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1291 8 Abril 2013

 

Entre el imperio y el despotismo
Víctor Orozco

Chihuahua.- La renovación en las amenazas de una nueva guerra en la península coreana tienen al mundo con los pelos de punta desde la semana pasada. Y es que, no se trataría de una confrontación como la producida hace seis décadas, en la cual participaron grandes masas de soldados y fue causante de la muerte de dos millones y medio de personas, principalmente civiles coreanos.

En esta ocasión, Corea del Norte no cuenta con la solidaridad de Rusia –entonces la poderosa Unión Soviética–. De la posición china se sabe menos, aunque es la fundamental. Aliado formal de Piongyang, el gigante amarillo puede disuadir al mismo Estados Unidos. Es casi imposible sin embargo, que decidiera embarcarse en una guerra en la cual podría perder todo, incluso su potencial hegemonía mundial en el siguiente medio siglo. Tal vez haga demostraciones de fuerza, pero es en absoluto improbable ver a los cientos de miles de soldados chinos combatiendo en Corea, como sucedió en 1950, si las bombas no llegan a su territorio.

A falta de todo esto, el régimen dirigido por Kim Jong-un, posee el arma nuclear, con la cual podría desaparecer Seul (en cuya región se concentran alrededor de veintiséis millones de personas, la mitad del total que habita en Corea del Sur) y quizá Tokio, en unos pocos minutos. Algunos informes dicen que sus cohetes tendrían el alcance para llevar la desolación a Hawai, antes de que los bombarderos nucleares de Estados Unidos borraran del mapa a este país de veinticinco millones de habitantes. Sería una guerra de proporciones y consecuencias imprevisibles, capaz de cambiar el curso de la historia en unas cuantas horas.

De seguro, como ha sucedido con otras experiencias de contiendas mundiales, una sola acción que afectara el poderío norteamericano, desataría una respuesta militar en todos los continentes, para evitar el desequilibrio resultante. No habría de esta suerte, país alguno que pudiera mantenerse al margen. Puede ser que se trate de una pura declaración efectista de los líderes coreanos, pero no habíamos visto tan cerca el peligro de una hecatombe nuclear desde la crisis cubana en 1962.

La pugna entre Corea del Norte y la alianza formada por Corea del Sur y Estados Unidos, plantea un antiguo y espinoso dilema cuando existen desavenencias de fondo con ambos contendientes: ¿a quién apoyar? Si atendemos a la naturaleza y al comportamiento histórico del imperialismo, parecería que no cabe la duda.

Los grupos capitalistas hacen descansar su dominio sobre la población de todo el globo en el control de los medios de comunicación, del monopolio en conocimientos tecnológicos, del mando sobre la producción de alimentos, entre otros instrumentos. Pero, al final, su recurso supremo es la fuerza bruta, la hegemonía militar. Éste es el resorte último en el que se han fincado todos los imperios.

El ejército norteamericano es hoy el garante supremo del sistema capitalista mundial. Su actuación en una guerra contra Corea del Norte estaría dirigida a mantener el reinado de su país, pero sobre todo la vigencia de unas relaciones globales que implican el despojo del trabajo y de los recursos naturales a todos los pueblos, de manera principal a los del llamado tercer mundo.

Corea del Norte, merced a coyunturas internacionales y factores geopolíticos, se ha mantenido fuera de la órbita imperial. Una derrota significaría su encadenamiento al carro del capital, como socio menor y discriminado de Corea del Sur, en donde tienen su asiento influyentes empresas trasnacionales. Son razones poderosas para colocarse en contra del bando norteamericano.

Los “asegunes” llegan cuando se considera la naturaleza del régimen económico y político impuesto en Corea del Norte. Instaurado en 1945 por el ejército triunfante de la URSS, se ha mantenido en los lindes del más puro stalinismo. Férrea dictadura, culto a la personalidad, rayano en la teocracia, su monarquía hereditaria de facto se parece mucho más a un gobierno de las antiguas dinastías orientales, equivalentes a las del medioevo europeo, que a un régimen del siglo XXI.

En sesenta y cinco años, la República Democrática Popular de Corea, ha tenido tres presidentes: el abuelo, el padre y el nieto. Al primero de ellos, Kim Il Sung, nombrado “presidente eterno”, se le consagró prácticamente como una deidad. Su culto copó todos los espacios posibles.

A propósito de ello, recuerdo una anécdota de los años ochenta. Visitaba el stand de Corea del Norte en la feria del Palacio de Minería y me encontré con que el autor de todos los títulos exhibidos, quizá cien, era el mismo Kim Il Sung. No había más. Le pregunté al encargado si en su país el único escritor era el presidente. El hombre sonreía y luego proporcionaba otros informes no pedidos. Leí después un pasaje de la historia romana, en el cual Cicerón narraba cómo los augures, a quienes acudía la gente para buscar toda clase de respuestas, no podían mirarse a la cara sin sonreír. Era porque sabían de sus supercherías, tal cual sucede con todos los sacerdocios del mundo. Corea del Norte, está lleno de estos sacerdotes políticos, quienes no van a la zaga de los religiosos.

Entiendo que este tipo de crítica a un sistema tal, está condicionada por la formación racionalista de al menos una porción clave en la cultura occidental, pero a fin de cuentas, de igual manera en las culturas asiáticas se repudian las fantasías y los mitos cuando se hace uso de ellos para dominar las conciencias. El marxismo, proclamado como el sustento ideológico del régimen coreano, combate ante todo la enajenación en cualquiera de sus manifestaciones, por tanto no es compatible con dinastías ni deidades.

Puede objetarse a este análisis que la república coreana vive un estado de guerra permanente, acosada sin tregua por Estados Unidos. Luego, su política armamentista cuya consecuencia inmediata es la caída en bienestar de las masas, la censura ilimitada a la prensa, al internet, su sistema de partido único, su parlamento de mentiras, sus prohibiciones para que los habitantes crucen las fronteras, su educación de la niñez en las idolatrías, responden a una necesidad de autoprotección y defensa. Es una verdad parcial. La completa, muestra la existencia de una casta de burócratas empedernidos, usufructuarios del poder político y tan explotadores como sus congéneres capitalistas.

Por otro lado, este tipo de regímenes no son perdurables, porque tras la apariencia del poder monolítico e incontrastable, se esconden siempre debilidades extremas. Su caída es inexorable y suele implicar el pago de cuotas muy altas de dolor y miseria para los pueblos.

El gobierno coreano sabe esto de seguridad y por ello, se ha colgado de un clavo ardiendo. Esto es la edificación de una gigantesca fuerza armada apoyada ahora en el desarrollo y la posesión de armas nucleares. Con el dedo en el gatillo, puede frenar y hacer retroceder a sus enemigos, aunque el riesgo sea la destrucción absoluta de su propia civilización. La gravedad de las circunstancias, adquiere tintes de drama, cuando pensamos que la orden para abrir el fuego, depende del temple, la contextura moral, el talento y la experiencia de un hombre de veintinueve años; el heredero del trono.

Curiosa humanidad ésta, en la cual no se logra superar la fase de los reyes imberbes y todopoderosos, como los dioses y los santos. En esta tesitura, ¿qué nos queda por hacer? Al común de los mortales, sólo observar, opinar y tratar de colocar a cada quien en su sitio.

En lo personal, no acepto los términos del dilema planteado. No estoy ni con el imperio ni con el despotismo.

 

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