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1850 29 Mayo 2015

 

 

El festín de los morbosos
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Hace días, una académica del Tec me dijo: “hablar de guerra sucia es pleonasmo. ¿A poco existe la guerra limpia?”

Le respondí que si bien entre enamorados se dan las guerras limpias (“a batallas de amor campo de plumas”, escribió Góngora, aunque también el amor sucio puede ser encantador) en términos generales tiene razón: aun en las guerras entre naciones hay reglas y Tribunales Internacionales para quienes las infrinjan. Con todo, la esencia de una guerra es la suciedad: sangre, despojos humanos, violencia extrema.

El problema es que las campañas electorales no son guerras; son contiendas: se supone que predomina el debate de las ideas, no la exhibición de las inmundicias privadas del contrario. Cuando hay carencia de ideas a debatir, sobran las injurias por proferir.

Lincoln sufría de trastorno bipolar, pero era maestro en la polémica y la exposición de sus principios. A Churchill le gustaba fornicar con sirvientas, pero ganó la Segunda Guerra Mundial. De Gaulle era un déspota con sus cercanos y un altanero, pero liberó a Francia. Nuestro Juárez era un grillo marca diablo, pero acabó con los invasores monárquicos de México. ¿Eran candil de la calle y oscuridad de su casa? Me da igual: sabían arreglar lo descompuesto.

Desde luego, Lincoln, Juárez, Churchill, De Gaulle, son excepciones históricas portentosas, garbanzos de a libra en el mundo occidental: no son la regla en las campañas electorales, donde, por lo general, tenemos que eligir entre candidatos mediocres, ignorantes y zafios. Ni modo: queremos pensar que ganará el menos peor. O al menos, esa debería ser la constante. Porque con la guerra sucia, a los electores nos llueve sobre mojado: elegimos al más hábil para balconear al contrario, para cubrir de estiércol a su más cercano rival. Y para eso los mexicanos nos pintamos solos: perfeccionamos la guerra sucia. Tiramos la piedra y escondemos la mano.  

“Dadme dos líneas escritas del puño y letra del hombre más honrado y encontraré la manera de apresarlo”, alardeó Richelieu. La frase célebre del Cardenal puede actualizarse: “Dadme las conversaciones telefónicas del hombre más honrado y encontraré la manera de quemarlo en Facebook”. Lo cual no quiere decir que las acusaciones sean falsas. Podrán ser ciertas, pero si forman parte de su vida íntima, privada, no me incumben. De hecho, no le incumben a nadie. ¿Y si son causal de delito? Que procedan las instancias legales y lo metan a la cárcel, si es culpable.

La guerra sucia electoral es un barril sin fondo. ¿Qué nos falta esperar? ¿Candidatos en orgías? ¿Políticos zoofílicos o en cine gore? ¿Videos tanto de mítines como de moteles de paso? Nada que escandalice peor que la falta de estadistas, de servidores públicos con talento, o con la mínima capacidad para dar resultados concretos. Y es que, de seguir husmeando bajo las sábanas, en las próximas campañas electorales no proliferarán las mujeres inmaculadas ni los padres de familia modélicos, sino los hipócritas y los doble-cara, esos personajes que tanto abundan en las sociedades de campanario como la nuestra.

 

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