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1918 2 Septiembre 2015

 

 

Siete monólogos
Eligio Coronado

 

Monterrey.- Un monólogo es un personaje en acción, aunque dicha acción sea escasa, como ocurre en “Una profesión como cualquier otra” (p. 43-49), de Pedro de Isla, donde el personaje está encamado por ser cojo.

De cualquier modo, nada impide el desarrollo de una obra para una sola voz. El público espectador funciona en estos casos como el interlocutor mudo, palero o convidado de piedra, que complementa y convalida la representación con su sola presencia.

La temática de estos 7 golpes* abarca la violencia, inseguridad y supervivencia que se vive en Monterrey y que genera diversas posturas creativas: en “Zorrúbela” (p. 59-68), de Vidal Medina, una prostituta se convierte en heroína (zorra + Gatúbela = Zorrúbela) para vengar la muerte de un amigo; en “Marcelo en la terraza” (p. 35-41), de Luis Javier Alvarado, un hombre recibe de la delincuencia organizada el cadáver degollado de su joven amante masculino, mientras la cabeza de éste permanece en el SEMEFO, pues fue victimado por error; en “Crónica de una repetición cotidiana” (p. 19-26), de Daniel Gutiérrez, una chica es herida en un fuego cruzado frente a un banco y allí permanece hasta que muere.

En este caso, los dramaturgos no tienen que inventarse una realidad para legitimar sus propuestas porque ya la tienen: sólo hay que abrir las ventanas de su sensibilidad para recoger las ideas o argumentos que estallan literalmente en las calles.

¿Quién es el dueño de esas ideas? El primero que las coseche. Como bien se indica en el prólogo: “Los tiempos de crisis suelen ser también los mejores para el surgimiento de nuevas maneras de entender y afrontar la creación artística” (p. 14).

Es por eso que en “Arenas” (p. 69-79), de Hugo Alfredo Hinojosa, el personaje divaga, perdida ya la cordura, entre situaciones y personalidades complejas: “Me dicen niña, mujercita, mujer, dama, señorita… me lo repiten una y otra vez, no soy una mujer, les digo, soy un hombre, un hombre amarrado a esta mierda” (p. 75), “Me duele ser mujer, me duele tener que abrir las piernas, me duele callar, me duele tragar la saliva de esta boca tan ajena a mi voz” (p. 76).

Pero también se vale la denuncia directa, mera transcripción de nuestra realidad cotidiana, como hace Myriam Orva en “Inmovilidad” (p. 27-33): “De camino al trabajo vi cómo colgaban a un hombre. Pasé por debajo del puente, al lado de sicarios con escopetas. No hice nada. Continué manejando. ¿Qué puedo hacer?, me dije. No hice nada. Por el retrovisor vi cómo movía las piernas y luego se quedaba quieto. Sus piernas retorciéndose, como pez al que se le cierran las branquias” (p. 32).

*Elvira Popova, comp. 7 golpes. Monterrey, N.L.: Edit. UANL, 2104. 82 pp. (Colec. Teatro.)

 

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