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1341 17 Junio 2013

 

Atropellamiento de un joven de 77 años
Hugo L. del Río

(Advertencia al lector: no me da por redactar sobre asuntos
personales, pero Luis Lauro me pidió esta nota, y pues, aquí
él es el mero mero petatero.)

Monterrey.- El hijo del hombre cruzaba, con la conciencia más o menos tranquila, la avenida Enrique C. Livas, a la altura de Tercera Avenida, cuando un estruendo primero y un fuerte golpe después me trajeron de regreso a la realidad.

Como siempre, iba este alegre jovenazo hundido en profundas reflexiones preguntándome si las hormigas rojas tendrán relaciones sexuales con las hormiguitas negras, cuando un auto me atropelló.

La culpa no fue mía. Iba por mi derecha, y con uno setenta y cinco de estatura y cien kilos de desplazamiento, soy visible desde Madrid hasta Irkustk (eso queda en Siberia y hacia allá viajó el capitán Miguel Strogoff con el mensaje, bastante tonto, del zar de todas las Rusias).

Para torcerle el cuello al cisne, diré sin sombra de mentira que el automovilista entró en sentido contrario, y confesó que, preocupado por no pegarle a otro auto, por poco me rompe la madre.

Debo haber perdido el conocimiento tres o cuatro segundos. Cuando regresé al Valle de Lágrimas, estaba en una posición harto ridícula.

Con la nariz pegada al pavimento y las nalgas en lo alto.

El conductor se bajó. Debo decir que asumió su responsabilidad. Tuvo el rasgo de preguntarme si me sentía bien.

Comprenderán el tono de mi respuesta. A gritos comenté que en todo el ancho y ajeno mundo nadie le daría el calificativo de hombre de inteligencia y reflexión.

Luego tuve el mal gusto, pero explicable, dada la circunstancia, de meterme con su familia y aventuré que, en mi opinión, su señora madre se habría dedicado –y quizás aún no se jubilaba—al erróneamente llamado más antiguo de los oficios.

¿Quién llegó primero? Creo que algunos empleados del Casino New York, que está frente al parquecito. Me llevaron una sombrilla y unas cobijas para protegerme del sol, así como botellines de agua fresca y colocaron conos para desviar la circulación vehicular.

Junto a un cono se detuvo un carro y bajó mi ángel de la guarda: la doctora Hilda Sáenz Souza. Primero me ordenó que no me moviera, luego tomó el pulso y me habló en el tono más dulce que he escuchado en mi vida.

Nunca le vi la cara. De hecho, no le vi el rostro a nadie. Tenía el cachete izquierdo sobre el pavimento. Sólo escuchaba. La doc, odontóloga ella pero diplomada en primeros auxilios, llamó a la Procuraduría. Raudos y veloces llegaron los ministeriales:

“Aquí 300 blanco con azul uno. Estamos en 714, tenemos un diecisiete y estamos esperando a la blanca”.

Pisándoles los talones a los judiciales llegó el de la aseguradora. El chico que me atropelló –por la voz se entendía que era un joven—quería pedir una ambulancia privada para llevarme al San José.

El aporreador de teclas, la neta, no sentía dolor, aunque sí mucha incomodidad. Escuché al del seguro:

“No, la ambulancia privada le va a cobrar 600 pesos y el San José ni se diga. A lo mejor el señor tiene Seguro Social”.

Se fue al éter mi sueño de quedarme un par de días en tan lujoso hospital. Ya me veía rodeado de hermosas, esculturales y amables enfermeras. Por lo menos una de ellas, quizá dos, se enamorarían de este juvenil y atlético hijo del Noreste mexicano.

La doctora no me dejó solo ni un instante. Oí que alguien decía:

“Ya llegó el Ejército”.

Y sí, vi las botas de campaña y el pantalón que caía sobre ellas. Escuché el inconfundible tono castrense. Algo comentaban entre ellos los hijos de Marte cuando arribó la llamada Fuerza Civil y detrás de ellos los azules de Margarita Arellanes.

“Mira, también está la Marina”, dijo un bato.

El redactor se estaba impacientando. La ambulancia no llegaba, pero la doctora me daba ánimo.

Aquello parecía una convención de la sociedad civil y las fuerzas del orden y la ley: soldados y quizá marinos (no les vi las botas, no me consta), ministeriales, gendarmes del estado y municipales, casineros y curiosos al mayoreo.  

Tránsito nunca llegó, aunque la Cruz Roja se tomó su buena media hora para hacerse presente.

No pude menos que reflexionar: “si hubiera llegado un tránsito, de aquí saca para el mandado de todo el mes”.

Luego regañé a los paramédicos. “Nos acaban de avisar”, se justificó uno. “Si ha sido esto un accidente grave aquí la palmo por culpa de ustedes”, le repliqué.

Me pusieron el collarín. Jolines, cómo molesta. Luego, la camilla rígida y allá voy con toda mi lastimada humanidad al interior de la ambulancia.

Hacía muchos años que no subía a una. Todo el instrumental moderno me llamó la atención y le pedí al paramédico que me explicara la función de esas vainas.

Luego le pregunté por su vida privada. Resultó que estudia y faena en la Roja, es soltero y vive con sus padres.

Otro socorrista hablaba por radio:”Es un atropello…”

Lo interrumpí. Toda la vida he sido corrector y metiche. “La palabra correcta es atropellamiento, así escríbalo en su informe”, le dije.

Llegamos al Hospital de Zona. Siempre traigo la credencial del IMSS. Me entraron a rayos equis. Tomaron radiografías creo que hasta de las uñas. Luego pasé al examen de un par de médicos. 

Uno de los doctores me dio un papel escrito. “Es nuestra evaluación para su médico familiar. Lo vemos en buen estad. Pase a la farmacia y se toma cada doce horas durante tres días estos analgésicos”.

Salí, crucé Pino Suárez, abordé un taxi y le solté al chofer el chisme del atropellamiento con todos los detalles. Lo entretuve hasta que llegamos a mi depa.

Subí las escaleras con lentitud, pero indudable gracia y aproveché para extorsionar sentimentalmente a mi hija mayor y su vástago, orgullo de nuestro nepotismo, quien le pega bien a la cocina.

“Me muero de hambre y no tengo nada de comer en el refri”, mentí.

Vinieron los dos, así los bendiga el Gran Geómetra a ellos, a la doctora y a todas las personas que me asistieron.

“Puedes intentar sacarle billete al que te arrolló”, me dijo en la noche el ángel luciferino.

“Eso sería perder la elegancia”, adujo el querubín de la luz.

Joder que es cierto.

 

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