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1936 28 Septiembre 2015

 

 

Cortafuegos
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- Vine a la marcha por el aniversario de Ayotzi. Qué hueva. Yo quería ver gentío. Tomarme chorros de selfis para el feis. De mis contactos nada. Lástima porque no conocieron el drama de perder un hijo desaparecido.

Nunca olvidas los ojos de color infinito de la seño cuando dice le avisaron que su chamaco iba en el grupo. ¿A dónde se lo llevaron, qué le pasó? Y la pestilencia a carne chamuscada en la mente. Nunca en el corazón. Nótese.

Aquí tuitiando desde tantas historias que duelen por la izquierda. Qué bárbaro, si así es la memoria del drama, todo recuerdo es agonía. Cuando uno viene de fuera nomás ve, nunca mira. La Denís, en short, me presenta a su novio. Mi mente se va lejos, hasta aquí mismo, en la Alameda. Perreo a las chicas como hace treinta años que taloneaba en busca de novio. Soy señorita de muy antes, ni Atari tenía.

Soy niña vieja pero mágica y los regreso al presente. Ya. Pues como les iba diciendo. Me pareció la izquierda muy apagada, como recelosa en esta manifestación. Ni a quinientos llegamos. La juventud, en cambio, despliega sus encantos. ¡Mira, en esta mesa tienen la novela completita del tiempo, de Proust! Qué padre, cuánto cuesta, oiga. 300 dice un muchacho, tatuada su mano con un cactus en floración. Bruto. Mi debilidad son las suculentas. En serio. Cómo te llamas.

César aparece de la nada, gran fotógrafo, se lleva bonito conmigo pero él sólo tiene ojos para la camarita. ¿Te la llevas?, pregunta la suculenta en la mano tatuada. Despuesito, respondo. No puedo cargar con la colección de un millón de tomos del tiempo perdido, alegoría del Narcoestado. Hay que separarlo como Juárez votó a la Iglesia. Eso lo quiso hacer Calderón el presidente enano y se le hizo bolas el Narco. Peña lo siguió con las puras patas y se le hizo engrudo el Estado.

Narcoestado. Yo de reina. Me urge llegar a casa, luego de marchar urge legalizarme alguna droga. Así como se oye. Si no para qué quieres el poder. Si el Bronco se apendeja yo le como el mandato. Mi única coordenada es la seguridad, la privada que también es pública. Mi límite ético: el fuego. Clases, zonas, equipo, grados, incidencias de riesgo. Establecer cortafuegos, senderos: ahí donde se vigila el peligro patrullando da por pensar. Pensemos.

¿Que pasaría si por accidente en un transformador explota el depósito, digamos gasolina en vez de aceite usado-Escobedo, archivos fiscales-guardería ABC, cuarenta y tres cuerpos de chavos-Guerrero? Un asociado clandestino que esconda en el vecindario el objeto de su ordeña. Pum. ¿A quién le van a echar la culpa? A Cacotas. ¿Y el gobierno? Bien gracias.

En un cortafuegos, cuando de veras entiendes su filosofía de prevención reactiva, hay que fletarse con determinación inteligente. Meando y cantando. Quemado el niño, qué vergüenza. Te lo van a restregar toda la vida. Vean a Peña, no se la acabará jamás. Ya es tiempo que la grandeza se imponga sobre la codicia. Denís, querida, dónde dices que anda tu novio. 

Si fue Cacotas el baboso que prendió la chispa para que ardiera medio casco municipal, qué más da. Para tanto imbécil con capacidad de fuego hacen falta bragados bomberos, esa es la contundencia a donde desemboca mi cortafuegos.

Primer acto de gobierno: queda promulgada la ley de las drogas administradas por los bomberos. Cuanto más crezca el negocio y la competencia se artille, mayor será la demanda, ergo se doblará astronómico el flujo de efectivo hacia el Heroico Cuerpo que tanto padece penurias y humillaciones. Mi tragalumbre será temido y respetado por el pueblo. Se reducirán las víctimas de los casinos en llamas. Los gringos aplaudirán. Decretaré un día para el bombero gay como en Hamburgo y NY. Mi reino será tan próspero que hasta sobrará billete para donar a los refugiados sirios  o instituciones revolucionarias pero decrépitas caso Imss. Seríamos altamente competitivos en educación. Toda criatura querrá ser bombero. Intenso. ¿No?

 

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