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1796 14 Marzo 2015

 

 

House of Cards y los políticos mexicanos
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Frank es un hombre peligroso/ Porque es un deshonesto/No tiene una guía moral/Porque el poder en manos de quienes no tienen honestidad/Sin guía moral /El poder se desquicia, espetaba duro Heather Dunbar ante un grupo de militantes demócratas de Iowa y un impasible Presidente Underwood, que busca la reelección en los Estados Unidos de Norteamérica(House of Cards, capítulo 38).

Mazatlán.- Honestidad y guía moral. En estos tiempos tan mediáticos el tema de la deshonestidad política ha adquirido alcances sorprendentes. Los medios de comunicación saben cada vez más de la vida pública, privada e incluso íntima de los políticos profesionales.

Y este conocimiento no sería un problema en una conciencia cínica, si no fuera porque les quitan la calma cuando los ponen en las portadas de los periódicos, las pantallas de TV, las redes sociales y suscitan una interminable discusión en todos los ámbitos de la sociedad donde generalmente pierden.

Así, el político otrora todopoderoso e inalcanzable en países como el nuestro, se han vuelto asibles y sujetos a las penalidades de una exposición frecuentemente cotidiana, incesante y dura que termina por acabar con cualquier activo ante la opinión pública. Así, sus figuras también otrora omnipotentes se vuelven espantosamente frágiles como los castillos de arena. Son lapidadas sin piedad cuando se les sorprende con las manos en la masa de la corrupción. Y esto es más ostensible entre aquellos políticos, que como reclama Heather Dubar a Frank Underwood, no tienen una guía moral que los lleve por el camino que los salve de la crítica.

Vamos, no cuentan con una carta de navegación que les permita marcar los límites de lo público y lo privado incluso, como lo señala otro pasaje de la serie House of Cards, la necesaria distancia entre poder y dinero, que en el caso de México, es lo mismo. Pero, en políticos más ambiciosos el poder es más que el dinero –como se lo diría y haría sentir el entonces aspirante a Presidente Frank Underwood a un poderoso petrolero texano cuando éste le ofrece su apoyo a cambio de “un solo favor” y aquel lo rechaza tajantemente. Un poder sin libertad, puede ser cualquier cosa, menos poder y ese es nuestro drama. Nuestros políticos (lo hemos visto) roban y trafican bajo la máxima hankiana de “Político pobre, pobre político”.

Percepción y poderes fácticos
En otro tipo de política se trata entonces de ser bien percibido entre los gobernados antes, durante y después de su mandato, como le sucedió al ex presidente uruguayo Pepe Mújica, quien salió “ligero de equipaje” pero bien librado ante la historia gracias a la congruencia entre el decir y el hacer, es necesario otro tipo de actuaciones públicas a las que estamos acostumbrados en este país. Es moralmente insostenible el dicho aquel de Peña Nieto de que la “corrupción es cultural”. Porque reconocerlo significa que se le ve como propio de la política. Y si es así, estamos hablando de una crisis moral de la política.

Pero, claro, no es fácil que no sea así, en tiempos donde los políticos están dominados por los poderes fácticos y el dinero, y son estos los que determinan las prioridades de los gobiernos y estos luego se ven atenazados por apetitos y ambiciones particulares, sea por la asignación de obras públicas, los contratos jugosos, el tráfico de influencias o el toma y daca en el terreno político, lo que se percibe es que los necesarios límites entre lo público y lo privado han desaparecido y lo que tenemos es que el gobierno se ha vuelto un espacio para las transacciones privadas lejos del bien común.

Véase el más reciente desvarío neoliberal, la iniciativa llamada Ley de Aguas, que como con los energéticos, siendo su propiedad un derecho público podría pasar en el mediano plazo a manos privadas. O en un sentido más político, está la denuncia que ha hecho el senador Javier Corral, de que la designación de Eduardo Medina Mora, como nuevo ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, corresponde a una lógica de cuotas entre el PRI y el PAN, de manera que ésta pierda su independencia y termine por partidizarse, en perjuicio también del interés público –como sucede hoy en el atolladero llamado INE.

La mentira de Peña
Es por este tipo de dinámicas que el presidente Peña Nieto es percibido por el gran público como un hombre deshonesto, al igual que su esposa Angélica Rivera. Existe la opinión extendida de que ambos han mentido con la explicación sobre la adquisición de la llamada Casa Blanca. Se intuye razonablemente un intercambio de favores entre la Presidencia de la República y los empresarios “preferidos”. Que ha revelado, como bien lo dice Denise Dresser, un gobierno de cuates, por encima del interés público.

Es decir, corrupto, donde ni siquiera se respetan las propias leyes del libre juego de mercado. Lo que pudiera generar en el futuro problemas mayores, pues está visto que en México todo, todo, se arregla con dinero. Es decir, quien desee hacer negocios tiene que saber de los “moches” o el famoso ten-percent que reclaman muchos funcionarios a los proveedores de los insumos en las instituciones públicas.

Y, cuando esto sucede, la única opción que parece quedar viva es el cinismo del gobernante. La actitud insolente de que hagan lo que hagan, digan lo que digan, las cosas se hacen por encima de la opinión pública al cabo para eso es el poder (sin guía moral).

Frank y los priistas
Finalmente, hace un tiempo trascendió la noticia de que Enrique Peña Nieto y algunos jerarcas del PRI habían pagado al actor Kevin Spacey (Frank Underwood) para tener un encuentro en Cancún con el fin de charlar sobre los temas de fondo de la serie House of Cards y lo del pago fue negado aun cuando el actor principal no lo aceptó, ni lo negó, mandaría un Twitter a sus millones de seguidores que en México había un gran reformador.

Viene a cuento está referencia por dos razones: Una, que tiene que ver con un elemento intrínseco a la serie mencionada, que son las tesis sostenidas entre Maquiavelo y Montesquieu, brillantemente expuestas por el pensador francés Maurice Joly, en una texto imperecedero que lleva por título Diálogos en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu; y, dos, lo que conlleva el epígrafe de entrada tanto para la clase política, como para la sociedad mexicana.

Joly, en su obra que ya circula hasta en ediciones de bolsillo, pone frente a frente dos visiones de la política. Dos visiones que se escribieron antes de las democracias representativas europeas, pero que tienen que ver con ellas en tanto ordenan la vida en sociedad y otra que tiene que ver con el corazón del político más allá del “contrato constitucional” y lo mueven la ambición desmedida por el poder.

Ambos están presentes en la sociedad mexicana, incluso en el poder y lamentablemente la que domina en el ámbito de las decisiones públicas es el del pragmatismo, la ambición, tope con lo que tope.

Vamos, desquicia al poder.

 

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