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1706 10 Noviembre 2014

 

 

España y Cataluña: menos amenazas y más política
Joan del Alcázar

 

Valencia.- Hoy [ayer] es 9 de noviembre. Miles de personas participarán en Cataluña en la gran manifestación con formato de consulta electoral. Me pregunto qué harán los que no se sienten invitados a participar, y no me gusta la respuesta a la que llego.

Bipolarización y fragmentación de la sociedad catalana. Pienso que a partir del crescendo del conflicto que se vive entre el gobierno de Cataluña [y una parte muy importante de la ciudadanía] y el gobierno de Madrid [y una parte que no sé cuantificar de la ciudadanía española], la situación es más tensa día tras día. El Gobierno de Rajoy está dejando pudrir el asunto, y el Gobierno de Cataluña está huyendo hacia adelante. Creo que los dos son presos de una dinámica que ellos mismo han generado y alimentado durante años y, sencillamente, no saben qué hacer. Veremos qué resulta de tanta incomunicación, pero me temo que nada bueno.

En mi opinión es importante tener en cuenta que la mayor parte de los demócratas españoles no tiene una idea de España que no sea medio folclórica, y esto en el mejor de los casos; les apaña el Estado de las autonomías al estilo de Ocho apellidos vascos. Ni saben ni entienden, ni quieren tampoco, ninguna otra formulación que la de una España unitaria con algunas singularidades que no cuestionen esa concepción redonda. No han tenido nunca la necesidad de preguntarse nada a propósito de la pluralidad de esa España que ellos ven mucho más homogénea de lo que realmente es. Los grandes partidos, quiero decir los de alcance estatal tampoco [su responsabilidad es infinitamente mayor], no tienen una línea propia de actuación ante lo que está pasando en Cataluña. La prueba es que desde la época Aznar el independentismo ha ido creciendo a un ritmo insospechado antes.

Es verdad que la izquierda española no sabe qué hacer, pero no está muy lejos de la izquierda catalana, que no es estrictamente independentista. Hablo de aquella que se embarcó demasiado alegremente con Mas y compañía. En cuanto a la soberanista, la que está por la independencia de Cataluña, no son menores las insuficiencias. Uno de los errores más importantes, según entiendo, es confundir España con la caricatura grotesca que ahora representa Rajoy y sus corruptos. Convendría, pues, no romper más puentes tanto con los españoles de más allá del Ebro como con los catalanes que no están a favor de la separación, a pesar de que ahora sean casi invisibles.

El 24 de agosto de 1944 las primeras tropas aliadas que entraron en París fueron las de la Columna Dronne, de la 2ª División Blindada de la Novena Compañía del Regimiento de Marcha del Tchad, popularmente conocida como La Nueve. El primer oficial de las tropas aliadas que llegó al Ayuntamiento de París fue el valenciano Amado Granell, y con él entraron un buen puñado de veteranos de la Guerra de España: catalanes, castellanos, valencianos, asturianos, gallegos, andaluces... y entre ellos el barcelonés Luis Royo Ibáñez. Él conducía un semioruga que llevaba escrito un nombre: Madrid; otros se decían Gernika, Teruel, Cap Serrat, Brunete, Ebro, Guadalajara, Santander...

Franco presionó a los franceses conforme pudo y a De Gaulle y compañía les vino bien silenciar la presencia de los republicanos españoles en la liberación de París. A los dos les convenía. Pasaron sesenta años y, en 2004, después de que se publicaron los diarios del capitán Dronne –quien comandaba La Nueve–, en los Campos Elíseos se rindió homenaje a aquellos valientes que habían contribuido a la derrota del fascismo.

Sólo quedaban dos supervivientes para recibir el reconocimiento. Uno de ellos era Luis Royo Ibáñez. Al ser entrevistado y preguntado por su papel como español en la entrada aliada en París, Royo matizó al periodista: “Republicano español, no español; republicano español, que no es lo mismo”. Entiendo perfectamente lo que quería decir el ex combatiente. Él era una clase de español distinta de los de Franco, aquellos que habían establecido a sangre y dolor una dictadura negra como la noche más negra.  Somos unos cuantos quienes podríamos decir hoy el mismo que explicaba Royo Ibáñez.

No sé si Sergi Pàmies querría estar dentro de este grupo, pero escribía ayer [antier] en La Vanguardia: “En mi condición de español disciplinadamente contribuyente y sin antecedentes penales, a quien le da pánico vivir los estragos de discordia que sufrieron mis antepasados o sumarme a fratricidios, boicots y dogmatismos inducidos, pregunto a la autoridad española que tanto alardea de velar por mis garantías democráticas: si sólo se ofrece negación jurídica y no se explotan otras alternativas consultivas, ¿podemos considerarnos demócratas? ¿De verdad creen que esta garantía tendrá valor si en la práctica la mayoría desea separarse de España cuanto antes y como más lejos mejor?”. No puedo estar más de acuerdo.

Según entiendo, no hay más que una alternativa para salvar la fractura entre España y Cataluña. Es el federalismo asimétrico, y habría que definirlo. Ya no puede ser el Estado de las Autonomías, ya no puede valer el café para todos. Cataluña es distinta, pero cabría dentro de una España que se aceptara heterogénea y plurinacional, moderna, abierta y europea. No obstante, esto no se conseguirá con urgencias ni con los dirigentes políticos actuales. Hay que reformular el pacto constitucional, hay que abrir los ojos a la realidad. Y no será fácil. Veo que la situación es cada vez más tensa y veo demasiada miopía en las dos orillas del Ebro.

El divorcio está en marcha, y llegaremos a él si no somos capaces de encontrar vías de comunicación, de pacto, de comprensión y de lealtad. Y el divorcio, lo sabemos, siempre es traumático. Está claro que es mejor que una convivencia insoportable, pero haría falta, convendría, ir con más calma, explorar otras posibilidades. Todos. De momento, servidor, como Sergi Pàmies, también exige al gobierno de España que rectifique. Es el gobierno del Estado y, por lo tanto, es el que tiene la mayor responsabilidad. Paralelamente, convendría pedir a las dos partes menos amenazas y más política, menos bravatas y más amabilidad.

 

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