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1731 15 Diciembre 2014

 

 

Por qué no creo
Claudio Tapia

 

San Pedro Garza García.- No es que no crea en las personas honestas e independientes, que las hay, conozco a algunas de ellas. En lo que no creo es en el sistema. No es que tenga dudas de la rectitud y buenas intenciones de algunos de los conciudadanos que desean representarnos en los cargos de elección popular. Lo que tengo es la certeza de que el sistema de representación anula cualquier asomo de autenticidad.

Por supuesto que existen ciudadanos ejemplares, con solvencia moral, oficio político, capacidad para articular acciones de gobierno, y que poseen programas viables para gobernar con eficiencia (no todos los que están ni todos los que aspiran a estar llenan el perfil, son la excepción), el problema es que cuando logran colarse, poco o nada pueden hacer porque tienen que actuar dentro de un sistema inoperante en el que no bastan la buenas intenciones.

La mascarada para fingir que es posible ejercer el derecho a ser votado sin tener que pasar por un partido (el verdadero elector), no es sino una más de las múltiples escenificaciones teatrales que han convertido a la representación en un sistema de simulación. La utopía pervertida.

La partidos no están dispuestos a permitir que se accedan a cargos de elección popular quienes no fueron elegidos por ellos. La aspiración ciudadana de hacerse del poder político, mal contemplada en una ley a modo, es nulificada en la práctica.

A los complicados requisitos que debe satisfacer el candidato independiente para participar en la contienda electoral, hay que agregar la escasa probabilidad de ganarle a partidos especializados en acarrear, cooptar y comprar votos en sus respectivos territorios. Tarea para la que cuentan con cuantiosos recursos económicos cuya procedencia nadie quiere ni puede fiscalizar.  

No se trata de una contienda electoral de buenos contra malos, de honestos contra corruptos, de independientes contra partidarios, para que el sistema funcione. La inoperancia del sistema de representación no es imputable a la escasa calidad moral de los candidatos de partido (tampoco los independientes gozan de buena reputación, no todos), se debe fundamentalmente a que el sistema se corrompió y convirtió a la representación en farsa y a los representantes en impostores.

No basta con la llegada de un honorable ciudadano (por bien intencionado que sea) independiente o no, para lograr que los añejos y serios problemas se resuelvan.

Y no me refiero a problemas graves como la inseguridad, violencia, crimen organizado y generalizada corrupción; pienso en cuestiones concretas como por ejemplo: poner orden en el sistema de transporte colectivo, retirar las pedreras que han convertido a la metrópoli en la ciudad más contaminada del país, frenar la alcoholización de nuestros jóvenes, combatir la obesidad infantil, detener el anárquico desarrollo urbano y problemas semejantes cuya solución parece sencilla, pero que se complica porque forman parte de la corrupción sistémica que envuelve todo y a todos.

La solución del grueso de nuestros problemas depende de que logremos la representación auténtica. Pero para refundar el sistema que la haga posible hay que desmantelar primero el que está viciado. Si bastara con el cambio de personas para que el pervertido sistema funcione, la representación se renovaría y sanaría cada 3 y 6 años.

Pero no ha sido así. Esto último no ha ocurrido ni creo que ocurrirá. No obstante, a pesar de mi incredulidad, doy la bienvenida a la valiente intentona ciudadana que supone que cambiando personas se supera la crisis de representación. Deseo que tengan razón.

A los que creen estar en la vía correcta para adecentar la manera de hacer política y de gobernar, a los que suponen que la actual representación es rescatable, a los candidatos independientes que cubren el perfil descrito (particularmente a los que son mis amigos), les deseo suerte, mucha suerte, la van a necesitar.

 

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