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1413 25 Septiembre 2013

 

No es por escandalizar
Irma Alma Ochoa
                                
Monterrey.- Leo la nota firmada por Verónica Espinosa,  publicada por la revista Proceso y difundida en las redes sociales, donde se narran las declaraciones hechas por Benjamín Castillo Plascencia (obispo de la Diócesis de Celaya) quien alegó que no hacía falta declarar una alerta de violencia de género por los asesinatos de mujeres, porque no son feminicidios, sino “crímenes normales”.

Ahora aparece una piedrita más en el zapato, cuando ya de por sí las solicitudes de declaratoria de alerta de género se topan con obstáculos puestos, aunque usted no lo crea, por las titulares de los mecanismos fundados ex profeso para proteger a las mujeres. Sí, las mismas personas que forman parte del Sistema Nacional creado para prevenir, atender, sancionar y eliminar la violencia contra las mujeres, son quienes se rehúsan a hacer lo que la ley dicta para proteger al género femenino.

El sucesor de los discípulos de Cristo, a la sazón experto en mecanismos de protección de las mujeres, expresó su opinión pocas horas después de que cientos de personas, muchas de ellas familiares de víctimas, preocupadas y dolidas por los cincuenta y cinco feminicidios registrados en esa entidad en lo que va del año, marcharon por las calles de la capital de Guanajuato, Irapuato, León, Acámbaro y San Miguel de Allende, para exigir al gobernador del estado que acepte la declaratoria de alerta de género.

Si bien el obispo planteó la necesidad de investigar las causas que originan los hechos; para él, la muerte violenta de mujeres “no es cosa de género” e indica que son homicidios circunstanciales. Duda de la dignidad de las víctimas al decir que son asesinadas “tal vez porque estén metidas en actividades ilícitas, porque sea parte de venganzas o porque se las llevan de paso”.

No obstante, el prelado admitió que “hay violencia en muchas casas”, y señaló que “protestar por los homicidios y exigir una alerta de violencia de género daña más a la mujer”.

Cavilo la última frase y por más que le doy vueltas al ovillo, no encuentro el hilo conductor para desenredar la trama. A la vez, me asaltan algunas preguntas que, utópicamente, me gustaría respondiera el obispo de marras, a sabiendas que mis palabras no tendrán eco.

Señor obispo: ¿cómo puede dañar a las mujeres el hecho de presionar al gobierno mediante marchas para que haga lo que está obligado a hacer?

¿En qué forma o cómo se vulnera a quienes se intenta proteger? ¿acaso son dañinas las pretensiones de vivir sin violencia, la exigencia de seguridad o las demandas de aprehensión y sanción para los responsables?

¿Sabe usted qué cosa es la alerta de género? ¿ha leído concienzudamente la Cedaw (Convención para la eliminación de todas las formas de discriminación contra las mujeres)? ¿conoce la Convención de Belém do Pará, de qué trata? ¿ha leído completa la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia? ¿qué dice?

¿Qué tipos de violencia se ejercen en contra de las mujeres? ¿qué modalidades hay? ¿el término feminicidio se refiere únicamente a muerte dolosa o hay algo más?

¿Puede la Iglesia, en su jurisdicción, eliminar o al menos aminorar la violencia contra las mujeres? ¿cómo? ¿es cristiano enjuiciar a una víctima que no puede defenderse? ¿es moralmente correcto que usted dude de las mujeres asesinadas en vez de ofrecer misericordia a las familias de las víctimas de su feligresía? 

¿Espera que seamos abnegadas, que nos quedemos encerradas a piedra y lodo, que callemos las injusticias, que no denunciemos las acciones que lastiman la dignidad, la salud física, sexual y mental, o las que arrebatan la vida de las mujeres y de las niñas?

Ay, señor obispo de Celaya, le sugiero que tome el ejemplo de su homólogo, el obispo de Saltillo, Raúl Vera. Don Raúl es tan responsable que pese a la distancia que separa, se unió espiritualmente a las organizaciones guanajuatenses que reclaman eliminar la violencia contra las mujeres y piden sanciones para los funcionarios públicos involucrados u omisos en las investigaciones.

O bien, tome el ejemplo de José Luis Escobar, arzobispo de San Salvador, quien hace unos días, ante el feminicidio de Silvia Rivera de 37 años de edad, exclamó: “La violencia contra la mujer, el feminicidio, ha estado muy presente lamentablemente en nuestra sociedad y diría en la sociedad de América Latina”, e instó a denunciar estos casos “para que la sociedad cada vez tome más conciencia de estos graves ilícitos, que no se deben dar”, concluyendo que “en nuestro continente tenemos una deuda con los derechos de la mujer”.

Contrasto estas afirmaciones con las suyas y la brecha es enorme.


No, señor obispo de Celaya, no se equivoque. 

Hablar de feminicidio no es para suscitar escándalo. Es para buscar justicia para esas personas que tienen el mismo sexo que María, la madre de Jesucristo. Sépase, por si no se ha dado cuenta, que la virgen a la que usted invoca en sus oraciones, a la que le pide interceda por la paz del mundo mundial, es mujer. Ella, la virgen, es mujer y tiene igual sexo que esas otras mujeres a quienes les truncaron la vida con violencia, con saña, con odio.

Señor obispo: Nadie, óigalo bien, nadie, ni siquiera usted con la jerarquía que ostenta, tiene derecho a descalificar el trabajo que las madres, las familias y las organizaciones de mujeres hacen para evitar que sigan matando a las mujeres y para conseguir una vida libre de violencia para sus congéneres que aún respiran y justicia para quienes han sido asesinadas.

El ruido que las ong´s hacemos, no es para escandalizar sino para encontrar justicia.

Dedico esta nota a Juanita, con esperanza.

 

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