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1875 3 Julio 2015

 

 

Ta chido lo cuir
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- Queer as Folk, la serie de Tv que emocionó a los chavales de ayercito, popularizó un término que ya tiene sus buenos años discutiéndose en los grupos académicos, feministas y activistas  del arcoíris ilustrado. Si allanamos los baches políticamente correctos y trasladamos el bonito anglicismo Queer hacia un barbarismo chilero y decimos “cuir”, ¿qué pasa?

Pasa que cuir somos todos y todas, por eso todo lo tolera, todo lo soporta. Pensemos cuir como la sexualidad rara, extraña, desacostumbrada, tal como la fundamentó Judith Butler, la madre de esta teoría. Cuir: la fonética de la palabreja adquiere densidad gelatinosa en su pueril onomatopeya.

Cuir está presente en el aparador que sale cada junio a marchar con orgullo suave: lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, transgénero, travestis e intersexuales, más las especies que se acumulen esta semana. Pero va más allá y más profundo. Podemos economizar un resto de sofismas con sólo guardar bajo lo cuir todos los eslabones y cartabones entretejidos por las mismas minorías sexuales en el impronunciable e ininteligible trenecito LGBTTTI…

Todas las identidades son para lo cuir algo enjaulado, dominado, secuestrado. Lo cuir se interesa por los objetos excéntricos y revoltosos del ser sexual. Denuncia y arrincona la verdad erótica única. Más que categoría sexológica lo cuir es a mi modo de entender el signo aglutinante de toda la sexualidad humana.

Es la posibilidad de todas las posibilidades libres de imposición y violencia. Recupera el sentido lúdico, bellaco, perversillo, indomable del ser hombre o mujer en las más distintas modalidades y presentaciones. Es la insurgencia renovada de lo puto, lo maricón, lo geisha de los jotos que han dado vuelta a la tortilla del escarmiento: “Soy una loca perdida” –dice dignísima la Manuela a la Japonesa en el film cuir del 77, “El Lugar sin Límites”. Lo cuir reabsorbe el estigma doloroso y lo proyecta en clave terapéutica a través de sublimes actos de resistencia.

Lo cuir es poder ligero, fluidez, inestabilidad, enigma, inscritos en otras maneras de sobrellevar la pesada e intransferible cruz de la identidad sexual. Cuir es el riesgo pelón, lo imposible de piso firme. Apresa y estabiliza de una maldita vez la sexualidad sólo para declararla como territorio en permanente disputa. Con lo cuir no hay paz. Nada lo aplaca.

Lo cuir está siempre en desplazamiento, en movimiento, en tránsito, en rebeldía trashumante, como masa migrante trepada a la bestia del deseo. En el camino cuir hay muchas aduanas, amenazas institucionales, fuerzas criminales que harán del trayecto un infierno. Pero lo cuir sólo quiere conocer la tierra prometida para abandonarla de inmediato. Vive en los pantanos del loco afán, como Pedro Lemebel, el escritor que se radicalizó en los confines del amor desaforado, feliz y eterno.

¿Luchar entonces por el matrimonio cuir? El planteamiento en sí es descabellado porque contradice el sentido heterodoxo de la esencia cuir, pero podemos platicarlo. La Suprema Corte ya nos allanó el camino para seguir meditando en el asunto. Impuso la libertad afectiva como condición única del matrimonio, desplazando el estatuto gonadal de los contrayentes. En su humanitaria jurisprudencia caben personas del mismo género.

Lo cuir del dictamen de la SCJN nos exhibió en cueros, responsables de un atraso vergonzoso. Languidecemos con escasos recursos sexuales. En NL giramos en las ruinas metafísicas del orgasmo sin chiste, orbitamos en una galaxia reaccionaria. 

Las fuerzas políticas locales no convienen en legislar a favor de modelos alternativos de familia. No ceden en sus posiciones de poder sacramentado en el matrimonio tradicional. Hay diputados que se trepan en el ayatolismo sexista y hacen campaña negra, guerra sucia, a la determinación inapelable de la Suprema Corte. Quizás las damas sospechan de colonización homo en el rito nupcial, su última ilusión. Aquí sólo se permite el contrato civil entre machos y hembras porque está ideado exclusivamente para procrear. Binarismo de conejos, el sexo vale por su productividad medible en coitos eficaces para la descendencia.

El conservadurismo de la sociedad regiomontana es legendario por su paso lerdo, su velocidad reactiva respecto al centro. El hielo pacato no se deja derretir. No hay mucho tiempo para transformar el Paradigma. Se secan los pocos riachuelos y prados donde se aman los diferentes. 

El problema es que no hay discurso disidente que penetre la zona de confort del patriarca. La homofobia no se cura con agua bendita ni la violencia de género con talleres de sexualidad confesional.

Para acabarla de amolar el activismo de la sexualidad progre arrastra pesados lastres teóricos, sambenitos excluyentes, programas de acción poco democráticos, pecados dogmáticos. Yo me hago bolas al momento de ensamblar siglas y categorías para comprender la diversidad sexo-genérica que litiga desde el contrarrelato. 

Por eso me basto con la belleza cuir, con cejas depiladas de los chavos de mi colonia. Machos ultra, alegres y hermosos. Son ejemplo vivo de lo que trato de explicar. Ta chido lo cuir.

 

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