Suscribete
 
1291 8 Abril 2013

 

MUROS Y PUENTES
El pesado pasado regiomontano o su pretérito imperfecto
Raúl Caballero García

Notas sobre una entrevista no realizada

Dallas, Texas.- En mi más reciente viaje a Monterrey apenas me enteré de la muerte del historiador Artemio Benavides Hinojosa, ocurrida el pasado 21 de diciembre. Se nos quedó pendiente una entrevista que yo le haría a propósito de su libro Santiago Vidaurri: caudillo del noreste mexicano (Tusquets Editores, 2012). Su muerte se llevó ese encuentro pero nos quedamos con su obra.

Para esto nos habíamos escrito varios correos electrónicos. Cuando terminé la lectura le expresé que su libro me ha dejado una impresión muy precisa del pasado regiomontano durante la segunda mitad del siglo XIX. Agregué: “Mi conocimiento de esta historia, desde luego como le había adelantado, se limita a su libro y algunas crónicas publicadas en la prensa de Monterrey en torno al debate que al parecer llevan y traen al controvertido personaje sin conclusiones provechosas, por lo que es posible que mis observaciones merezcan correcciones (bienvenidas)”, palabras válidas para estas notas que rescato de mis apuntes y fichas que preparaba para la entrevista no realizada.

Con su libro, Benavides Hinojosa traza un perfil de Vidaurri desde la experiencia del historiador. Enmarca al norestense exponiendo los contornos de su personalidad con los documentos en la mano, puesto que tuvo a su cargo los archivos Vidaurri cuando fue titular del Archivo General del Estado, aunque a mí me hubiera gustado saber más de la vida personal, es decir, a las actividades militares y políticas de Vidaurri –a través de las cuales se desarrolla el relato– le faltaron las familiares. Así se lo dije en nuestro intercambio de correos electrónicos:

“En lo personal, don Artemio, me queda la impresión de que dejó de lado grandes partes de la vida de Vidaurri, como sus vivencias en Texas, sus relaciones familiares (de la familia no hay mayores referencias que un par de menciones a Indalecio, uno de sus hijos y otro par sobre el yerno Milmo, ¿por qué?, ¿podríamos esperar, de su pluma, otro libro más íntimo?”. También falta escudriñar los lazos amistosos y relaciones que Vidaurri edifica, tan en boga y determinantes entonces como hoy.

Pero ya no tuve respuesta ni oportunidad de indagarlo en persona. Ahora salvo que haya dejado algo inédito y corra la suerte de publicarse de manera póstuma, no podríamos esperarlo ya de su pluma. De otra manera habrá que esperar que alguien como él –es decir de manera objetiva, al margen del mito, abajo de pedestales y de historias oficiales o de “líneas” familiares– lo escriba sin apasionamientos ni prejuicios.

“Asimismo –le dije–, me llama la atención que lo que se ha señalado como una desmesura de Vidaurri, eso de haber ambicionado presidir la República de la Sierra Madre, usted trate el tema sólo como rumores. ¿Al consultar los archivos del personaje no descubrió, entonces una certeza de que tales devaneos hayan tenido lugar (para planes)?”

Sin duda faltan luces en aspectos importantes de la vida de tan peculiar personaje, pero también es cierto que el historiador y su escritura, su muy útil criterio en el formato con que estructura su estudio, y con un admirable relato historiográfico, ofrece una versión del personaje un tanto afuera de las sombras de la polémica, del estigma que lo ha opacado, a saber, su descomunal ambición que al final lo orilló a darle la espalda a Benito Juárez para luego situarse en el seno del segundo imperio mexicano.

Es un largo camino (militar y político) el que Vidaurri cruza, desde sus notables escaramuzas con los lipanes; sus turbias asociaciones con filibusteros; sus acciones visionarias para impulsar el desarrollo del estado; su destreza para desplegar su poder regional a la par que se erigía en un liberal sobresaliente; su personal estilo de gobernar; su templanza militar convertida en excedida pretensión por cubrirse de gloria que se le desmorona en Ahualulco de Pinos, San Luis Potosí, donde sufre una aparatosa derrota. Su retiro, su postración, su traición… la historia.

Sin las respuestas que una entrevista en corto alcanzaría, nos queda interpretar (con las limitaciones de no ser un especialista en el tema) la obra de Benavides Hinojosa. Con el libro Santiago Vidaurri: caudillo del noreste mexicano, realiza una biografía del lampacense que como él mismo ha señalado, puede ser un punto de partida para nuevos trabajos de nuevos historiadores.

“Los historiadores no somos tribunales ni jueces, esa no es nuestra labor, pero tampoco creo que la historia oficial sea la única, lo importante es dar otra visión”, solía repetir don Artemio. Y con su propia visión nos ha dejado un libro que presenta a Santiago Vidaurri de manera clara, traza un perfil biográfico profundo, con precisiones interpretativas de su lugar, en su tiempo, que se abren paso en todo momento de su lectura. Introduce al personaje odiado por muchos y venerado por pocos ante el lector común, con todas las características que una presentación no oficial, no académica requiere, es decir, muestra al político en persona, al guerrero virtuoso y tortuoso, al ser humano ambicioso. Extrae pues al personaje del oscuro y nebuloso pasado donde fue arrumbado, lo sustrae hasta el presente para superar al olvido, y deja al descubierto esa personalidad cincelada en el poder.

Nos ofrece la trayectoria de Santiago Vidaurri, ese caudillo liberal del noreste mexicano en el siglo XIX quien ha sido al mismo tiempo héroe y villano nacional. Un visionario polémico, un cacique influyente con grandes sueños para Nuevo León, un gobernador que le imprime un gran impulso económico a Monterrey. Un liberal capaz de domeñar al poder central de la república. Un soñador que se desvela por Coahuila. Un tipo de una naturaleza propensa al mito y a la controversia que don Artemio presenta con rigor y dueño cabal de su disciplina: la historia.

Los libros de Benavides Hinojosa abren cauces. Las respuestas son afirmativas cuando cuestionamos si la historia del noreste de México requiere una revisión o si la vida norestense en el siglo XIX debe reinterpretarse con una nueva historiografía; una que no sea de oficio ni oficiosa. En el libro sobre Vidaurri, ciertamente, busca desmitificar (y desoficializar) la historia en torno al caudillo. Con su libro saca a Vidaurri de las sombras de lo polémico sin que por eso establezca que no lo sea; lo saca para verlo sin apasionamientos pero también sin contemplaciones; lo saca asimismo del mito oficial sin por ello meterlo en ningún otro nicho. No busca limpiar la imagen histórica, como según me he enterado lo intentan otros de un tiempo a la fecha.

Benavides Hinojosa se ha inclinado, ciertamente, por la historiografía que baja de los pedestales a los personajes de nuestra historia. En este caso con su trabajo hace un ajuste de cuentas incorporando de lleno a Vidaurri a la historia mexicana, a nuestra memoria nacional, sacándolo de las lápidas con que estaba cubierto. Expone a un hombre ni mejor ni peor que muchos de nuestros políticos actuales (el dato no es tanto en descargo del de Lampazos, al contrario, lleva cargo a la triste actualidad). Es cierto, ahí está el caudillo “con olfato de estadista”, pero también el cacique, ni más pero ni menos.

Se puede ver al polémico personaje con una vida un tanto fuera de claroscuros, en la que lucha por mejorar y engrandecer la región, y se preocupa por mantener sus intereses políticos; tales acciones mostradas en lo cotidiano, en no pocos momentos a través del escribano de retórica sagaz, lo hacen un hombre más de carne y hueso.

Pero igualmente sin empacho se señala repetidamente su ambición y sus flaquezas, sus afanes de gloria, grandeza y poder que vistos de cerca lo pintan de cuerpo entero. Aunque acaso se hace más énfasis en la lógica de principios, en ese apego a sus intereses (políticos y militares) en la búsqueda constante de sus conveniencias personales nunca explícitas del todo.

Los intereses creados de Vidaurri no son abordados más allá de los datos que aporta su personalidad enmarcada en sus facultades de gobernante, pero los pormenores se quedan fuera del retrato.

Debe ser muy interesante ver cómo “controla” a los filibusteros texanos que recorren Nuevo León en tanto en los Estados Unidos se da la Guerra de Secesión; igualmente despierta interés saber más de sus tratos con los confederados del sur estadounidense, pero en fin. En ese contexto de ambiciones personales a la larga ese hombre (visto en su tiempo, en esa región llena de desafíos para la civilización) es un personaje que le da la espalda a la historia.

Benavides Hinojosa destaca de Vidaurri su liberalismo, que lo agiganta, postura que al cabo el cacique fuera de serie que lleva dentro echa por la borda a la hora en que Juárez está en jaque y le da la espalda. Pero luego viene el enroque de los liberales y el campo cambia. Vidaurri tras ser derrotado decide huir a Texas y asumir la mala apuesta del consecuente desenlace: su elegido retorno al servicio de Maximiliano, que corona la mayor contradicción de su vida, la que habrá de precipitarlo al olvido oficial.

Al final fue fusilado como traidor, hecho que pudo evitar de no haberse escondido luego del llamado de Porfirio Díaz. Se deduce que el desenlace fatal hubiese sido diferente y su vida no hubiera quedado tan dentro de esa pesada sombra, la de un pasado que debe aligerarse para su mejor comprensión en este presente, como reiteradamente lo dice nuestro historiador y que tan bien editorializa al llamarlo nuestro pretérito imperfecto, aunque ya hoy, por él, no indefinido.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

15diario.com