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1435 25 Octubre 2013

 

EL CRISTALAZO
Manuel y Marcelo
Rafael Cardona

Ciudad de México.- Como todo mundo sabe, sin una verdadera oferta política y montado en la ahorrativa base de su exitoso paso por el gobierno de la ciudad, Marcelo Ebrard pretende hacerse de la jefatura del Partido de la Revolución Democrática donde ya son demasiadas las sirenas en el coro de aliento a la otra candidatura, la del “líder moral” Cuauhtémoc Cárdenas quien acumularía, de lograrse esa posibilidad, todos los títulos imaginables en la izquierda mexicana.

Pero también se conoce la dogmática salvedad de un partido en el cual los dogmas duran cuanto la conveniencia necesita: la no reelección en la jefatura del partido, lo cual sería pecado menor ante las actuales circunstancias.

La personalidad del ingeniero Cárdenas no requiere mayores análisis. Lo conocemos todos y en general goza del respeto y aun del afecto de numerosos actores políticos y buena parte de la opinión pública y publicada, como dijo ara el aprendizaje, Felipe González.

Pero la personalidad de Marcelo no ha sido suficientemente analizada o al menos no de manera tan deliberada como lo ha hecho, con legítima subjetividad, Manuel Camacho con quien Marcelo comenzó sus juegos de “temporada profesional” en el gobierno de la ciudad de México cuando estuvo al frente de varias áreas de gobierno en el departamento del Distrito Federal. Quienes los conocimos a ambos en aquellos años (era el apogeo del salinato) hemos hallado (quizá por eso) notable el artículo publicado por el senador Camacho hace unos días en “El Universal”.

No diré si el texto ser apega a la verdad porque no conozco esa extraña condición de la realidad, pero al menos si me gustaría comentar algunos de los aspectos esenciales de ese texto en cuya publicación veo un respaldo y quizá una despedida.

Camacho defiende a Marcelo por su prudencia al haberse retirado cuando comprendió su carencia de fuerza para disputarle al Peje su candidatura pues no habría podido lograr la cantidad de votos a fin de cuentas obtenidos (para perder de todos modos) por Andrés Manuel, pero al mismo tiempo elogia su convocatoria a la encuesta para decidir quién debe ser el nuevo presidente del PRD.

Aquí se aprecian, desde mi punto de vista varios atropellos a la lógica.

Si con la fuerza y el dinero del gobierno de la ciudad, con el control pleno de la Asamblea, con los tribunales a su servicio, con la mano firme con la cual sometió a todos sus colaboradores, no alcanzó la fuerza para ganarle a Andrés, difícilmente tendrá el poderío ahora cuando por un incomprensible cálculo dejó ir una posición en el Senado para hacer política desde el sector privado.

Para valga en su favor el hecho tradicional de sus decisiones incompresibles, las cuales a la larga le han rendido provechos en demasía. Si algo se le debe reconocer a Marcelo es su condición de triunfador. Casi todo en la vida le ha salido bien y muy pocos son quienes a su edad acumulan tal cantidad de beneficios, de todo tipo, además.

Si en su laberinto mental se hubiera abierto un espacio, posiblemente hoy hablaríamos del senador Marcelo Ebrard quien tendría los suficientes reflectores para asumir las mismas actitudes políticas de hoy, pero desde una plataforma mucho más visible. Hoy Marcelo es un ciudadano cuya biografía se escribe con un prefijo chocante: ex. Ex todo.

Hoy Marcelo está metido en dos afanes similares: subirse al carro oportunista de la consulta sobre reforma al sector de la Energía (llamarle consulta energética sería darle cualidades inexistentes como sucede cuando se confunde lo alimentario con lo alimenticio) mediante una consulta y otra consulta más (se le puede llamar encuesta, investigación, medición o como se quiera) para lograr dos fines distintos por el mismo camino. 

En el primer caso la idea no es suya, es de Cuauhtémoc, como de Cárdenas parecen ser la causa y la cruzada. Lo otro parece un oportunismo. En el segundo, tampoco lo fue desde la candidatura presidencial, de Andrés. En ambos casos no parece haber réditos en el horizonte. 

Josefina

Y en la casa de enfrente las cosas tampoco parecen librarse del ADN de sus protagonistas. Josefina Vásquez Mota quien irrumpió de manera trompicada y poco sorpresiva, entre la indecisión y el agua tibia, no parece un modelo de evolución política.

Hoy la señora Vásquez Mota emerge del doloroso pantano de su derrota y se ofrece como la salvación de un partido contradictorio y hasta el día de hoy ayuno de ideas, como le ha ocurrido de un tiempo a esta parte.

Ha dio estas cosas y otras más:

“He aprendido lecciones importantes, y quiero decir lo siguiente: lo primero que espero es la resolución del IFE (para que avale la reforma a los estatutos del PAN)… lo segundo, es que requerimos garantizar un piso parejo y dar certeza al militante de que va a tener una participación democrática, (pues) sería un contrasentido que en nuestras propias filas se dieran prácticas que hemos rechazado permanentemente, y creo que lo que tenemos que hacer, en todo caso, es impulsar con nuestros militantes el regreso a nuestra misión creadora de instituciones… tener muy clara la estrategia.”

“Necesito una estrategia contundente (si la necesita es porque no la tiene) y con propósitos suficientemente claros (¡ah!, ¿tenquiú?); segundo, construir un equipo poderoso en sus comisiones de trabajo, que permita la inclusión de todos los grupos (¿incluyendo los señores Pero Grullo y Gali Matías?)”

“Y lo tercero, estar mucho más cerca de decisiones fundamentales: tener confianza, pero supervisar más (al equipo poderoso). Debo dar más seguimiento al cumplimiento de acuerdos. Una exigencia que es fundamental en la contienda es tener estándares de exigencia muy altos”.

 

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