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1348 26 Junio 2013

 

ENTRELIBROS
Narradores ante el público
Eligio Coronado

Monterrey.- Un clásico ha vuelto: Los narradores ante el público y nos ha sacudido otra vez. (Antonio Acevedo Escobedo, comp. Monterrey, N.L: Edit. UANL / INBA / Ficticia Editorial, 2012. 2 v. Colección Biblioteca de Ensayo Contemporáneo).

Su auténtico valor ha permanecido intacto en el tiempo. ¿Y cuál es ese valor? La revelación de viva voz de los orígenes de las vocaciones literarias de treinta y tres escritores mexicanos destacados (algunos emblemáticos) de los años 60.

Nacidos entre 1910 (Rubén Marín) y 1940 (Gustavo Sainz), estos autores recibieron la encomienda de hablar sobre sus vidas personales y literarias (iniciación, lecturas, influencias, formación, etc.) y leer algo de su obra.

Este ciclo de lecturas fue organizado por el entonces director del Departamento de Literatura del INBA, Antonio Acevedo Escobedo (Aguascalientes, Ags. 1909-Ciudad de México, 1985), durante 1965 y 1966.
Como en todo ciclo, es imposible que estén todos, notamos las ausencias de José Agustín, Elena Garro, Juan Tovar, Fernando del Paso, Parménides García Saldaña, René Avilés Fabila y Augusto Monterroso, entre otros.

Sin embargo, entre los incluidos hay verdaderas luminarias: Juan Rulfo, Carlos Fuentes, José Revueltas, Juan José Arreola, José Emilio Pacheco, Salvador Elizondo, Jorge Ibargűengoitia, Vicente Leñero, Juan  García Ponce y Rosario Castellanos.

Junto a ellos encontramos autores de obra sólida, que ya han sido valorados apropiadamente por la crítica y por el tiempo: Ricardo Garibay, Inés Arredondo, Luis Spota, Amparo Dávila, Juan Vicente Melo, Guadalupe Dueñas, Rafael Solana, José de la Colina y Carlos Monsiváis, et al.

Uno a uno, estos autores van descubriendo los entretelones de su oficio con la transparencia de la confesión: “vivo como escribo: por exceso y por insuficiencia, por voluntad y por abulia, por amor y por odio” (Carlos Fuentes, v. 1, p. 172).

“He comenzado por minar el orden tipográfico usual, eliminando guiones de diálogos y la unidad párrafo; he abolido el uso de las cursivas y el de las comillas en citas o frases hechas o títulos de libros, películas o revistas” (Gustavo Sainz, v.2, p. 205).

“Un escritor no se improvisa, y si no vive con la pasión de crear como una exigencia diaria, no logrará la que podrá ser su gran obra” (Edmundo Valadés, v. 2, p. 59).

Naturalmente, parte de su formación implica la lectura sistemática o desordenada de cuanto material bibliográfico se encuentre a la mano: “Como la mayor parte de los niños prehistóricos que apenas conocieron la televisión y los comics, recorrí la obra completa de Emilio Salgari; en cambio, Verne y Dumas no me entusiasmaron” (José Emilio Pacheco, v. 1, p. 265).

“Como tenía tiempo de sobra, dedicaba casi todo el día a la lectura. Era tanto mi empeño (…) que mi familia pensaba que iba a volverme loca de tanto leer” (Irma Sabina Sepúlveda, v. 1, p. 224).

“Dejé las novelas rosas, cuyo género había agotado, para ocuparme de Homero, Virgilio, Cervantes, Santa Teresa, Luis Vives, Sor Juana, Eurípides, Lope de Vega, Shakespeare o los autores populares del día. Todo sin orden y todo indigestado.” (Beatriz Espejo, v. 1, p. 231).

Tal como se asienta en la introducción, este ciclo de conferencias constituyó un espectáculo que por primera vez en México, convertía al autor en personaje y lo obligaba a una pública rendición de cuentas, a un concurrido examen de conciencia. (v. 1, p. 12).

 

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