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1413 25 Septiembre 2013

 

ENTRELIBROS
Poemas de viaje
Eligio Coronado

Monterrey.- Aunque la lectura es en sí un viaje sensorial, Héctor Carreto nos invita a otro a través de Clase turista (Monterrey, NL. Edit. UANL / Posdata Editores, 2012. 82 pp, Colección Versus), un poemario que incluye impresiones, remembranzas, apuntes, ironías, deleites y reflexiones.

El estilo de Carreto (Ciudad de México, 1953) es práctico, pero no simple. Su oficio le permite capturar lo esencial y dosificarlo cuando es preciso o soltarlo todo de golpe si así le conviene al texto.

De esa manera nos lleva por diversos destinos (México, Estados Unidos, Europa, Canadá) en donde no faltan los turistas despistados, los insatisfechos, los cansados, los disgustados y hasta los virtuales:

“Bienaventurado el turista / que no vino a perderse / ni tampoco a encontrarse. / Sólo viene por algunas imágenes / que le ponen enfrente y no puede palpar. / Es la realidad que invade su pantalla” (p. 25).

En todo viaje hay sorpresas y decepciones, y el balance no siempre es favorable: “A los turistas nos irritan los malos olores. / No nos lleves, guía, a los establos / de Napoleón / ni a las caballerizas del Duque de Wellington; / no nos lleves a Waterloo, / donde la hierba aún hiede a sangre / y las moscas perturban / tanto a los muertos / como a los vivos” (p. 14).

“Me sentí estafado cuando conocí a la Gioconda en persona, porque se protegía tras un vidrio grueso.

Los ojos de ella no estaban a la altura de los míos, pues el lienzo colgaba en lo alto, como si se tratara de una santa. (…) ¿Para esto ahorré durante tanto tiempo?” (p. 68).

Los libros de viaje (en este caso, los poemarios) son la perfecta metáfora del paseo, pues el autor nos lleva por aquellos lugares que más le impactaron y su experiencia resumida nos contagia, sobre todo si lo hace poéticamente: “Escucho un estruendoso ruido amarillo: / es la luz lenta que rueda hacia la cumbre, / el alegre tranvía con su carga de almas” (p. 54), “El mar es un espejo quieto, liso. / Si no hay oleaje, / ¿cómo arribaron los corsarios / a los muros de Campeche?” (p. 44),

“De pronto, al templo penetra una luz ámbar: / es un grupo de turistas amarillos” (p. 26).

Repentinamente, junto a este litoral de palabras encontramos una metáfora que nos sacude porque combina viajes y saqueos literarios, o sea plagios: “Conozco a un turista / que en sus viajes por el mundo de la poesía / saquea versos de grandes poetas muertos / y los hace pasar como suyos / en los mediocres museos / que son sus libritos” (p. 21).

La lectura es un viaje que nunca termina. Una vez entrenado el espíritu se buscan constantemente nuevos destinos, sean turísticos o desconocidos, recomendados o traídos por el azar, pues lo que importa al fin y al cabo es la lectura, es decir, el viaje.

 

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