Suscribete

 
1877 7 Julio 2015

 

 

Zabludovsky
Samuel Schmidt

 

Ciudad de México.- Recuerdo que en la sinagoga llamaba la atención si Jacobo Zabludovsky se aparecía; era justamente en Yom Kipur, el único día que muchos judíos se acercan al templo, pues es el día del perdón.

El era sin duda el judío más relevante en México en ese momento; no era poco que apareciera en la televisión diario y ejerciera una gran influencia porque su dicho ponía a temblar a políticos, lo que lograban muy pocos mexicanos. Había otros judíos científicos, artistas e intelectuales brillantes, pero ninguno tenía ese peso político. Eso no era poco, especialmente en una comunidad acostumbrada a sumirse en el anonimato, en parte porque revivía constantemente las persecuciones y sus líderes pensaban que el silencio era más seguro, y muchos siguen pensando así hasta ahora.

Después llegó mi época de estudiante, cuando recibí un mensaje directo del gobierno al ser golpeado por policías dentro de una panel, tratando de romperme las costillas y los meniscos; mi crimen: protestar por la represión. Y la voz del poderoso Jacobo nunca se levantó a favor de los reprimidos, nunca en contra de la injusticia; para mi gusto, se colocó muy lejos del espíritu judío, de esos que encabezaron revoluciones, desde la francesa hasta las rusas (1905, 1917).

Al recordar esas imágenes encuentro una cierta contradicción. Por un lado el orgullo de que un judío saliera del anonimato, sin vanidad ejerciera el poder que había conquistado y mostrara sin soberbia su judaísmo; y por otra, que fuera un instrumento del régimen, y no un instrumento menor, porque de alguna manera, con su posición y su enorme inteligencia, le daba validez y credibilidad a la política de desinformación del régimen.

Jacobo no era un títere y mucho menos un simple empleado de una empresa televisora. Era un periodista cuya influencia crecía con el tiempo gracias a su credibilidad, aumentando con los espacios que conquistaba; no era solamente producto de las circunstancias, era un actor fundamental para crear las circunstancias, pero de la peor de las caras del autoritarismo mexicano.

En el debate sobre él hay quien resalta su cultura, que era indudable, pues era un hombre que amaba las palabras, y tal vez una de sus virtudes es que entendió muy bien el poder de la palabra y mucho más cuando esta se emite desde una caja que parece mágica; Jacobo era el dueño de la magia del noticiero televisivo.

El régimen se lo supo pagar y él lo supo aprovechar. Desde Porfirio Díaz, la compra de los periodistas se convirtió en política de Estado, al grado que hoy, quizá ningún medio de comunicación mexicano podría sostenerse sin la participación de fondos públicos. Pero llegó la concesión de los grandes negocios a los que él no fue inmune.

No le resto méritos a nadie, son pocos los que pueden pasar por un pantano sin ensuciar su plumaje; en este caso, era difícil pasar por el mar de inmundicia de la política mexicana y salir límpido. Pero con su gran inteligencia, al salir de Televisa y entrar a la radio, Jacobo recupera algo de su libertad –porque habiendo servido servilmente al régimen, difícilmente se podía aprender a ser totalmente libre (si es que se puede serlo)– y empieza a ser crítico, pero le gana la nostalgia y se vuelca hacia el centro de la Ciudad de México, de su infancia que ya no existe, aunque él reconociera pulquerías y restaurantes de larga existencia.

El Centro dejó de ser el centro intelectual del país, en parte porque los gobiernos a los que sirvió se encargaron de sacar a los pensantes para alejarlos de las fuentes de poder –las prepas se regaron por toda la ciudad, aunque no solo por razones políticas–. Poca utilidad tenía el ataque nostálgico en los momentos cruciales de transición frustrada a la democracia, proceso que tal vez Jacobo no entendió.

Sus biógrafos deberán buscar sobre las razones del hombre que sobrepasó condiciones muy complejas. Hijo de migrantes que lograron huir del exterminio nazi, hombre que con gran esfuerzo alcanzó la cúspide del poder y la riqueza, que supo codearse con los factores de poder y utilizarlos para su beneficio, pero tiene un gran déficit en su haber: no contribuyó, o tal vez retrasó el avance democrático del país, y tal vez por eso muchos le restan méritos. Pero sin él no se entiende a la industria noticiosa nacional.

Lo que me queda claro es que lo que hizo, fue por su amor a México y al judaísmo. Fue un buen judío y un buen mexicano, ahí no hay contradicción, en ese terreno escogió sus trincheras. Cada quien escoge su camino y su trinchera y nadie puede exigirnos que estemos en la trinchera del otro.

Descanse en paz Jacobo Zabludovsky y que su legado se pueda valorar con justicia.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com