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1263 27 Febrero 2013

 

FRONTERA CRÓNICA
Castigo escolar
J. R. M. Ávila

Monterrey.- En una escuela secundaria se lleva a cabo la asamblea de febrero. Se conmemoran, entre otros hechos: la firma del tratado Guadalupe-Hidalgo; los natalicios de Nezahualcóyotl, Darwin, Zaragoza, Vasconcelos, Edison, Obregón, Carrillo Puerto, Gómez Farías, Micrós y Verne; los fallecimientos de Madero, Pino Suárez, Altamirano, Pellicer y Riva Palacio; los días del ejército y de la bandera; la proclamación del Plan de Iguala y la promulgación de la Constitución Mexicana.

A esto, agréguele un sol que quema y promueve el sudor a las diez de la mañana, un ventarrón que arremete contra personas que deben permanecer formadas, en posición de firmes, escuchando y viendo atentamente hacia la plaza cívica de la secundaria.

Si usted conserva la respiración al leer el primer párrafo y tiene además la capacidad de escuchar con atención lectura tras lectura en una maratónica asamblea, en estas condiciones, merece una canonización, aunque sea laica.

Es obvio que parte del alumnado empieza a inquietarse. Se resguarda del viento y del sol como puede, comienza a distraerse pensando en otras cosas, intenta aliviar un poco las cansadas plantas de los pies. Tres alumnos platican sobre la diversión del fin de semana, sonríen mientras lo que se lee al frente es trágico o digno de seriedad.

A uno de los profesores no le parece correcto ninguno de estos comportamientos, de manera que se acerca a los tres alumnos y los previene: o ponen atención o habrá castigo. Ellos, tratando de dominar la risa, callan y vuelven a la posición de firmes. El profesor, que lleva rato sin atender a la asamblea pero sabe disimular, se aleja satisfecho de ejercitar su poder.

Pero apenas ha dado unos pasos, los tres alumnos sueltan la carcajada. Error renovado. El profesor regresa, los saca de la fila y los pone al frente, para que sirvan como ejemplo de lo que les sucederá a quienes tengan el mismo comportamiento.

Después de que termina la asamblea, los grupos se disgregan y van a resguardarse del sol, del viento y del hambre. Los tres castigados pretenden hacer lo mismo pero el profesor los detiene, hace que cada uno traiga una silla y los coloca sentados arriba del foro, para que el sol, el viento, el hambre y la burla hagan estrago en ellos.

Nadie parece ver la degradación de la que este individuo hace víctimas a los tres alumnos y yo me pregunto, cómo es posible que un profesor se permita este tipo de prácticas disciplinarias, como si jamás hubiera sido alumno o como si se quisiera cobrar lo que otros profesores le hicieron a él.

Saco mi celular y tomo dos fotos de los castigados, mientras el profesor me da la espalda. Cuando se da cuenta de mi presencia, esperando una tercera foto (que no tomo), posa frente a los tres alumnos, como si se estuviera orgulloso de trofeos ganados a pulso.

Y pensar que por culpa de un profesor así se juzga y se tiene en tan mal concepto a docentes que sí se preocupan por llevar a cabo el trabajo académico.

Decepcionado, me doy la vuelta y me alejo.

 

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