglo de las libertades este asunto de la formalidad pertenece al mundo de lo políticamente incorrecto. Diputados en mangas de camisa, máscara de chancho u orejas de burro; legisladoras con minifalda o piñatas de Pinocho. Lo mismo da en el mundo de la extrema liberalización de todo, por todo y para nada. 

Los defensores dicen: estamos en el siglo XXI, lo cuál es cierto para todo el planeta, y eso no les obstaculiza a los miembros del parlamento inglés a seguir con sus pelucas, a los curas con vestidos talares, ni a los ministros de la Suprema Corte de Justicia a vestirse de toga, ni al rector de la UNAM a usar birrete y venera, por citar sólo algunos ejemplos. 

Pero lo más sorprendente de todo esto es la pobreza en la argumentación de la ya mencionada diputada chihuahuense: yo me visto así, yo así soy. Pues bendita sea, pero podría vestirse (o todo lo contrario) a su entero gusto cuando no ostentara una representación ajena en la sede de uno de los poderes nacionales. Nada grave hay en su aspecto, excepto si le causa un infarto a provecto compañero de curul. 

Pero un(a) diputado(a) en la Cámara (no en la recámara, donde puede andar en pijama) no es nadie por sí mismo. Lo es en función de los electores a quienes representa, por eso debe guardar formalidades neutras, si se les quisiera decir así. 

Cuando una mujer llama la atención por lo corto o lo escaso de su pollera, nos priva de la oportunidad de sorprendernos con sus otros atributos. Y si esos son los únicos posibles o visibles, pues entonces ella es quien se comporta con la misoginia de exhibirse como un “objeto” anhelado, tal critican algunas feministas. 

Hay ropa de trabajo, ropa de calle, ropa forma e informal; uniformes civiles y militares; indumentaria de etiqueta y hasta trajes de luces para los toreros, lentejuelas para el circo y enormes zapatones para los payasos; ropones y mortajas. Hay de todo, hasta máscaras de luchadora para mi amiga “La reata”. 

Por cierto, yo nunca he visto a un profesional de los toros (o de “toritos”, como el “Niño Verde”) acudir a un velorio vestido “de foquitos”.

Pero esa actitud y esa respuesta nos dan la oportunidad de probar la vigencia de una nueva dominación cultural: la frivolidad lúdica, la impunidad del “valemadrismo”, la simplona rebeldía del rechazo a ciertas normas, la transgresión insignificante disfrazada de “buena puntada”. 

Es parte esencial de la cultura de la intrascendencia, del espectáculo, tan en boga –sin consecuencias más allá de la levedad–, en todo el mundo.

Otro ejemplo, quizá éste si de importancia, es la ya dicha escuadrilla de las bonitas en Aguascalientes. “El diario de Juárez” (algo saben de violencia y policía en ese lugar) dice en su edición de ayer: “son policías y marchan perfectamente, con tacones de aguja”.

El “dream team” se denomina oficialmente, “Grupo de Proximidad Social de la Secretaría de Seguridad Pública” y su jefe es el general Rolando Hidalgo Eddy (¿Eddie, Eddie, como cantaba Angélica María?) y, de acuerdo con la propaganda, todas sus integrantes han sido capacitadas en defensa personal, manejo de armas (aunque no las portan), labores de rescate, rapeles y quién sabe cuántas monerías más. 

Este columnista les desea buena suerte, pero no halla en sus “leggins” negros de ajustada estética, ni en sus botas hasta la rodilla, ni en sus mascadas negras, sus cabelleras al viento y sus lentes de piloto, nada suficiente para someter a cuatro o cinco sicarios –de a de veras, no de escenografía–, con sendos “cuernos de chivo”. Eso, si vamos a hablar en serio.

“A la gente le gusta –dice una de ellas–; somos una policía distinta, nueva, estamos capacitadas. Somos como cualquiera otra dependencia (¡Ah!, entonces si son como las otras, de dónde sacan la diferencia y, si son diferentes, pues ya no son como las otras o qué pex.)

Pero esas muchachas, quienes se niegan a ser descritas como “edecanes” (ni importa si lo parecen) se hicieron famosas por una fotografía de la semana pasada en la cual aparecieron en torno del Presidente Enrique Peña Nieto. Hubiera cantado Frank Sinatra, from here to eternity

Pura frivolidad, pura pantalla, puro rollo.

 

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