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1913 26 Agosto 2015

 

 

Regreso a clases
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- Urgencia de sacar una fotostática. Me arriesgo y entro en el local “Jenny”, una bien surtida papelería. Error fatal. La miscelánea y papelería “Jenny” se encuentra frente a una escuela enorme en una colonia populosa.

Los vehículos de mamis enrabiadas obstruyen la vialidad de por sí caótica. Una venerable anciana me mienta la madre con vehemencia, presiona acelerador y claxon para que yo mueva mi sedán y le permita salir del embudo. Trae más prisa que Hillary Clinton por coronarse reina del planeta. Todo para que su nueva generación de malparidos no se pudra en las tinieblas de la ignorancia.  

Hacerse visible y audible al momento de solicitar una miserable copia en el mostrador es un acto suicida. El local es un hervidero de mamis y güercada sudorosa en su primer día de clases, jornada bullanguera de una sociedad de reprobados. Se necesitan nervios de acero y paciencia franciscana. Nadie me pela.

Qué afanosa es mi patria campeona en analfabetismo funcional, qué estudiosa la nación de obesos mórbidos, qué preclara su gente paya, qué ejemplar y enjundiosa la familia cuando pretende cumplir con las tareas escolares del nene peinado con gel y rayita al estilo de Rodri Medina. Sólo así es posible labrarse un brillante futuro como empleado de cuarta en una empresa de quinta.

Una joven mamá con el pelo teñido de verde quiere un juego de acuarelas del más caro y fino para su hijita de guardería. Una hermana riñe con su carnalito de secu porque éste no se acuerda si lo que encargó la miss fue papel cascarón o cáscara de huevo en papel. Tres escuincles se revuelcan en el estrecho pasillo. Madres mastodontes les pasan por encima, etéreas como parvada de flamingos.

Amo las misceláneas y papelerías de barrio. Lujos de la vista, el tacto y el olfato. Llenas de plumas, lápices, mapas, borradores, listones, cartapacios, cartulinas, libretas, texturas, colores, materias primas y pendejaditas a granel. La pura dicha para un niño humilde que apenas si tenía una libreta de medio uso y la navaja vieja de papá para sacarle punta a mi lápiz Dixon Ticonderoga.

Se aprende tanto con sólo apartarse y fisgonear el fenómeno estridente y bizarro de esta humanidad voluntariosa, aplicada en asuntos tan fundamentales como elegir con sumo cuidado el sacapuntas que el crío va a extraviar mañana.

La decisión del sacapuntas ha de ser muy bien pensada. Tan extremadamente meditada no en base al precio, tamaño o eficacia, sino que sea apantallador para humillar a los compañeritos. Que el producto sea o parezca de importación gringa, no de la chafa China. No olvidemos que el crío de siete añitos con playera Tommy Hilfiger y chorcitos Calvin Klein será el arquitecto estelar que diseñe el nuevo estadio de los Tigres en Chipinque.

Los largos minutos de espera en la fila de la copiadora abundan en quejumbres y tronar de huesos. Ah, la carestía, comadre. Con el precio del dólar no fue posible ir a Houston a comprar los útiles para Alekzander Jeohovanny (así está escrito en su identificador).  El tal Alekzander Jeohovanny es un higadazo. Habían de oír cómo le bufa a su madre, aquella señora guapa y nalgoncita.

El dueño de tan rimbombante apelativo vive ajeno a los problemas macroeconómicos del país y de los apuros de solvencia de  su papi taxista. ¿Qué sabe el chamaco del desplome en el precio del crudo mexicano si anda perdido en la pantallita rutilante de un Ifon de última generación? El alumno feliz y mustio de quinto “C” sufre bullying light. Sus amigos le dicen de cariño el Piojoso Pérez por esa manía de rascarse la cabeza casi pelada a ras.

Alekzander Jeohovanny de una vez te lo digo, con ese magnífico nombre el éxito en esta vida culera ya es todo tuyo.

Como abejas en un frasco de miel zumban y se amontonan las cabezas honorables de los y las paterfamilias en la sección de las monografías escolares. En el catálogo aparecen todos los temas imaginables, debe ser fruto del productivo aburrimiento de la maestra Elba Esther Gordillo en su celda infame.

No hay quien detenga a la turbamulta sedienta de sabiduría, pelea a muerte por las estampitas institucionales. Las fichas están actualizadas hasta el siglo antepasado, vienen profusamente ilustradas por los peores dibujantes de un país que es potencia en cómics. Contienen garrapatas y jirones de muy burdas investigaciones biblio y hemerográficas. Su redacción y ortografía son aún peores. Sin embargo, los editores y dueños de tan entrañables bodrios deben poseer fortunas superiores a las de un rey árabe, nomás por la demanda observada en el mostrador.

Cuando me ponen en una larga cola para cualquier asunto me da por pensar. Pensar es peligroso. Pensar amarga la vida. Por eso nuestra cultura ha creado las monografías escolares. Nos salvan del estado comatoso que padece la educación mexicana. Son señal de hiperfodonguez de las autoridades de la SEP. Botón de muestra de la pachorra criminal del magisterio. Es la hueva quintaescenciada de los familiares responsables de la crianza y formación infantil.

Ni cómo remediar la angustia del adolescente que apurado pregunta: ¿No tienes por casualidad una monografía con el tema del transexualismo?

 

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