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1913 26 Agosto 2015

 

 

Resonancias (Antes del Caos), III
Raúl Caballero García

 

Dallas / Monterrey.- “Uno escribe sobre todo aquello que vivimos antes del caos y sabe que avanza en el filo de todos los clichés, en la cuerda floja de los esquemas rotos.

Entre el abismo del paradigma rechazado y el entorno que se abrió en ese tiempo cuyo espíritu marcó la pauta para los cambios culturales de una época a la otra. Pero vamos. Durante los años Sesenta, en Monterrey, para los jóvenes que disfrutábamos el rock acudir a los conciertos era un acto litúrgico. El aula magna, el Club de Leones, algunos quinceaños que culminaban como tales, auditorios de prepas, colegios y facultades, el campus de la Uni, salones de baile y, por supuesto, mencionado aparte: El Club de Leones Poniente donde se dieron “tertulias” de antología.

El acabose fue con el truncado Concierto Blanco en el Palacio de Gobierno. La experiencia musical ya definía el clima cultural irradiado por el rock and roll como avanzada del blues en los años previos. Una dialéctica entre el concepto musical y la nueva forma de conducta. Florecía un estilo de vida en el ritual de aquellos conciertos que, ya en lo alto de los Sesenta, contaban como señalo con templos propios y el culto seguía en su progresión hacia lo que más tarde se conocerá como rock clásico. En la transformación la música es la sustancia, el aliento, el principio generador. Quienes la creaban, quienes la transmitían, músicos y cantantes, se convertían en una especie de oráculos que estimulaban un nuevo lenguaje.

En los conciertos de entonces, a través del efecto universal, cambiamos la forma de vida. Pelo largo y ropas estrafalarias como esencia que se ramificaría en comunas, misticismo y otras variantes de conductas con el volumen a discreción de la psicodelia, no sin desencuentros generacionales y choques contra autoridades e instituciones, de ahí que en el plano cotidiano aparecían clínicas mentales y manicomios lo mismo que cárceles y delegaciones policíacas y, peor, pero también hospitales y panteones. Pero en el caos contemporáneo ya nadie cambia sus costumbres en medio de los conciertos, si bien proliferan y perseveran, intensos, nuevos y viejos oráculos. Pero ese es otro cantar. Estas líneas buscan recuperar el rastro de uno de esos sacerdotes, uno de esos cantantes que en Monterrey, con sus compañeros de viaje, consignaban la milenaria duda en latín: Quo Vadis. Un conjunto emblemático que entonces iluminó la escena regiomontana en confluencia y alternancia con otras bandas (La Tribu, El Zoológico Mágico entre las destacadas) que, en el desierto de las semblanzas, merecen el reconocimiento.

Cuando uno comenzó a describir reminiscencias en sus apuntes, se vio en la necesidad de localizar a alguien identificable. Entonces le fue dado contactar al cantante de Quo Vadis, Alfonso Teja Cunningham, quien tuvo a bien participar en el proyecto de encontrar la estela de ese pasado que al reconstruirse, no sólo evoca sino reubica el espíritu del tiempo. Palabras vía correos electrónicos, palabras en corto durante una larga entrevista, fichas, fotos, artículos, crónicas diversas, fueron marcando la pauta de un perfil biográfico que al configurarlo expresa los rasgos de la banda, de la época, del contexto juvenil de ese paso histórico que no obstante se mantiene en movimiento. La primera formación estable de Quo Vadis se conforma en 1970. Al año siguiente aparecería El Zoológico Mágico, con Hernán González, conocido como El Pony, en la guitarra, al lado del otro guitarrista: Carlos Villarreal; con ellos David García Moreno se hace cargo del bajo, y en una primera etapa llevan a Sergio Treviño Landois en la batería y, en ocasiones, a Teja Cunningham como vocalista (sin distanciarse de Quo Vadis). Pero luego, precisamente, los compromisos de Quo Vadis obligan a Teja Cunningham y a Treviño Landois a salir del grupo, y El Zoológico se completaría con la formación que sería más conocida: con Juan Mejía en los tambores y Armando Villarreal (sin parentesco con el primer guitarrista) en el piano eléctrico. Alfonso Teja Cunningham había llegado a Quo Vadis en 1969 y la agrupación ya se llamaba así, su fundador y dueño era Santiago Yturria quien para bautizar al conjunto se basó en la novela Quo Vadis (1895) de Henryk Sienkiewicz. Quo Vadis sigue llenando la escena y para 1972 el centro de gravedad en el conjunto se había desplazado hacia Teja y es cuando Yturria plantea retirarse. “Yo no moví un dedo. Sólo ponía el alma en el micrófono”, evoca Teja. En 1972 Yturria sale del grupo y su lugar en los teclados fue cubierto por Mario Chapa, con lo que el sonido del conjunto se hace “más blusero, más obscuro, más pesado” recuerda Teja Cunningham en un correo electrónico. Fue el mejor momento de la banda, dice, y duró dos años más hasta 1974. Esa etapa es la más recordada de Quo Vadis: junto con Mario Chapa y Alfonso Teja la alineación estaba integrada por Eduardo Cabañas en la guitarra, Hugo Chapa en el bajo, Juan Báez en las percusiones y César Lozano en la batería.”

 

 

 

Así arranca el tercer texto del libro Resonancias (Antes del Caos), cuyo título es “El Cantante de Rock” y está dedicado precisamente al cantante de Quo Vadis: Alfonso Teja Cunninham, uno de los personajes icónicos de la escena del rock en Monterrey. Se evoca esa etapa histórica en el ámbito cultural regiomontano, uno de los grandes enfoques de este libro, que nos muestra el desarrollo musical de la juventud desde el pulso mismo de progresivas generaciones.

* No se pierda la presentación de este libro el miércoles 26 de agosto entre 5 y 7 p.m. en Mandela –Centro Cultural y de Entretenimiento– Av. Lázaro Cárdenas 2225 Col. Valle Oriente – San Pedro – Edificio Latitud – Tel. 1969 6687.

 

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