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1540 21 Marzo 2014

 

MUROS Y PUENTES
Monitos de antaño
Raúl Caballero García

Dallas.- Esta entrega la baso es una serie de charlas, vía e-mails, con Zertuche –un viejo amigo regiomontano que radica en Houston–; con su venia me permití asimismo editarlas para evitar esas partes de la interlocución que dicen cosas como “el whiskey ya se me acabó”, y los “¿quihubo, cómo estás?”, o menciones como: “Don Julio no ha vuelto desde antier, volverá todo golpeado” (Don Julio es un gato de Zertuche), y otras cosas así de intrascendencia familiar.

Pero entonces le entrego a los lectores un texto depurado (con algunos nuevos detalles de mi cosecha) que rescata exclusivamente el tema de “los monitos”, esos suplementos dominicales con los que crecimos muchos y que tanto Zertuche como yo hemos nostalgiado y por ende venimos apuntado, al paso de varios días, una revisión somera y festiva; y pues notarán que nos detuvimos en las desventuras de Pancho ante Ramona, en Educando a Papá, ese choque de clases que si lo vemos bien, sigue siendo un retrato de la actualidad.

En mi adolescencia, cuando enmedio del tiempo libre me encontraba el periódico en la sala, solía buscar noticias insólitas –no me importaban mucho los acontecimientos diarios en el mundo–, por lo que me entretenía más en la sección policiaca, las más rojas eran las mejores notas. Me gustaba domeñar los dobleces y las vueltas de las páginas que cubrían la mitad de mi cuerpo. Repasaba la información de los deportes, me entretenía en la cartelera cinematográfica, especialmente en los títulos de las películas que coronaban los carteles de las cintas y ahí me perdía un buen rato imaginando las tramas o bien lo que me sugerían dichos títulos y carteles y, como consecuencia de los intereses infantiles (y a esto queríamos llegar) todavía me gustaba leer la sección de monitos o de tiras cómicas, que era un encarte tamaño tabloide; de hecho la dejaba “para el último” y así la disfrutaba como una coronación del ocio.

Lo leído en “los monitos”, para muchos el primer hábito de lectura en la infancia, suele prevalecer a lo largo de la vida; cuando eventualmente uno se topa de nuevo con esa sección, cede a la tentación ociosa de repasarla, incluso con cierta fruición cuando el hallazgo son tiras como las de antes... y es que en la actualidad los monitos ya no son los mismos. Eran aventuras, había calidad lo mismo en el guión que en el dibujo, había maestría, el asombro crecía con, por ejemplo, El Fantasma –tira clásica, ¿no?–, cuyo personaje mítico en aquella Cueva de la Calavera, bajo una impetuosa cascada, vengaba generación tras generación el asesinato de su padre, por siniestros piratas.

En ese tenor de aventuras, en la naturaleza destacaba Tarzán –clásico de clásicos–, siempre seguido por Chita a través de la selva, donde además contaba con Jane, a la que impresionaba poniendo orden en la jungla. Cuando yo era niño, con mi familia tuvimos un perro llamado Tarzán, inolvidable; y en la cuadra trasera a mi casa, en Héroes del 47, había un amigo de la familia al que apodaban Chita, un tipo noble y servicial de la generación de mis adultos. Los monitos nos influenciaban, los volvíamos cotidianos, más acá de los cuadritos que habitaban.

Hmm, yo no sé bien si éstas o alguna de las que enseguida mencione sigan publicándose en los periódicos de hoy; es cierto que eventualmente reaparecen o salta el hallazgo en viejas ediciones, en extrañas y variadas circunstancias, como una que menciona Zertuche –y que fue la que resorteó el tema en nuestro intercambio cotidiano de correos electrónicos– cuando entre cajas y viejas publicaciones buscando un lejano artículo de pronto se topó con un amarillento recorte: ¡El primitivo Trucutú!, aquel cavernícola al que un científico transportaba en el tiempo. Zertuche señaló que en Monterrey por lo menos dos canciones sonaron protagonizando al personaje o referenciándolo al inicio de los años sesenta; una de Los Hooligans y otra de Vianey Valdez (¿alguien sabe los títulos y/o recuerda las letras?).

En la lucha contra criminales era notable Mandrake, el mago. Era un hipnotizador genial y elegante, portaba una gran capa y sombrero de copa, se peinaba con brillantina y daba cuenta de maleantes urbanos; su asistente Lotario, siempre estaba disponible y en sus aventuras no podía faltar la voluptuosa Narda, quien le ponía sabor al caldo.

A propósito de héroes citadinos dimos con Dick Tracy, aquel rudo y efectivo detective con sombrero de cinta y traje emblemático del gremio (acaso la facha pionera del gremio). Su mundo se inscribe en el género negro literario, lo dramático entre gangsters, la vida entre matones. Tratamos de recordar a sus rivales, los miembros del hampa que por lo demás eran personajes emanados de lo grotesco, para maravillar nuestro asombro, con características distintivas, toda una galería –recordábamos– del horror; Zertuche mencionó al Arrugas y yo participé con El Murmullos, pero los huecos de la memoria se ensanchaban.

A estas alturas, entre saludos e intercambios se metió el buen Lucrecio Petra (desde Corpus Christi). Por un rato se dedicó a pitorrearse de nuestros afanes y a puyarnos con mails como “yo los hubiera imaginado intercambiando opiniones sobre las víctimas del desPeñadero”; y también con otros de este estilo: “Mientras Obama deja abierto el chorro de las deportaciones, ustedes se la pasan de entretenidos... ¡con los monitos!”; y luego, para acabarla, se le unió Laura Blas (a la que Lucas le ponía copias de sus mails): “Y ni siquiera han mencionado a Fantomas, y a ver si llegan a Mafalda”.

Pero luego de un silencio, sin esperarlo, Lucrecio me mandó el párrafo que copio abajo –celebrado por Zertuche– con este lacónico mensaje: “De la Enciclopedia Digital”:

“Hasta aquel momento (1937), Tracy se había enfrentado a villanos de aspecto más o menos convencional, pero entonces se encuentra con un asesino sin rostro que al final, bajo una máscara, revela sin facciones, eran los horribles rasgos de un tal Frank Redrum. A partir de ahí, los enemigos de Dick Tracy se caracterizarían por deformidades y tics, y con frecuencia también por las horribles muertes que sufrían. El enano Jerome Trohs y su enorme esposa, Mamma; Little Face Finny, cuya cabeza es enorme pero su cara minúscula; Mole, un asesino con cara de roedor que se oculta en el subsuelo; el arrugado Pruneface; el pianista homicida 88 Keys... Una sucesión de criminales que no daría respiro ni a Tracy ni al lector. (Jesús Jiménez en Tebeósfera, segunda época # 6.)”

En esos ratos encontrábamos otros personajes extravagantes o disparatados como Don Fulgencio o como Benitín y Eneas ¿eh? y en algún recuadro, infaltable, la viñeta de datos impensables pero ciertos: Aunque Usted no lo Crea, de Ripley. Y entonces, entre sonrisas de variados calibres, Educando a papá.

En el fondo, Educando a Papá es una humorada corrosiva, pero en la superficie goza del prestigio de una noble tira humorística. Vemos al Pancho cotidiano que mantiene la relación con sus antiguos camaradas y a Ramona viviendo con sus continuos enfados; en tanto Nora se la pasa retacando el closet de ropa nueva. Ramona había sido lavandera en su pasado, pero como nueva rica se acostumbra pronto al dinero. Arribista, batalla para educar a su esposo, pretende que abandone sus aficiones propias-de-la-plebe, que en esa vida de cuadritos aparecen una y otra vez. El resto de los protagonistas de la serie son, además de Perico y los parroquianos de su bar, los numerosos, incapaces sirvientes. Un mundito extravagante que refleja el de sus lectores y espectadores... Y amplificando: con agudeza examina, enjuicia, evidencia, exhibe, etcétera, el modo de vida norteamericano de las primeras décadas del siglo 20; ese cuadro de costumbres en el que tan bien se reflejan estas mismas con las que vivimos entre otros muchos Panchos y nuevas Ramonas, enmedio del desPeñadero en México y la paradoja Barack Obama en EU, que socarronamente nos señala Lucrecio. La vida es retratada en los monitos.

Cuentan los historiadores que Educando a Papá tuvo desde su nacimiento un notable éxito; su creador fue George McManus, quien la lanzó en 1913, sindicalizándola a través de King Features; entre semana en aquella época aportaba tiras y los domingos la propuesta se daba en cuadernillos que con el tiempo derivarían en los tabloides y en “cuentos”, como nombrábamos las revistas que en EU fueron llamadas “comics”.

Pero en aquellos años todo se daba en las páginas de los periódicos, no había revistas. La radio operaba en su primera etapa; de hecho, no es sino hasta diez años después que comienza a transmitir narraciones (antes incluso de llegar a los “jingles” y la música); no existía la televisión, el cine al igual que la radio apenas despuntaba y el teatro contaba sólo con un fragmento reducido de asistentes. Era el momento en que Pancho prefería irse al bar de Perico, con sus camaradas de siempre, en tanto Ramona insistía en ir muy emperifollada al teatro, secundada por Nora, la hija. Es cierto, de esas relaciones familiares uno terminaba por odiar a Ramona, simpatizando de alguna manera con Pancho y deseando conocer a Perico, quien por cierto en algún momento quiso nominar a Pancho para gobernador.

Cuentan que la serie se vino depurando (su diseño, su dibujo), no así su contenido, pues la premisa siempre fue la misma: una familia de origen irlandés que de la noche a la mañana, gracias a la lotería, se ve parte de una clase social que florecía entre muchos de los inmigrantes en los Estados Unidos: los nuevos ricos. La escenografía definitiva –tras una serie de variaciones– se plasmó en el contexto del Art Déco de los años veinte. Para entonces ya era una serie muy popular, recorrió los periódicos del mundo, donde variaron los nombres de los personajes (los originales fueron Jiggs y Maggie) y entre nosotros Pancho y Ramona se volvieron familiares (Nora, la hija, en el original se llama Sony); también poseían un perrito, ¿no?

Así entonces, tenemos a Pancho, inmigrante irlandés, un pobre albañil para mayores señas, que un mal día le toca la lotería... digo “mal día” porque en esa fecha comienza su pesadilla: es cabeza de una familia de nuevos ricos, en la que Ramona (su mujer) y Nora (su hija) se desviven por arribar a su nueva clase. A partir de ahí se desencadena en cada tira, en cada página, una serie de peripecias que retrata con acidez crítica la sociedad de aquellos años, sus prejuicios mal entendidos enmedio de situaciones en las que McManus sabe sacar la belleza del humor. Y es que Pancho se resiste a dejar atrás los hábitos de sus orígenes proletarios; a contra marea –la de sus mujeres– él rema embarcado en su sencillez, buscando mantener sus viejas costumbres, sus viejas amistades; pero en los siguientes cuadritos vemos a Ramona y a Nora intentando ser aceptadas por la-alta-sociedad y desfalleciendo en el intento porque los modales de papá las avergüenzan y no toleran a sus “amigotes” de antaño.

En Norteamérica la tira era tan popular que lo mismo la disfrutaban en la Casa Blanca que en los muelles de los puertos, o entre los genios del cine silente; y además lo pregonaban (que era uno de los principales signos de la popularidad), por ejemplo son citadas con frecuencia las frases de Franklin D. Roosevelt y Harold Lloyd que, respectivamente, señalaron: “George McManus ha convertido este mundo en un lugar más genial para vivir”, y “Si todas las risas que estos personajes han dado al mundo se estirasen de un cabo a otro, abarcarían el mundo varias veces”. Educando a papá nació en la imaginación de su autor, inspirada por una comedia musical que vio siendo un niño –La liebre salta cuando salta–; McManus recordó de pronto aquella pieza vista en su infancia, The Rising Generation, a finales del siglo 19.

Al paso de los años, Educando a papá (el título original es Bringing Up Father) es llevada al cine, lo mismo en películas con imágenes reales que con dibujos animados; también se realizaron varios musicales, esas fastuosas producciones teatrales que se desarrollaron en Norteamérica. Su autor, McManus, muere en 1954, pero su creación fue contuinuada por diversos artistas, hasta el fin del siglo 20. Primero tomó la estafeta Vernon Greene, hasta 1965; le siguió Hal Campagna, quien la trabaja hasta 1980 (mi generación creció con el trabajo de estos dos); y luego la siguió Frank Johnson, “hasta su cancelación en el año 2000, después de 87 años ininterrumpidos en la prensa norteamericana”, apunta –solemne– mi amigo Zertuche.

La tira de McManus hizo escuela tanto en EU como en Europa, cineastas como Fellini o Chaplin no han tenido empacho en decir que fueron influenciados por esa tira (entre otras, claro). Su éxito sin duda estriba en que exalta el sentido del humor, pero lo hace con tino a través de una vieja fórmula: la sátira de costumbres. Le da cuerda con una mordacidad que enfoca los conflictos familiares, los conflictos de clases sociales; enfoca esa loca cotidiana coexistencia humana, de tendencias contradictorias en los individuos, que luego desatan esas propensiones a la angustia o a los trastornos neuróticos, que crecen o se relajan según sus contrastes.
Tiene razón Zertuche: los monitos ya no son los mismos, pero nosotros no cambiamos.

 

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