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1933 23 Septiembre 2015

 

 

Broncos de miedo
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- Andan repicando campanas cuando ni parroquia tienen. Los adictos de broncomanía se degradan en vulgar epidemia de palancudos. La marabunta superempoderada se creyó el lema matón: “La raza paga, la raza manda”.

El triunfo electoral de Jaime Rodríguez (El Bronco) ha disparado una ola de influyentazos de nueva cepa. Hijodeputas que a la menor provocación invocan el nombre del Mandamás de moda. Desembarcamos en el bellísimo reino de la impunidad.

El auditorio está a reventar. Espíritu con cola, axilas, patas, sebo. Viejos cascajosos. Aquello olía. Junta informativa. Tema, presuntos desfalcos. Unos cuantos milmillones de varos andan volando por la mala planeación de los fondos de jubilación.

Una profesora, Entradita en peso, con tal de mejor escuchar detalles de la debacle, codicia mi sitio. No descansa hasta dejarme en último plano. Codazos, rodillazos, bastonazos. Tumulto homicida. Entradita en peso me mira enriscada, sucia la mirada por el veneno de la incierta pensión. Soy terroncito bajo su paquidérmico pisotón.

Habla y habla por celular, me designa: pelado igualado, no sabe con quién se mete. En el estacionamiento me la encuentro de nuevo. Trocota negra, flamante como su conciencia. Muerta de risa, feliz de seguir parasitando. En la ventanilla trasera exhibe la efigie de Bronco.

Según Rosaura Barahona, la palabra Mamivan nombra un sustantivo colectivo de señoras con furgoneta clase SUV que colapsa la vialidad regia con tal de vomitar a un crío en la meritita puerta del colegio religioso donde sí enseñan valores, no se vaya a derretir el querubín si camina cinco pasos. 

Mamivan se encabrona por un besito en su carrocería culpa de un conductor bobo. A Mamivan la maneja don Chingón. A veces pasa. Al fútil siniestro llegan de inmediato los agentes. Aparece todo el escuadrón disponible en el área.

Mamivan recibe refuerzos del más alto nivel, nomás falta el FBI. Don Chingón reclama las perlas de la virgen, un rozón como pérdida total. No acepta otra negociación. El tipo ya tiene un puesto amarrado en el próximo gabinete. Salió sorteado el suertudo. Todos los agentes celebran sus comentarios.

Llamando a Bronco. Humanidad de nivel medio en función dominical. La taquilla es un ansia pasiva, la cubierta de un naufragio. Bullicio. Sofocos, olor de palomitas, hartazgo. No hay razón de nada interesante. La película gringa, cosa extraña, se programó en diezmil salas de manera simultánea en el mismo complejo de la misma cadena del mismo centro comercial de todo el continente. La historia siempre sucede a la misma hora, en el mismo lugar. Lo único que varía es el reparto.

Picuda con tres chavales se mete a la brava en una fila de carnívoros. Para pronto estallan las dentelladas. Los más perjudicados por el ardid de Picuda fueron sus tres chiquillos. Comenzaron a llorar como cerdos. Picuda desenfunda aparatoso smartfon. En lengua sarda anuncia tronante: “ya, putos, estoy en línea con el Bronco en persona, ya párenle a su pedo”.

Le llueve baño.

 

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