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1307 30 Abril 2013

 

COTIDIANAS
Irrompible
Margarita Hernández Contreras

Dallas, Texas.- No siempre he sido buena hija para mi madre. Ahora soy lo mejor que puedo. Seguro no soy tan cariñosa como a ella le gustaría. Me distancio del contacto físico con ella. No lo puedo evitar. Me esfuerzo por ser respetuosa del precepto bíblico de honrarla. En mi casa tengo una habitación sólo para ella. Procuro ser lo más generosa que puedo con ella.

Con todo y a pesar de las ocho décadas que ha caminado sobre la Tierra, es alegre y luchona. Todavía camina sin ayuda. Aún va y viene entre México, Texas y California.

¿Qué más? Es una fumadora crónica. Su dieta básicamente consiste en tortillas de maíz, queso Monterrey, salchichas de hotdog, chiles habaneros y Coca Colas. Y mejor no hablemos de juegos de azar y de casinos. La señora es diabética, hipertensa y tiene glaucoma. El comer sanamente nunca fue una preocupación para la gente de su generación y procedencia campesina.

Cuando cedo y la llevo a comprar sus cigarrillos, me detengo para preguntarle: “Sí sabes que esto es lo que te va a matar, ¿verdad?” Responde que sí antes de que le diga: “Mientras quede eso claro…”

Aún me regaña como si fuera una niña chiquita y no estuviera ya bien entrada en la medianía de mi vida. Y de nada sirve que le recuerde mi edad (como si no supiera). Tampoco le impide decirme que gasto mucho, que nunca ahorro lo suficiente, que mis gustos son muy caros, que compro muchas cosas y que debiera controlar mi predilección por el chocolate.

Ahora mi madre está hospitalizada y me he vuelto una niña llorosa, con ataques de oraciones y lágrimas que preocupan no sólo a mi esposo, sino a mí también.
Yo sé que analizo de más tratando de encontrar los motivos posibles de por qué me encuentro tan emocional. Claro, me preocupa la herida de su pierna y su neumonía. Pero sé que estos ataques de llanto tienen que ver más con mi historia que con la de ella.

Tal vez también tenga que ver con que desde mi accidente cerebrovascular en 2008, no había estado en un hospital y esto me ha removido todas las lastimosas experiencias por las que tuve que pasar. Puede ser sólo eso.
Luego pienso en la historia compartida entre mi madre y yo.

Nací a los cinco años de su matrimonio y después de un aborto involuntario. Fue sobreprotectora conmigo y seguro exageró eso de “quererme de aquí al cielo” (yo describo su amor como “pegajoso”).

Ella ahora dice que no tenía idea de lo que hacía; estaba joven y no tenía educación, sin nadie que la guiara mientras se metía a los siempre enmarañados terrenos de la maternidad. Y yo no fui una bebita fácil. Me dice que lloraba toda la noche y dormía todo el día. Al empezar a caminar entré de lleno y con ganas en mi fase del berrinche. Una compañera comerciante le dijo que me diera una tunda cada vez que yo optaba por tirarme al piso gritando y pataleando, cosa a la que mi madre accedió.

Parece que yo también fui testigo de uno de sus cuatro abortos involuntarios. Ella estaba sola con dos niñas pequeñas y sin idea de lo que le estaba ocurriendo. Parece que indagué por tanta sangre y no supo cómo manejar mi curiosidad.

Luego mi hermana y yo tuvimos que pasar por nuestra bronca con el abandono. Claro, nuestros padres no nos abandonaron. Por unos meses nos dejaron al cuidado de unos parientes mientras esperábamos las “micas” que nos permitirían reunirnos con ellos en Estados Unidos. Pero, ¿qué niño puede procesar tanta lógica? Todo lo que sabíamos y sentíamos era que mami nos había dejado, nos había abandonado.

Este es sólo el principio de la compleja relación entre dos mujeres, madre e hija, ambas fuertes, aguantadoras y orgullosas (tal vez yo más que ella). Un cordel escarlata nos une irreparablemente. Este material alámbrico e irrompible está hecho de su “pegajoso amor”, de mi profunda necesidad de ella, de su sangre y mis lloridos, de sus sufrimientos y mi aceptación: admito que yo también la quiero.

 

Margarita Hernández Contreras, guadalajareña, vive en el área de Dallas. Es traductora profesional del inglés al español.

margarita.hernandez@tx.rr.com

 

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