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1348 26 Junio 2013

 

Conarte y los inconformes
Cordelia Rizzo

Monterrey.- Muchos estamos de acuerdo en que la idea general y el trabajo del cual surgió Conarte debe retomarse.

La participación ciudadana en la política, en este caso cultural, se ha vuelto la bandera de moda del neopriismo; que no sorprenda que en instituciones como las encargadas de la seguridad pública –ámbito que requiere un manejo fino y estratégico–  puedan devenir  instituciónes ciudadanas; aún en estados tan complejos como el Estado de México. 

Pero antes de entrar en un debate sobre el retorno o revisión de las formas que dieron luz al Conarte en 1995, se debe repasar por qué no hubo un contrapeso que le impidiera volverse este barco en permanente hundimiento. También hay que estar muy conscientes de cómo ha cambiado Nuevo León y su ámbito cultural y artístico del 95 a la fecha. 

Hemos perdido mucho, y reconocerlo no va en contra nuestra, va a favor del fortalecimiento del ámbito cultural que se nos ha ido de las manos. Los 90’s prometían un porvenir que no llegó, y en su lugar hay una pálida antítesis: una ciudad con museos y dependencias de cultura, que apenas generan y sostienen programas.

Corrupción, la hay. De muchas maneras y a muchos niveles. Desde el hurto directo de recursos, la hiperburocratización, pasando por el compadrazgo, la pazguatez y la ineptitud; me atrevería a decir que incluso la renuencia del Conarte para adoptar una política seria que alivie el dolor de las comunidades trastocadas por la violencia de la guerra contra el narco a través del arte, es corrupción.

Quienes nos desenvolvemos en el ámbito de la cultura somos muy prestos para elaborar discursos, es noble y distinguido. Sin embargo, discurrir no equivale a ser un buen gestor, ni el ámbito cultural es sólo el Conarte. La discusión es un buen paso, y frecuentemente, un buen distractor para no evaluar lo que hemos dejado de hacer como actores culturales.
En resumen: ¿por qué los presidentes del Conarte han tomado tan malas decisiones, de forma tan impune? ¿Por qué ha decrecido tanto el presupuesto de cultura?

Política cultural
Los estragos de la violencia demandan una política que ponga, ya, al alcance de todos y todas, un ámbito cultural que sirva como herramienta para sobrellevar y resolver creativamente la inestabilidad de la comunidad. 

Existen esfuerzos desde el aparato de cultura pero son limitados, y lejos de ser una política de Estado que estuviera ya aliviando estas tensiones en todos los puntos clave de la ciudad y de Nuevo León, lo que se reclama en la discusión post-renuncia de la titular, y con mayor ahínco, son apoyos para los creadores.

Uno recibe apoyos por esa prerrogativa humana de producir y servir con el trabajo a la comunidad. Hay maneras claras y otras más elusivas de hacerlo, pero eso es sólo una parte del todo, además derivado de un concepto de ‘genio’ del liberalismo clásico, que ahora está en crisis.

Claro que sería bello volver a 1995, cuando éramos más jóvenes, teníamos más energía e ideales, y había más presupuesto y menos de nosotros. ¿Qué motiva a los entusiastas de la discusión en torno a Conarte? ¿Por qué no se toma en cuenta la capacidad de los mismos creadores de destruir el ámbito cultural?

Es muy fácil descansar en el ensueño de las buenas épocas, sucumbir a la nostalgia y al delirio. Sin embargo, aquellas fuerzas y cualidades que podrían engendrar buenos creadores, no tienen por qué traducirse en buenas habilidades de gestoría. 

El gran monstruo es la sociedad: qué pide, qué necesita, qué puede hacer la colectividad a su favor, pero también qué hace en su contra de manera frecuente. La fauna de creadores no estamos fuera de ello, y ningún artilugio crítico nos separa o distingue. 

Espero que no se me malentienda. Siempre pugnaré por la democratización de la cultura, aunque nos cueste horas extras, desilusiones, conflictos y una alerta constante sobre el terreno que pisamos. Pero la idea es pensar más allá de los públicos cautivos, y para ello se requiere una dosis de amor profundo por lo que una hace, y por las personas con las que una trabaja. Se requiere hacer equipo. Conservar una buena disposición hacia el otro, que permita que se abran espacios de intercambio humano genuino. 

Esta es una carrera de resistencia, no un clavado olímpico. Gestionar implica estar frente a la verdadera deriva social, ver confrontadas las teorías y los diseños de los planes que se hacen constantemente, administrar recursos sabia y organizadamente.

Desde el Conarte y los ámbitos culturales independientes, he tenido las más gratas experiencias. Conozco a maestros y gestores brillantes que ya hacen mucho, y otros que deberían estar en puestos claves de la dirección de los destinos culturales. Hay también personas que han sido alienadas y su talento malgastado. 

Hace unos tres años publicó Felipe Ehrenberg una crítica al mundo de las galerías regiomontanas, en donde hablaba de la voracidad de negociantes que tienen los artistas, y de cómo ésta prima, sustituyendo al talento y la desenvoltura. Eso no es ajeno al ámbito público del arte.  Al final, es fácil pronunciar un discurso y otra cosa concretarlo.

Ya no es el 95, somos más viejos y menos pacientes para realizar las labores de gestoría cultural. Algunos hasta somos capaces de tirar las casitas de naipes que construimos, espantar a nuestros públicos, humillar y someter a personas cuyo talento de gestoría parecería competir con el nuestro, y pudieran hacernos sombra.  Hay caprichos que devienen modos legítimos de operar.

Hemos sido malos para construir, colaborar y fortalecer el ámbito ciudadano, que tendría que haber reclamado a Conarte, muchos años antes, lo omiso que ha sido. No hemos perdido el derecho de reclamar, Conarte y el Estado sirven al pueblo. 

Pero también malcreímos que los 90’s tenían integrado el camino hacia el futuro para que sólo rodase como alfombra que se desenrolla en dirección a un bello puerto, en el cual Monterrey conservaría ese brillo que nos produce ahora la nostalgia recurrente.  Pero, ni nosotros somos quienes fuimos en el 95’, y los 90’s tenían sus vicios de origen. 

Hacia el 28 de junio
A mí en lo personal el retorno del PRI en el poder me ha producido una sensación de que algo de los 90’s volverá. En Monterrey hay capital para elaborar una crítica seria y propuestas para rescatar al barco que se hunde.

Pero los sospechosos comunes que probablemente se reúnan el 28 de este mes a discutirlo frente al antiguo Palacio Federal, harían bien en echarle un ojo a las organizaciones comunitarias con proyectos culturales exitosos fuera de sus redes, e invitarlas.  Harían bien en hacerse una autocrítica.

Yo en lo personal alabo lo que ha hecho la Universidad Tecnológica en cuestión de inclusión y promoción de la lectura, a la Red Ciudadana en Guadalupe, que se ha sostenido como un grupo crítico y productivo, a Úrsula Werren, de FORMUS, a la Orquesta Infantil y Juvenil que dirigió David García, al Ballet Folklórico del DIF Nuevo León, y evidentemente, el trabajo con las escuelas preparatorias y de educación superior, hecho por el grupo Bordando por la Paz.

El antepenúltimo y penúltimo son proyectos que impulsó mi madre, pero se han sostenido a lo largo de dos décadas por la manera en la que se han aliado las comunidades para no dejarlos morir, aún cuando el apoyo estatal que tenían decreció. Es un contrasentido no apoyar proyectos que han probado ser eficientes y eficaces; son modelos que subsisten y hay que revisar de nuevo a nivel local.

El dinero y la investidura que vienen de un cargo público, están repletos de responsabilidad. El compromiso que se adquiere es de no claudicar a la primera de cambios, e ir más allá de la gestoría.    

Nuestro ámbito cultural no está al nivel de desarrollo de una ciudad con los alcances de la nuestra, y a ésto no sólo le dio al traste la ‘mafia’ en el poder.

Si fue posible destruir Conarte desde una sucesión de grupúsculos, fue porque delegamos mucho de nuestro poder a ellos, y porque los aspirantes a esos cargos y a los mandos medios querían exactamente lo mismo que sus antecesores: la discrecionalidad, la impunidad, el reconocimiento y la reverencia precisa de sus subalternos. El glamour.

 

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