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1269 7 Marzo 2013

 

EL CRISTALAZO
La tumba bolivariana
Rafael Cardona

Ciudad de México.- Durante los muchos meses de enfermedad y agonía de Hugo Chávez, una frase iba y venía con insistencia de ritornelo: en su majestuosa novela “El general en su laberinto”, Gabriel García Márquez describe malamente al libertador y dice (palabra más, palabras menos): a ese hombre ya sólo le quedaba tiempo para llegar a la tumba.

Hoy a Chávez ya no le queda tiempo ni para eso. No sabemos cuándo murió, pero sí sabemos cuándo nos lo dijeron. Ayer, después de una conferencia de Nicolás Maduro cuyo semblante era más de un agente de pompas fúnebres y muy poco de un futuro jefe de estado, si en verdad la voluntad del paracaidista se llegará a cumplir como eran sus deseos.

Por la tarde noche El nacional de Caracas decía: “El canciller de la República, Elías Jaua, informó que los restos mortales del presidente Hugo Chávez serán trasladados este miércoles desde el Hospital Militar hasta el Hall de la Academia Militar de Venezuela.

“Ya indicaremos qué ruta vamos a seguir. Será un traslado acompañado por el pueblo. (...) Vamos a recibirlo en Los Próceres donde se hacen los desfiles, luego comenzarán las exequias”, dijo.

“Indicó que luego del traslado comenzarán las exequias del primer mandatario que se extenderán durante miércoles, jueves y viernes.
El jefe de estado será velado en capilla ardiente durante tres días, hasta el día viernes 8 de marzo. Los jefes de estado de todo el continente acompañarán al gobierno en los funerales.

“Desarrollaremos la logística para que el mayor número de personas de nuestro pueblo puedan ver a su padre, su libertador, su protector.

“La ceremonia oficial para los líderes del mundo se realizará este viernes 8 de marzo a las 10:00 am”.

En esa simple nota se contienen los datos relevantes de la vida y la obra de Hugo Chávez: la condición militar, la congregación de los presidentes sudamericanos, la noción protectora de su mandato, su imaginaria circunstancia de libertador y sucesor mágico y hasta místico de Simón Bolívar; su característica de apego a las multitudes; su populismo y su “geopopulismo”. Todo, pero por encima, el único hecho sin controversia: su muerte.

Maduro decía antes de admitir el anuncio sobre los intentos del gobierno estadunidense para desestabilizar desde dentro del ejército, cosa al parecer abortada a tiempo. También hablaba de la necesidad de indagar científicamente la fabulosa inducción del mal a Chávez, la denuncia continental de la conspiración de las bacterias, los virus, los venenos volátiles, las amenazas microscópicas selectivas, la guerra oncológica con blancos precisos.

Notable imaginación tropical; dicen algunos. Oportuna advertencia, dicen otros.

Pero sea como sea, la muerte de Chávez nos permite a todos, a quienes lo conocimos y a quienes no, advertir el previsible fin del caudillismo unipersonal latinoamericano, tan cerca de nuestros arquetipos patriarcales y funestos, y tan lejos de la verdadera condición contemporánea. Hoy, con cualquier juicio a favor o en contra, Fidel Castro y todos los semejantes, no son sino piezas del museo de la derrota.

Sus victorias, si las tuvieron, han sido de orden romántico. Los imperios se hacen con avasallamiento y poder; no con razones morales y cuentos de pueblos redimidos.

Chávez le ha dejado a la historia un modelo en declive y un anecdotario suficiente para varios siglos. Cuando le dijo a Vicente Fox, cachorro del imperio, los mexicanos no pudimos sino reír por lo bajo. Bella definición para un evolucionado vendedor de Coca-Cola. Y al llamar “caballerito” a Felipe Calderón, le hundió la suela en la espinilla.

La última derrota de Hugo Chávez deja a Venezuela en una circunstancia débil. A sus tradicionales problemas se suman ahora los derivados de la ambición de los grupos sucesores. No habrá en Caracas un cónclave aún cuando ya tuvieron Maduro y los suyos tiempo de sobra para ponerse de acuerdo. Pero en esas latitudes los acuerdos son como el vuelo del papagayo: corto, vistoso y escandaloso.

Venezuela hoy amanece con los mismos problemas, pero para muchos –para sus electores y devotos–, se ha ido la esperanza. Las clases medias, los pocos ricos y todos quienes se sentían ofendidos por la audacia majadera de este montuno soldadote con accesos de espiritismo bolivariano, ya respiran menos acongojados. La muerte los ha exorcizado.

Pero unos y otros sobreviven dentro de una realidad: un país desastrado al cuál ni Chávez ni nadie podrá sacar de sus contradicciones, su pobreza y su escaso desarrollo, así siga nadando en petróleo.

Y como si no tuviera suficientes preocupaciones, ahora con su hermano al borde de la renuncia –dice–, en un gesto teatral de imitación papal, Fidel Castro comienza a preguntarse quién sostendrá en el futuro la economía cubana.

La ayuda iba a durar mientras Chávez y el chavismo estuvieran plenos y vigentes. Y eso, al parecer, también es cosa muerta.

 

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