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1961 2 Noviembre 2015

 

 

Culto a los muertos
Hugo L. del Río

 

Monterrey.- Día de Difuntos. ¿Necrofilia, sincretismo, mala conciencia por el trato que le dimos en vida al fallecido, apego acrítico a una vieja rutina? En algunos, muchos casos, pretexto para pasarla bien.

En otros, según mi pobre saber y entender, hacerle llegar a la persona amada que la muerte puso a dormir el mensaje de que sigue viva: solo se muere cuando se cae en el olvido.

Vi a un hombre joven llorar ante la tumba de su hijito de dos años en tanto que, a pocos pasos, una familia se divertía de lo lindo ante una cruz de madera: cerveza, música a todo volumen, abundante y variada comida, relación de chistes de todos los colores, güercos y adultos orinando sin disimulo sobre las lápidas: mucha risa, mucha alegría. Eso sí: al terminar la manduca todos, de hinojos, se pusieron a rezar.

Nunca he entendido este culto a los muertos. Me gustan los altares, las caricaturas de Posadas, el pan que se elabora por estas fechas. Pero, también me agradan Nicole Kidman, las películas de Guillermo del Toro, la poesía de Sabines y el café fuerte, negro y sin azúcar. Extraña tradición la del Dos de Noviembre. Los seres vivientes abandonan sus tareas de rutina para, de manera simbólica, entrar al reino de los no vivos. Se busca una comunicación con quienes cruzaron a la otra orilla del Río Negro.

Pero, esto no es posible. Nadie ha regresado de la oscuridad eterna para hacernos el relato de: ¿de qué: cielo, infierno, purgatorio? ¿La nada, como afirman los escépticos?  La materia nunca muere, cantó Manuel Acuña.

Pero, el minúsculo fragmento de polvo en que me convertiré no tendrá consciencia. Eso no es vida. Nunca nos pondremos de acuerdo en esta como en tantas otras materias. Sólo sabemos que es Día de Difuntos y los mexicanos acuden al camposanto. ¿A qué? No sé. A  pedir perdón; hilar recuerdos de tiempos felices cuando con el amado se compartía la vida con todas sus miserias y alegrías; jugar dominó con la dama del alba; hacer presencia para que el vecino vea que no olvidamos a los nuestros.

En Pátzcuaro viví esa jornada tan nuestra: las luces de los pescadores niegan la oscuridad y alejan a los espíritus del Mal. ¿Acaso la festividad del Día de Difuntos es manifestación de estoicismo y aceptación? Algo así como decirnos: sé que voy a morir y lo acepto Tal vez es nuestra forma tan especial de mostrar desapego a la vida. La vigilia de tantos, ¿será, quizás, una paciente espera para saludar a la criatura armada con la guadaña?

México esconde tantos misterios. A nuestras inquisiciones responde con el silencio y a quienes perseveran en busca de respuesta siniestros hombres que se dicen guardianes del templo –qué más da si son sacerdotes aztecas o verdugos que atizan el fuego en el auto de fe– los sacrifican sin piedad ni remordimiento. Nunca nadie comprenderá a México.

Y está bien, así debe ser. Más que pensar en México, lo sentimos. Más que entenderlo, lo amamos. Necrofilia, sincretismo, excusa ingenua para pasar bien el momento. Qué importa.

Muerte, éste es tu día. Pero sólo hoy porque mañana el Gran Geómetra ordenará que la niebla se retire del valle y nos devolverá el canto.

Hoy, recuerdo a mis colegas asesinados y en la mar océano de tinta en que navegamos y vivimos, dejo caer una corona.          

hugo1857@outlook.com

 

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