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1291 8 Abril 2013

 

COTIDIANAS
¡No me lo puedo imaginar!
Margarita Hernández Contreras

Dallas, Texas.- Tres parejas casadas reunidas alrededor de la mesa de mi cocina. La mesa ya está viejita, pero luce alegre por sus losetas de girasoles pintados a mano.

Al principio pensé en ofrecer café con unos panecitos para disfrutar de la camaradería que hemos venido estableciendo en las ocasiones que nos hemos reunido antes de esa tarde de domingo.

Debí haberlo pensado mejor. Muy pronto sobre la mesa están dos botellas de tequila fino, una jarra de café para mí, que no debo consumir alcohol y un surtido de bocaditos, mayormente “sobrinas” de la semana.

Luego es cuando el tiempo vuela. Algunos beben sin restricciones; un par de ellos se miden y empiezan a espaciar los sorbitos que le dan a su caballito de tequila.

Muchas risas y bromas. La pareja más joven se pone de pie y baila inspirada una canción norteña y luego un par de canciones a ritmo de salsa sin dar un paso fuera del desayunador. La anfitriona, o sea yo, deseo la habilidad de pararme y bailar también pero me conformo con sentir el agradecimiento por el placer de saberme viva.

Me parece que en mente de los seis está la conciencia de que el siguiente día es lunes, día de trabajo. Uno de ellos se ha convencido de que se reportará enfermo y levanta su caballito para brindar sin culpa ni angustia con todos. Los otros dos varones por uno u otro motivo no tienen que trabajar ese lunes. Las mujeres, bueno, son mujeres y pueden funcionar altamente con una leve cruda y pocas horas de sueño.

Así que la fiesta sigue viento en popa. Las dos niñas están metidas en el cuarto de cine viendo The Perks of Being a Wallflower, la sexta vez para mi hija.

Antes de que concluya la velada, bien pasada la medianoche, las dos botellas de tequila están ya prácticamente terminadas. Una de las mujeres propone que tomemos turnos cantando lo que llama “canciones de tequila”, que yo entiendo son canciones que uno pide o canta cuando está borracho acordándose de “aquel amor”. Todavía está uno dolido, resentido y ardido. Es esa canción de un amor inolvidable, sentimiento que uno puede admitir a través de la canción.

La única sobria de la mesa, yo, levanto la mano y digo ganosa “yo empiezo”. En este momento empiezo a buscar las canciones en YouTube mientras los demás buscan la letra de su canción en su teléfono inteligente.

Así que la velada musical empieza con la “Maldición ranchera” de José Alfredo, interpretada por Amalia Mendoza, que cantó sin pena a todo lo que doy con la buena de Amalia. Cada uno cantamos cuatro o cinco canciones.

Mientras participo activamente cantando con todo mundo, no puedo dejar de pensar en el tequila que no me estoy bebiendo y en mi taza de café con la que choco con los caballitos de tequila que se levantan regularmente.

En mi país, el alcohol permea hondamente todas nuestras costumbres. Nos volvemos alegres, parlanchines y extrovertidos cuando tomamos nuestros alcoholes en la justa medida. Pero raramente nos sabemos estacionar en esa justa medida. Cuando la rebasamos (que es lo más usual), nos volvemos tercos, groseros y hasta agresivos, y lloramos por ese amor perdido. Nos vemos tontos y patéticos.

Tan aferrado está el alcohol en nuestra cultura que estoy segura que cualquiera de nosotros fácilmente podemos mencionar seres queridos que hemos perdido en el alcoholismo. Los tres hermanos de mi madre fueron o son víctimas del alcoholismo. Mi tío Jorge murió de eso; mi tío Humberto tenía el mismo estilo de vida (pero murió de tumores en el cerebro). Mi tío Ezequiel en sus sesenta es un borracho.

Pero nosotros no somos como ellos, ¡claro que no!

Allí estábamos, alegres y animándonos mutuamente en nuestras canciones. A veces los rostros de la gente de mi trabajo se me venían a la mente y me preguntaba si los norteamericanos, cuando se juntan entre ellos, se emborrachan como nosotros, ¿acaso turnándose alrededor de la mesa de una cocina buscan canciones en YouTube, digamos de Patsy Cline o Johnny Cash, y cantan con mucho sentimiento y muy desentonados?

Sencillamente, ¡no me lo puedo imaginar!

 

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