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1338 12 Junio 2013

 

Hugo Gutiérrez Vega
Eligio Coronado

Monterrey.- En su autobiografía homónima, Hugo Gutiérrez Vega (Hugo Gutiérrez Vega y David Olguín. Conversaciones con David Olguín. México, D.F.: Ediciones El Milagro / UANL, 2012. 193 pp., Fot. (Colec. Memorias) cuenta su vida como teatrista (actor, productor, director, promotor y traductor), pero muy poco dice de sus otras facetas como abogado poeta, escritor, periodista, catedrático de la UNAM, diplomático durante más de treinta y cinco años en diez países, rector de la Universidad Autónoma de Querétaro (1965), director de la Revista de la Universidad de México(1973), miembro de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española (1996), director de la Jornada Semanal (1998), miembro del Seminario Mexicano de Cultura (1998), miembro de la Academia Mexicana de la Lengua (desde 2011) y becario de la Fundación para las Letras Mexicanas.

Tampoco hace mucha referencia a sus más de treinta y cinco libros de poesía y trece de prosa, algunos de los cuales han sido traducidos a diez idiomas, ni a los varios premios de poesía que le han otorgado (entre ellos dos nacionales y uno iberoamericano), dos más de periodismo, seis condecoraciones, dos medallas y seis homenajes que ha recibido.

Ni siquiera menciona la Cátedra de Periodismo Cultural “Hugo Gutiérrez Vega” creada en su honor por la Universidad Autónoma de Guadalajara en 2009, ni el Premio de Humanidades Iberoamericano de la Universidad Autónoma de Querétaro y el Centro de Artes Bicentenario que llevan su nombre.

Algunos de estos datos son citados en la “Cronología” (p. 187-193) escrita por su hija mayor Lucinda Gutiérrez Ruiz, pero el autor prefiere su faceta teatral: obras actuadas, montadas, traducidas (cuatro, junto con su esposa Lucinda Ruiz Posada: El dragón de Yevgeny Schwartz en 1964, La extraña tarde del Dr. Burke de Ladislav Smoček en 1964, La huida de Mikhail Bulgakov en 1977 y La conciencia de Zeno de Tullio Kezich en 1993), dirigidas, producidas, escritas (una sola, hacia 1952: “México Charentón”), directores (“su irreverencia (de Juan José Gurrola) estaba en el manejo del espacio, en la concepción general de la puesta, en el trabajo plástico (…), en su trazo”, p. 93), actores y actrices (“hay grandes actores y actrices universitarios que han sucumbido a la acción de la telenovela. Los ha destrozado”, p. 159), dramaturgos mexicanos y extranjeros, del presente y del pasado (“Creo que la gran dramaturga mexicana del siglo XX es Elena Garro”, p. 177; “es el más grande de los grandes dramaturgos del siglo XX de todos los países y de todas las latitudes: Ramón María del Valle-Inclán”, p. 167), montajes, giras, grupos organizados (Cómicos de la Legua de la Universidad Autónoma de Querétaro, 1959-1963 y Grupo de Teatro Latinoamericano de Roma, 1964), impacto popular y social de algunas escenificaciones, la lucha contra la censura burocrática y las limitaciones presupuestales, entre otros aspectos.  

Los únicos aspectos en los que más o menos profundiza son de cuando fue director de la emblemática Casa del Lago de la UNAM (1975-1978) y director de Difusión Cultural en la misma institución (1978-1979), pero sólo por la actividad teatral que allí desarrolló (allí produjo y actuó en veintiún obras).

¿Por qué enfatizar solamente su faceta teatral teniendo otras igual de importantes? La respuesta la proporciona él mismo: “Yo encontré los aspectos más profundos y traté de encontrarme a mí mismo a través de los personajes que actué” (p. 184).

Y concluye nostálgicamente: “No sé por qué sigo pensando tanto en el lema de Los Cómicos de la Legua (su grupo) cuando se alza el telón: “aquí termina el teatro y comienza la vida” (p. 185).

 

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