Suscribete
 
1333 5 Junio 2013

 

MUROS Y PUENTES
Crónicas estremecedoras
Raúl Caballero García

Dallas, Texas.- La obra que la compañía teatral Cara Mía presenta en el Centro Cultural Latino, en Dallas, es extraordinaria.

Quería comenzar estos apuntes con una línea inapelable y apareció un racimo de contundentes frases y cualquiera la identifica: “es una pieza estremecedora, una obra impactante; la crónica de múltiples historias atronadoras; te sacude en la butaca; un relato teatral impecable y arrollador”.

The Dreamers: A Bloodline (primera parte de una trilogía sobre inmigración) es una obra fuerte pero además poderosa, hace estallar los sentidos y en la explosión abre las conciencias. Es una obra política que capta nuestra realidad contemporánea, retratando con crudeza los horrores diarios de los migrantes centroamericanos en su camino hacia los Estados Unidos. Es una pieza apabullante y actual.

No, no exagero. La labor de David Lozano y su grupo de actrices y actores en verdad es admirable, y dado que se trata de la primera de tres obras, nos deja la impresión de que estamos ante una empresa monumental. Han emprendido una odisea teatral y la están atravesando con más gloria que pena. Sé bien que mis líneas pueden parecer apologéticas, pero sostengo sin empacho que The Dreamers, efectivamente, es una obra poco común.

Estamos ante una puesta en escena que por su carácter histórico rebasa contextos, pero al tratarse de una historia tan cercana, tan familiar para la comunidad latina, nos explica y nos representa (nunca mejor dicho) en el escenario de manera tan directa, que es un vivo retrato de la realidad nuestra de cada día.

La obra comienza en El Salvador, durante los años de la guerra de guerrillas. Es 1980 y la representación nos da cuenta de lo que viven las familias del pueblo salvadoreño en las entrañas de la guerra. En una escenografía que se apoya en recursos técnicos, luces, videos y un excelente uso del espacio, nos describen el origen de la migración. Se vive la crisis política en El Salvador, se sufren los abusos en un país sometido por los estragos del conflicto y la ausencia de futuro.

Con un relato muy plástico, presenciamos viñetas que al hilvanarse fragmentan el horror. Vemos el asesinato de monseñor Óscar Romero, los abusos de militares y delincuentes con la población civil, la falta de alternativas para el pueblo. Avanzan los acontecimientos y surgen nuevos fenómenos sociales y políticos, aparecen las maras y sus tropelías, incluidas sus siniestras complicidades. Transcurre el tiempo y crece el éxodo.

En el paso continuo a través de México hacia el soñado Norte, se plasma la angustia de cruzar las fronteras, el terror de lo desconocido, el miedo y los desencuentros; cuando parece que ya lo van logrando, el horror apenas comienza: se suben a La Bestia, el ferrocarril que atraviesa México, cuyo paso es asediado por delincuentes de toda calaña, desde mafiosos institucionales, diferentes niveles de los capos del narcotráfico, desalmados reclutadores de sicarios. En el lomo de La Bestia cruzarán el infierno que les significa México y sus delincuentes, enfrentarán ineludiblemente los rostros feroces de la violencia, los secuestros, las extorsiones, las violaciones sexuales, y muchos, muchos encontrarán la muerte en su triste intento por llegar a los Estados Unidos.

No es poco lo que el relato dramático alcanza, transcurren varias décadas que abarcan el curso de una gran población a la que no le queda otra que aventurarse por ese espacio absurdo del dolor, y todo ello es narrado por la actuación de un puñado de artistas y un equipo creativo que concibió esta singular escenificación.

El espectador presencia una serie de tragedias que en la puesta en escena de Cara Mía es encarnada por varias mujeres personificadas por excelentes actrices. Mujeres que vienen en pos de futuro, con sus hijos o por sus hijos y se itineran en una jornada que va dejando una estela de luto y dolor.

Un viaje en el que las víctimas, los migrantes, hombres y mujeres, comparten la incertidumbre y el sufrimiento; un itinerario compartido por esos soñadores que emigran de sus países del Sur para tener una vida mejor y en el camino encuentran lo peor de la condición humana, un camino plagado de abyectos verdugos, aviesos policías, malos soldados, narcos, coyotes, sicarios, pandilleros que son personificados por un grupo de formidables actores.

Todos ellos encarnan distintos roles, es una variedad de personajes en continuo movimiento, un tapiz de gran diversidad al que sin embargo no se le notan las costuras. Hay un trabajo notable tanto de dirección como actoral. No hay fallas (o por lo menos la noche del estreno, si las hubo este espectador no las notó) en el trabajo técnico, las luces, sonidos, diapositivas y videos estuvieron muy bien coordinados; la escenografía sobria, ajustada y muy ad hoc al relato teatral; la labor coreográfica es impresionante, resaltable sin duda, no así una parte de la música que me pareció un tanto floja, sobre todo alguna balada que creo le quita ritmo a la obra acaso en aras de la innecesaria letra; y si bien es una obra poderosa, como ya dije, llega un momento en que también se siente un tanto pesada, se prolonga por la larga cadena de actos dolorosos. No tiene más que una breve escena –aquella donde están cuatro mujeres descansando y haciendo planes de su futuro en Gringolandia– en la que el espectador se relaja riendo. La angustia no da tregua.

Destacan las tablas en el trabajo de Ana González, de Frida Espinosa-Müller, de Rodney Garza, de Priscilla Rice y Rafael Tamayo. Su dramatismo es convincente, sin duda, pero lo realizado por el resto del grupo no demerita en ningún aspecto. Las caracterizaciones que les corresponden a Stephanie Cleghorn y Natalia Dubron son realizadas con notable talento, igual apunto en lo realizado por Iván Jasso, Rubén Carranza y Sergio Soriano.

Reitero el buen trabajo de Lozano en la dirección y un aspecto de gran relevancia es que el libreto (tal vez sea más acertado decir los guiones) se debe a un trabajo en conjunto de todos los miembros de la compañía teatral. Todos ellos realizaron investigaciones de lo acontecido a salvadoreños que radican en el Metroplex, sobrevivientes de su paso por la pesadilla que es el itinerario de La Bestia a lo largo de México, según me lo confió el propio Lozano. En esas investigaciones del grupo basaron sus parlamentos y guiones, lo cual me parece asombroso, el trabajo de un equipo que al paso de varios meses desemboca en esta –hay que decirlo– magnífica puesta en escena es más que meritorio.

Lozano es un dramaturgo en cuyo historial sus producciones mantienen el sello del activista, del artista que tiene muy claros los derechos humanos, y en su campo visual siempre está la historia de los latinos en EU. De ahí que cuando revisaba guiones para la siguiente temporada, soltó todo cuando descubrió el documental Una ruta nada santa, de San Salvador a San Fernando de Héctor Hugo Jiménez, que narra las vicisitudes de los migrantes salvadoreños y el trágico fin que tuvieron en el Norte de México 72 de ellos masacrados por el cártel de Los Zetas. Tras ver la película Lozano supo que ese era el tema que buscaba tratar.

Así comenzó el trabajo del grupo de Teatro Cara Mía, este que nos alecciona testimonialmente, que nos llama a la reflexión y expone la esperanza de encontrar cómo cambiar las cosas. Lo dicho al inicio de mis apuntes, estamos ante una dramaturgia extraordinaria, su éxito logrado merece sea reconocido a través de la nación y en México.

NOTA: En escena de jueves a sábado hasta junio 15 en el Centro Cultural Latino.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com