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1875 3 Julio 2015

 

 

Tribulaciones del taquero proscripto
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- En México emprender es sinónimo de abusar. Si el negocio que montaste es exitoso es porque evadiste impuestos, exprimiste a tu personal y vendes caro (“nadie se hace rico por las buenas”, dice un refrán mexicano).

En el fondo, una parte de la sociedad mexicana celebra que el gobierno maltrate con papeleos, trabas, moches, costos burocráticos y regulación excesiva el camino del pequeño y mediano emprendedor. Basta comparar los formularios simplificados en Alemania, Inglaterra e incluso Francia para la puesta en marcha de cualquier modelo de negocio, frente a la eternidad sufrida en México para gestionar cualquier trámite pinchurriento. En Alemania la ley obliga al gobierno a dar de alta a cualquier nueva empresa que lo solicite, en un plazo máximo de dos días.

En cambio, los gobernantes de México prefieren la beneficencia pública y las ayudas asistenciales, aunque se reduzcan a otorgar mil pesos por mes a los ancianos. “Lo importante de los subsidios no es el monto sino la mera intención”, se opina en México en un claro síntoma de la destrucción de la clase media y a la larga, un signo de la decadencia general.

Descalificamos en México a la economía informal y olvidamos que es otra forma de emprendimiento emergente, con su alta dosis de riesgo, igual a la de una S.A. bien establecida; aunque con una salvedad: el microemprendedor de la economía subterránea se aventura a un nuevo negocio no para ganar más dinero, sino para sobrevivir. Muchos emprendedores no lo son por vocación sino por necesidad, porque no tienen otro remedio.

Irónicamente en México, Colombia o Paraguay, el número de emprendedores es muy superior al registrado en cualquier país europeo. ¿Por qué? Simple: la falta de subvenciones o ayudas del gobierno para que un ciudadano monte cualquier negocio por pequeño o mediano que sea, activan nuestra creatividad y nos obligan a levantarnos todos los días de la cama y a no esperar la mesa servida. No nos queda de otra. Yo a eso le llamo economía guerrilla.

Debe ser un orgullo que una señora, por su cuenta y riesgo, capacitándose sobre la marcha, improvise una vaporera en la cochera de su casa para vender tacos mañaneros; que un mecánico abra un nuevo taller de enderezado y pintura; que un joven monte una agencia de diseño gráfico en su propio cuarto. Desde luego estos guerrilleros de la economía no representan el mundo ideal, pero sí el real.

El gobierno acusará tarde o temprano a la taquera, al mecánico y al diseñador gráfico de ser evasores fiscales hasta volverlos una especie en extinción. En México la economía guerrilla está proscripta por la Ley.

 

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