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1933 23 Septiembre 2015

 

 

Los sindicatos
Samuel Schmidt

 

Ciudad de México.- Están dando la vuelta por el internet diversas imágenes sobre la situación de los obreros antes del surgimiento de los sindicatos y que éstos acotaran el apetito de los capitalistas, quienes literalmente se alimentaban con la vida de los trabajadores.

Uno de los capítulos más importantes de El Capital, de Carlos Marx, es el que promueve la creación de la jornada de trabajo de 8 horas. Marx argumenta esta necesidad en base al deterioro en la calidad de vida de los obreros.

Más adelante, Paul Lafargue, el yerno odiado de Marx, tal vez por su oposición al productivismo marxista, reclama el derecho a la pereza. Porque resulta que no falta quién quiera administrar el ocio, en lugar que éste sea estrictamente un bien del que lo posee.

Resulta que de El Capital para acá, los sindicatos logran grandes conquistas. No solamente en efecto se reduce la jornada de trabajo, se limita el trabajo infantil y se logra que los obreros tengan una vivienda digna, se oficializa  casi universalmente el derecho a la educación gratuita y en algunos lugares se vuelve obligatoria y se establecen políticas de salud, Estados Unidos a partir de la crisis del 29 avanza en el establecimiento de un Estado de Bienestar, que hoy es muy amplio en Europa.

Esto por supuesto no garantizaba que los obreros tuvieran oportunidades para dar brincos en las clases sociales, en algunos casos sus hijos lograban educación universitaria y con ella mejoraban sustancialmente su status económico y social, pero eran la excepción, cosa que por supuesto el capitalismo ha sabido explotar muy bien para demostrar que es un sistema de igualdad de oportunidades, mito de largo alcance.

Pero entonces el capitalismo reaccionó. Lanzó grandes ofensivas contra los sindicatos porque eran culpables de arrancarles ganancias inmensas. No importa que el racista de Ford haya argumentado a favor de mejorar el ingreso de los obreros para ampliar el crecimiento del capital, a final de cuentas en la lucha motivada por el egoísmo, después de unas décadas de bonanza, lograron acorralar a los sindicatos, y en el caso de Estados Unidos, asegurarse que los obreros carezcan de apoyo colectivo, individualizando la lucha entre el obrero y la gran corporación.

En países como Argentina los sindicatos entraron a un acuerdo de ejercicio del poder que los ha puesto en la incómoda posición de gobernar con políticos cuyo socialismo es de relumbrón, mientras se corrompen hasta las cachas y mueven al país hacia donde manda el Consenso de Washington.

En México, el sistema del PRI se tragó a los sindicatos, los que controlan a las masas trabajadoras de acuerdo a los intereses de los capitalistas que tienen un apetito pantagruélico, al grado que si los dejaran anularían el salario mínimo. Una parte de los capitalistas controlaron a los sindicatos desde su surgimiento; a éstos se les conoce como sindicatos blancos y se popularizaron en Monterrey, la cuna de un capitalismo voraz.

Los sindicatos se volvieron un instrumento del poder político, se corrompieron igual o más que los políticos y sus líderes se volvieron parte de la clase dominante. Algunos son caciques en sus pueblos, otros son empresarios, otros viven con un lujo que muchos capitalistas no se pueden dar, porque no están sujetos a las leyes del mercado.

Los líderes de empresas u organismos paraestatales, o hasta los del gobierno, saben que tienen un flujo de circulante que no está sujeto a los vaivenes del mercado.

Otros líderes, como la CTM en el Estado de México, viven de la venta de protección a las empresas.

Yo renuncié al sindicato de académicos de la UNAM porque estaba corrompido, servía para vender huelgas y para posicionar a sus líderes.

Nada de lo anterior justifica el planteamiento de la desaparición de los sindicatos, porque de suceder esto el capitalismo salvaje, cuya voracidad no la supera nada, se aprovecharía para sumir a los obreros con la peor de las indigencias.

En la agenda política, la democratización y limpieza de los sindicatos debe estar en primerísimo lugar, porque si en ese nivel no se empareja el terreno y se garantiza el Estado de Derecho, no se podrá hablar de democracia en ningún otro nivel.

No se puede tolerar ni la extorsión de sindicatos, ni la libertad de tratar a los trabajadores como si fueran objetos descartables.

No se trata solamente de un tema de dignidad humana, sino de respeto a derechos humanos, civiles, económicos y políticos.

La contratación colectiva fue un elemento central para frenar el deterioro de la calidad de vida; ahora debe fortalecerse para mejorarla. No es aceptable que un obrero que trabaja más de ocho horas viva en la miseria. No es aceptable que el capitalismo salvaje devore las vidas de la sociedad.

 

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