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1706 10 Noviembre 2014

 

 

Desmantelar el sistema electoral
Claudio Tapia

San Pedro Garza García.- Los crímenes de Tlatlaya y Ayotzinapa no son casos policiacos aislados, son los eslabones más reciente de una larga cadena de hechos políticos que exhiben la descomposición sistémica de un México desigual, injusto, corrompido, ingobernable. El derrumbe del Estado destapó las fosas clandestinas. Su colapso trajo el infierno a la superficie del territorio nacional.

La descomposición del sistema político es resultado de una larga historia de desatinos, simulaciones, y corruptelas, que han impedido que formemos un mundo común y un destino compartido, vivibles.

La degradación del sistema no sólo es culpa de los malos gobernantes. No es tan simple. No todos nuestros males provienen de la maldad inherente a los individuos; los más, se deben a la maldad política en cuyas estructuras nos movemos todos.

La maldad que es capaz de realizar un individuo en solitario es mínima, si se la compara con la que pueden llevar a cabo los responsables de la maldad política. Pienso por ejemplo, en la tortura para arrancar información, en la contratación de matones para intimidar a los oponentes, en la represión de manifestantes, en el asesinato y desaparición de disidentes, en los campos de confinamiento de migrantes, en los asesinatos del crimen organizado, en los crímenes de Estado y en el desamparo de los huérfanos.  

Maldades e impunidades aparte, nos queda claro que el fracaso del Estado no se debe solo a individuos concretos ni a la falta de un proyecto político; es la ausencia de representación lo que origina la imposibilidad de conducir a la nación, sanear estructuras y ponerle límites a la maldad política del sistema nacional. No es solo que los representantes nos salieron malos o que no supieron cómo hacerle, es que la manera de elegirlos anula toda posibilidad de representación y sin ésta no se puede construir un destino común y menos gobernar. La crisis del Estado se encubó en la reiterada simulación de representación.

¿Cómo pueden las “autoridades” que a nadie representan, obedecer y hacer cumplir el mandato constitucional de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos de los mexicanos, si éstos les son completamente ajenos, distantes, ignorados?

El que se representa a sí mismo conoce sus intereses pero ignora los que para la comunidad son esenciales. Sin representación, ni siquiera puede pensarse un proyecto de nación. Por eso no debe sorprendernos el olvido de la educación, el abandono de la ciudad, la marginación del campo, el desinterés por lo ambiental, el menospreció de la ley, la crisis de seguridad, la vulnerabilidad de los desiguales.

En el Estado que colapsó, lo humano fue aniquilado porque nadie lo representó. En el México que fracasó, la vida de los excluidos desaparece desde que están vivos porque antes dejaron de ser humanos, nadie los representa.   

Por eso, porque en la base de nuestros problemas está la falta de representación, creo que la urgente reconstrucción nacional debe empezar por el desmantelamiento del anacrónico y desprestigiado sistema electoral. Eso no lo resuelve todo, pero es un buen comienzo.

Barrer los escombros del viciado sistema, significa no votar.

 

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