Suscribete

 
1962 3 Noviembre 2015

 

 

Contra el Día de Muertos
Efrén Vázquez Esquivel

 

Monterrey.- No niego que el Día de Muertos me pone triste. Pues, sin darme cuenta, me trae recuerdos de mis deudos más queridos, imposibles borrar de mi memoria. Particularmente de mi madre, fallecida hace 29 años, y mi hermana Aída, quien dejó de existir siendo joven.

Pero, ¿por qué se tienen que conservar intactas ciertas tradiciones populares, como es el caso del Día de Muertos? ¿Por qué entristecerse al recordar a un ser querido que ya no existe, más que en nuestro pensamiento?

Tradición, dice H. G. Gadamer, es lo que se transmite de generación en generación. En los distintos momentos de la historia, cada generación va al encuentro de la tradición en la que se nació y creció; pero, si verdaderamente se desea el crecimiento cultural de un pueblo, ninguna tradición se recepciona para reproducirla tal como la comprendieron y vivieron los antepasados.

No, no es así, en toda recepción de cualquier tipo de tradición ─culta o popular─ los saberes recibidos son sometidos al rigor de la crítica, por medio de la cual las tradiciones se transforman. Las sociedades de mayor índice cultural son grandiosas porque los sujetos de la historia, al ir al encuentro con su pasado, es decir, de sus tradiciones, muchas cosas se renuevan y muchas otras se mantienen intactas.

Si la cultura es el resultado de la evolución del pensar meditativo, no del pensar calculador que todo pesa y mide ─sobre todo tratándose de ganancias─,  entonces, sin perder el sentido de lo humano y de todo cuanto es, lo viejo y lo nuevo se muestran su armonía a los receptores de la tradición.

Una cultura que no se renueva, que convierte lo viejo en inamovible, como es el caso de las culturas religiosas, es una cultura propiciadora de conflictos sin solución que, tarde o temprano, conducen a la destrucción y al caos; entre otras causas porque, en las decisiones más importantes de la sociedad, y también en aquellas que no son tan importantes, se recurre a posiciones fundamentalistas.

En el caso de la tradición mexicana del Día de Muertos  ─también conocida como el Día de los Fieles Difuntos y el Día de Todos los Santos─, es una tradición que se encuentra muy cercana al fundamentalismo de baja intensidad; por ende, al no reconocer la muerte como fenómeno de la vida, y al estimular la creencia en una vida eterna, produce infelicidad.

En efecto, al negar la muerte por medio de las máscaras deshuesadas que producen carcajadas, la tradición del Día de Muertos (que enaltece a La Catrina o La Garbancera) se muestra en un estado de involución; pues en los rituales de la cultura prehispánica, de donde procede esta tradición, no se negaba la muerte ni se le tenía miedo, se le reconocía como algo relacionado a la vida.

Con el sincretismo cultural que se produce con la conquista española, la muerte, que nos acompaña desde que caímos en este mundo, es temida. Se le niega, la ocultamos por medio de las máscaras; y con ello, como dice Octavio Paz, al negar la muerte también se niega la vida.

El día de los muertos es, en esencia, el día de la negación de la vida. Por eso estoy en contra del Día de Muertos. Ese día es una fiesta popular en la que el paroxismo que se genera en los cementerios en medio de música, flores, veladoras, comidas que se les lleva a los difuntos, etcétera, imposibilita percibir la vida como un don que debemos mantener y elevar; como la única posibilidad de realizar los designios que uno mismo se impone en la vida; y la muerte como el fin toda posibilidad.   

El día de los muertos, por último, es en la cultura mexicana un proceso de reificación que al negar la muerte enrarece la vida en la espera de la eternidad de otra vida. Reconocer la muerte cono fenómeno de la vida, como algo inevitable, como la única certeza, además de la existencia, es el primer paso para aprender a vivir intensamente la soberanía del existir.    

¡Dejad que los muertos entierren a sus muertos!

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com