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1312 7 Mayo 2013

 

EL CRISTALAZO
Los agobios de la visita
Rafael Cardona

Ciudad de México.- Muchos creerán, como lo dije ayer, en la espontaneidad de la actitud del señor Barack Obama en su terrible, brillante e intensa labor de seducción, pero la verdad todo esto se planea, se analiza hasta el mínimo detalle sin dejar nada para la casualidad. Yo he participado en grado menor en algunos de esos preparativos. Estos son algunos recuerdos.

–“Nosotros no podemos aceptar esto. De ninguna manera”.

Suavemente Michael Deaver, hombre fuerte del equipo de la Casa Blanca durante los años de Ronald Reagan. Cerró sobre la mesa de una sala de juntas en Las Hadas, Manzanillo, su negrísimo cartapacio de fina piel donde se insinuaba el realzado del escudo de los Estados Unidos.

–Mire usted, señor Deaver –le dijo con su parsimonia de curtido embajador Joaquín Bernal a la sazón jefe del protocolo mexicano–, para nosotros invitar al señor presidente Reagan a Colima y a este centro de vacaciones del Pacífico es una muestra de cordialidad. Este es el estado natal del señor presidente De la Madrid.

–Lo comprendo, embajador –le dijo Deaver–, pero hay varios impedimentos graves. Como usted sabe –prosiguió– el presidente Reagan tiene en el recuerdo de los ciudadanos de nuestro país un pasado en Hollywood. Usted lo sabe, no necesito decirle más.

Con suavidad pero con firmeza pedagógica siguió: “hace unos años en este mismo lugar tan bonito se hizo una película muy famosa. Me parece que la muchacha se llama Bo Dereck y hay escenas donde ella fuma mariguana. ¿Cree usted que la sociedad estadunidense no va a asociar el lugar la película o las películas, la industria cinematográfica y la lucha de la Casa Blanca contra las drogas en México. No podemos poner al presidente en los mismos escenarios de ‘la mujer perfecta’”.

–Van a asociarlo todo. Así pues, ¿dónde se van a reunir los presidentes?

La reunión fracasaba por segunda vez. Y no se había hablado ni una sola palabra sobre el contenido de la tercera entrevista entre Reagan y De la Madrid cuyos peores momentos –antes y después–, como todo mundo sabe, pasaron por las terribles historias de John Gavin, “Kiki” Camarena; la lucha contra las drogas, Jack Anderson y las calumnias derivadas de la insistencia mexicana en torno del Grupo Contadora.

La abortada reunión en Manzanillo era la consecuencia de otro desacuerdo. Los estadunidenses insistían en hacer la junta bilateral en Chihuahua; precisamente cuando el Partido Acción Nacional embestía frontalmente al sistema priista en ese estado, ahí donde se dieron las tomas de los puentes internacionales en El Paso y los cacerolazos un día sí y otro también.

Obviamente los gringos querían alentar la posición panista y seguir debilitando a De la Madrid como lo hicieron con el infundio de los millones de dólares depositados en Suiza, los cuales, por cierto, nunca jamás existieron.

–Nosotros –le dijo el sub Jefe del Estado Mayor Presidencial, Arturo Cardona, a Deaver y su enorme grupo de funcionarios de la CIA, la DEA, el ICE y cuanto hay–, no vemos condiciones políticas favorables para una reunión en Chihuahua, menos en Ciudad Juárez. No podríamos evitar las manifestaciones.

–Bueno –dijo Deaver–, es normal que haya manifestaciones contra el gobierno.

–No –le dijo Cardona–, manifestaciones contra el presidente Reagan. Tampoco podríamos comprometer la seguridad.

–Le recuerdo, replicó molesto el superasesor: la seguridad del presidente de los Estados Unidos es asunto del Servicio Secreto y de todos nosotros.

–Y yo le recuerdo que la seguridad no es nunca absoluta, señor.

En ese momento la prudencia y mi condición de empleado menor dejaron de estar presentes y sin conectar el cerebro con la lengua dije en medio de una pausa:

–Ya ve lo que pasó en Dallas, ¿no?

Doce o quince pares de ojos me taladraron. Todos los americanos, sentados en una larga mesa en un hotel chihuahuense me fulminaron con los ojos. El general hizo otro tanto. No se diga el embajador Bernal.

Yo había acudido a la reunión con dos instrucciones superiores. Ver y callar. Mi postura como director de Información de la Coordinación de Comunicación Social no implicaba nada sino informar de lo acordado por quienes tenían autoridad para establecer acuerdos y compromisos.

Por eso, por el desacuerdo de Chihuahua, nos fuimos a Manzanillo al día siguiente, como ya se ha dicho. Pero no terminaba ahí la vía dolorosa.

–¿Y si nos vamos a La Paz?

–El traslado fue inmediato. Llegamos por la tarde y comenzamos a trabajar por la mañana con cierto retraso.

En BCS la reunión iba a ser al aire libre. Se calculó el movimiento del sol para saber dónde se iba a colocar la escalinata de los camarógrafos y fotógrafos quiénes iban a formar el “pool” oficial de cada país. Se midieron el horario, el calendario y hasta la velocidad del viento suave de la costa.

De pronto, en otro arranque de imprudencia me metí en la reunión:

–¿Y si llueve?

El silencio absuelto fue roto por el gordo cartapacio de un empleado de quién sabe cuál agencia de meteorología americana. Debe haber sido de la CIA.

–Aquí esta el reporte de lluvias de los últimos 40 años. Nunca ha llovido en este lugar a esa hora.

–Bueno pues, ¿pero si llueve por primera vez?

–Eso no va a pasar, dijo el gabacho.

Cuando comenzó a llover y todo fue un corredero, ya nunca encontré al gringo de la meteorología.

 

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