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1961 2 Noviembre 2015

 

 

Juárez nunca muere
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- Para tamales los de Juárez, NL, sazonados con amor al terruño, recetas inmemoriales, política de mecha corta y bastante alegría. Son las tres de la tarde, una señora muy emperifollada, sentada debajo de una enramada, ya se echó una caja de cervezas al punto de congelación, una hielerita para ella solita.

-¿Cuántos años piensa vivir, Güela?
-Cuántos, no sé. Lo que sí sé es cómo, hijo. Por eso nada ni nadie me dobla.

En medio de trifulcas electorales se celebra el cumpleaños de Güela. El banquete, por supuesto, se sirve de ollas repletas de tamales, vasijas con chile y frijoles charros. Amenizan el fiestón dos conjuntos regionales y chingos de tecatiza. Se cimbra el cerro de la Silla. La gente de aquí es famosa por su habla claridosa. Dicen que en Juárez nadie platica. Todos se arrebatan la palabra, rugen, gruñen, usan la voz como pieza de artillería. Disparan ráfagas de decibeles.

-Yo quiero cinco de cabeza, los demás que sean puros borrachos.
-Los míos me los baña con friegos de salsa matona.

Como muchos académicos y activistas del siglo viejo, el doctor Pérez suele repetir el lugar común del poder patriarcal como instaurador de las relaciones inicuas de género en nuestra sociedad. En el cumpleaños de Güela todas las teorías estudiadas en Europa se le hacen de atole.

-¿Quién es la puta piruja más mondada y más preciosa?
-¡Yo, Güela!

La niña de cuatro años corre a los brazos de la anciana. El doctor Pérez observa cómo aparcan camionetas blindadas afuera de la humilde casa. Se apean tripulantes feos, grandotes, en filita respetuosa. Saludan a Güela,  besan su mano y la colman de cariños. Depositan obsequios en efectivo y pasteles para que se repartan entre los invitados. A un empistolado lo reprende la vieja por no quitarse el sombrero a tiempo. Todos los demás son bendecidos.

-No seré el Niño Dios ni la santa virgen María, pero sí les digo que ni un pendejo guaripudo entrará con sombrero al reino del Señor.

El doctor Pérez toma apuntes mentales para reconstruir sus tesis, reelaborar sus frágiles fundamentos. No pierde detalle del ritual prehistórico que se despliega en aquel solar de tierra apisonada y árboles centenarios.

-Dime, comandante, quién ganó las elecciones.
-Usted, señora.
-Si serás pendejo.

Pérez pasa aceite, ojalá no le pregunte a él. Aunque el Tribunal Federal Electoral ya dio el triunfo al candidato oficialista, ahora él ya sabe de quién es la mano que mueve la cuna.

-¡Brecha, sírveme otra docena de tamales con harta salsa verde!
-Voy volada, Güela.

Brecha es la entenada de Güela. La recogió casi en pedazos. Un hombre malvado la embarazó, la hizo abortar a chicotazos, la trajo de prostituta y después de explotarla y martirizarla la dejó moribunda en una brecha camino a San Mateo. De allí su apodo. En su legendaria misericordia, Güela se enteró del caso y puso manos a la obra. Un cadáver amaneció nomás decapitado, luego despellejado, medio carbonizado, y un letrero encajado con picahielo en lo que fue un sexo masculino: “Esto me pasa por abusón y covarde”.

Después del crimen un grupo de agentes de la policía militar visitó la casa de Güela. Se le cuadraron los gallardos gendarmes y se pusieron bajo sus enaguas. Por si se daba el caso. Ese caso nunca llegó.

-Brecha, dinos  quién ganó las elecciones.
-El Patrón, Güela, quién más.

Y Brecha eleva sus ojos al cielo.

 

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