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1868 24 Junio 2015

 

 

Un caso de extrema simbiosis personal
Eligio Coronado

 

Monterrey.- Hay múltiples formas de contar una historia. Una de las más comunes es apoyarse en un testimonio supuestamente escrito por alguien más: cartas reveladoras, manuscritos antiguos, mapas de tesoros, diarios personales, documentos, libros mágicos, etcétera.

Eso han hecho muchos escritores: Borges (“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”), Cortázar (“Manuscrito hallado en un bolsillo”), Fuentes (“Chac Mool”), Poe (“Manuscrito hallado en una botella”), Swift (Los viajes de Gulliver), entre otros.

Por este recurso ha optado Sergio Eduardo Cruz Flores (Ciudad Satélite, Edomex, 1994) en su cuento “Willclid Pennbone”, incluido en la antología Se oyen voces en el pasillo*.

El falso libro, en este caso, es Tragedias del drama, del también apócrifo investigador de teatro Rómulo Fernández, publicado en Buenos Aires por la inexistente (allá) Editorial Cencerro.

Refiérese en este texto la curiosa historia de una simbiosis personal y profesional entre dos actores shakesperianos: William Rathbone y Euclid Pennworthy, que un día de 1878 deciden cambiar los personajes que hacían en la obra de El cisne de Avon, Otelo (en la que William era Otelo y Euclid, Yago), para ver si alguien lo notaba.

Su actuación es tan perfecta que ni la actriz que hacía el papel de Desdémona (esposa de Otelo) se da cuenta. Ni siquiera “El director y los demás actores (…) hubieran podido dar cuenta del hecho, lo que dejó atónitos a nuestros personajes” (p. 45).

Ese éxito o comprobación de su talento mimetizador los incita a emprender una misión más exigente: representar al otro en su vida privada, sin ser descubiertos.

Con el tiempo van adquiriendo detalles físicos del otro: “a Pennworthy empezó a crecerle un blanco bigote que era sello del carácter de Rathbone y la quijada del segundo (o sea, el mismo Rathbone) se extendió en semejanza de la de su compañero (Pennworthy)” (p. 46).

Ya para entonces se les conocía como “Rathworthy y Pennbone” (p. 45) y luego serían “Worthybone y Pennrath” y “Rathywor o Peyworth” (p. 46) e incluso “Ypenthorth” y “Worthyrath” (p. 47). ¿Reconocimiento, confusión o burla?

Todo acabó diez años después, en 1888, cuando al representar de nuevo la obra donde todo empezó (Otelo), uno de ellos, aquejado por “un enorme sentido de terror existencial” (p. 46), estranguló al otro.

El final de esta historia es borgeano: “Toda la compañía (teatral) (…) se acercó al simbionte asesino que sostenía el cadáver de su complemento y por primera vez en años se dieron cuenta de que William Rathbone y Euclid Pennworthy alguna vez existieron como individuos” (p. 47). Tal era el parecido que “Nunca se supo quién fue el asesino o la víctima” (ídem.).

 

* Sergio Eduardo Cruz Flores. “Willclid Pennbone” en Se oyen voces en el pasillo. Antología Resortera 2014. Monterrey, N.L.: Edit. UANL / Colectivo Resortera, 2015. 110 pp.

 

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