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1375 2 Agosto 2013

 

COTIDIANAS
Me regalo con la lluvia
Margarita Hernández Contreras

Dallas.- Hace mucho que no escribo, sencillamente porque no me inspira nada o, en buen mexicano, porque no me da la gana. Así de simple. Pero hace unos momentos leí un hermoso tributo a un ser querido y a la lluvia. Es esta, la lluvia, la que me hace escribir estas líneas.

Siempre que llueve me parece que es la forma en que Dios me hace un guiño, solo y exclusivo para mí. Es su manera de decirme “te quiero, mi gordita linda”, de mimarme. Salgo de casa y veo las gotas a veces cayendo lentas, otras veloces y agresivas, y sólo atino a decir: “Gracias por este regalo” y me voy a trabajar con una alegre sonrisota.

No sé cuándo me hermané con la lluvia. De adolescente recuerdo salir de casa descalza a caminar por mi barrio (o si se podía por media calle descalza y con el pelo suelto). Claro, mi familia y vecinos me tachaban de loca. Si alguien me preguntaba adónde iba tan empapada, a mí se me ocurría responder: “A la tienda de doña Equis, a comprar maíz para hacer palomitas”, tienda que quedaba a unas seis cuadras de mi casa. Improbable tarea en medio de la tormenta, pero a mí me daba la excusa de caminar un buen trecho y luego devolverme a casa. Alcanzaba a ver a los niños risueños como yo, jugando a las carreras con sus barquitos de papel por los riachuelos que se hacían al borde de las aceras.

En los primeros meses de mi embarazo, soñaba con frecuencia que el bebé gestándose en mi vientre era hembra, nunca varoncito. Desde muy temprano y mucho antes de que mi obstetra lo confirmara, yo sabía que estaba formándose una niña en mi improbable útero, que seguramente se llamaría Valentina (nombre que en lo muy íntimo, me suena muy mexicano, cosa importante para mí que vivo en los “Llunites”).

En uno de esos sueños, se da una prolongada lluvia veraniega; el día es cálido y no deja de llover. Las gotas de lluvia se desparraman en medio de la abundante luz estival. En eso, como cuando adolescente, tomo mi niña de meses y la saco a la lluvia conmigo. Empiezo a dar vueltas y a reír feliz con la bebita en mis brazos. Mientras giramos, le explico que siempre querrá saber el origen de su intenso amor por la lluvia y que no se podrá explicar porque ese gusto está naciendo en este momento en que yo, su madre, estoy dando “borrachinas” con ella cuando apenas tiene unos meses de nacida.

Termina nuestro juego y me meto a casa a cambiarla y le digo: “Veamos si serás Luis o Luisa (porque además sabía que mi bebé, sin importar su género, llevaría el nombre de mi padre campesino). Le explico que no tendrá palabras para explicarse el amor por los variados grises del cielo y sus tormentas porque ese placer se está originando muy lejos aún de tener el don de la palabra.

En fin, el artículo que leí de Alma Delia Murillo dedicado a su abuela Paz me hizo recordarme como hija y hermana de la lluvia.

Y sí, yo también pido abundante lluvia el lejano día de mi muerte y si por ahí anda mi Valentina que gire y gire bajo mi mojado amparo y que luego se siga regalando con a la vida.

Margarita Hernández Contreras, guadalajareña, vive en el área de Dallas. Es traductora profesional del inglés al español.
margarita.hernandez@tx.rr.com

 

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