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1277 19 Marzo 2013

 

EL CRISTALAZO
Llegó la hora
Rafael Cardona

Ciudad de México.- En el célebre discurso del general Lázaro Cárdenas del 18 de marzo de 1938, año en el cual México incorporó para su beneficio económico la industria petrolera (no el petróleo, como algunos creen) hay una frase o mejor dicho, una argumentación poco difundida: entre las muchas violaciones a las leyes mexicanas –el desacato a la Corte fue la última y la peor de todas; la definitiva en la ruptura permanente–, las empresas petroleras extranjeras financiaban esporádicamente rebeliones contra el poder revolucionario.

“Han tenido dinero, armas y municiones para la rebelión. Dinero para la prensa antipatriótica que las defiende. Dinero para enriquecer a sus incondicionales defensores. Pero para el progreso del país, para encontrar el equilibro mediante una justa compensación del trabajo, para el fomento de la higiene en donde ellas mismas operan o para salvar de la destrucción las cuantiosas riquezas que significan los gases naturales que están unidos con el petróleo en la naturaleza, no hay dinero, ni posibilidades económicas, ni voluntad para extraerlo del volumen mismo de sus ganancias”.

Como se ve, pues, la expropiación tuvo motivos de justicia social, de rescate económico, pero también de defensa de un régimen, de un sistema surgido de la Revolución Mexicana y cuya consolidación, en 1938, estaba en proceso. Hoy ese sistema ya no existe más. 

Las condiciones del mundo no son las mismas (no estamos al borde de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo) y hasta el concepto de nacionalismo blindado es otro. No sé si peor o mejor, pero otro al fin. 

Hoy, cuando se han celebrado los 75 años de un a reivindicación industrial sobre cuyo beneficio nadie puede discutir, como tampoco el papel preponderante de la empresa nacional en la configuración del México contemporáneo, la necesidad es distinta. Se trata, han dicho tirios y troyanos, de darle viabilidad financiera, tecnológica y de futuro a la empresa nacional sobre cuyos hombros recae más de un tercio de los ingresos fiscales del país.

Por eso es interesante leer el escueto diagnóstico del presidente Enrique Peña en cuanto a la triste proximidad de una debacle: 

“Esta conmemoración –dijo en Salamanca, durante los festejos de diamante de Petróleos Mexicanos–, no sólo nos permite recordar el pasado, sino reflexionar sobre el futuro.

“Así como en los tiempos del Presidente Cárdenas se enfrentaron importantes desafíos para recuperar nuestros hidrocarburos, hoy, el sector energético, en su conjunto, enfrenta nuevos retos que deben atenderse con la misma audacia y la misma determinación.

“De continuar las tendencias actuales de producción y consumo, para el año 2020, México podría convertirse en un país estructuralmente deficitario en energía”.

El año 2020 no es el futuro. Es el presente. La importación de gasolina, con un costo de 120 mil millones de dólares por año, nos remite al día de hoy. Y al de ayer también.

Y en medio de un debate donde lo técnico le deja paso a lo dogmático y la ciencia se rinde ante la religión del estatismo, el presidente propone seis medidas dignas de análisis. Hasta ahora nadie sabe si con eso se salvará la industria nacional, pero sin eso, se seguirá hundiendo en la irracional ordeña fiscal cuya tenacidad la lleva a la anemia.

“Vamos a transformar a Pemex bajo seis líneas de acción, que son plenamente congruentes con el acuerdo que hemos suscrito en el Pacto por México.

“Primera. Establecer una nueva estructura organizacional. Es necesario mejorar la toma de decisiones, así como sus reglas de gobierno corporativo. Como patrimonio de los mexicanos, Pemex debe administrarse con la mayor eficiencia, honestidad, transparencia y rendición de cuentas.

“Segunda. Alentar la ética corporativa y la responsabilidad social.

“Tercera. Promover el crecimiento verde. Pemex debe ser uno de los ejes centrales en la lucha contra el cambio climático, desarrollando energías renovables y promoviendo el ahorro de energía.

“Cuarta línea de acción. Potenciar a la industria nacional. Como se acordó en el Pacto por México, Pemex debe incentivar el desarrollo de cadenas de proveedores nacionales. Por su tamaño y el alcance de sus operaciones, será un importante factor de la política industrial que pondremos en marcha.

“Quinta. Orientar las inversiones hacia las actividades de mayor valor agregado y rentabilidad para el país. Pemex debe suministrar los insumos energéticos que demanda nuestro crecimiento económico. Y debe hacerlo con estándares de calidad y precios competitivos a nivel internacional.

“Y sexta. Fortalecer su capacidad de inversión y desarrollo tecnológico. Como también lo establecen las bases y acuerdos del Pacto por México, se realizarán los cambios necesarios para transformar a Pemex en una empresa pública, de carácter productivo, que se conserve como propiedad del estado, pero que tenga la capacidad de competir como una empresa de clase mundial”.

Como se ve en esas líneas no hay apertura para la invasión extranjera. No se toca la propiedad del recurso en el subsuelo sobre el cual no se discutió ni siquiera cuando las empresas extranjeras operaban con toda libertad. Demasiada libertad, como ya sabemos.

La propiedad nacional del subsuelo está consagrada constitucionalmente desde 1917. La expropiación de instalaciones y empresas extranjeras ocurrió casi veinte años después y hasta donde se sabe, nadie se las quiere devolver.

 

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