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1963 4 Noviembre 2015

 

 

MUROS Y PUENTES
Dos poemas
Raúl Caballero García

 

Dallas.- Puertas a la oscuridad. La migraña altera las venas con un destello lisérgico / La mirada se dilata apremiada por su intensidad

                      encuentra esa luz que la ciega
                      ominosa y contradictoria:
                      A cada momento más y más intolerable
                      impetuosa, llaga del cielo
                      sin puerta a la obscuridad

Hasta que el día deja de existir, se pierde en minutos milenarios
Uno lo sabe sin pensar, sin razón
La obscuridad es refugio, estancia sinuosa, túnel piadoso

Los sonidos, ondulados, se distorsionan
                      ásperos y chirriantes se extienden en las vías del dolor
                      ese tranvía campante y sin tiempo

Lo cotidiano ya es un imposible

Ya son horas en este tránsito a otra instancia de realidad
donde esta hendidura de noble obscuridad se abrió
                        ensanchamiento de sombras
                        que sin embargo dejan ver aterradoras profundidades
                        de luz

Hay que bajar hasta alcanzar alguna nube que disipe los aromas indeseables
alguna bocanada de almohadas que apaguen el ruido y abran una noche sin estrellas
Hay que caer hasta alcanzar nuevas constelaciones de silencio
                                          que guíen la implosión de pesadillas

                  Sueño abismal

Una salida entre sudores helados y súbitos ardores
Abrir los ojos y repasar, mirada limpia, el campo de batalla

La cama revuelta

 

*

 

DORMILONA

Los bostezos apagaron el canto.
Estábamos rodeados de abetos
en una alucinación de Remedios.

El desvelo vencido por el peso de la luna.
Las canciones le han dado forma a tu almohada
donde nace un sonido de alas que inflama las llamas del silencio.

La luz transcurre por entre la obscuridad.
Es un dorado tenue que se adelgaza en el aire.
Cuando la cámara registra tu manera de mirar el invierno
el filme se desenvuelve como tu risa, ascenso a la música en el fondo de tus ojos.

Apareces despidiendo al otoño, hablas a solas y en susurros.
Algo le dices a la nada, algo de todo le dices al vacío.

Se escuchan los graznidos, una parvada en punta de flecha.
Entonces se suceden las imágenes inesperadas en la bruma.

Voces dulces se desplazan un tanto apagadas por el frío.

Alguien atrapa canciones que hablan de nosotros.
Las voces vuelan alrededor de tu memoria.
Ancianos y niños y gente de la familia juegan y bailan.

La música deja de escucharse cuando corres en cámara lenta,
de tu mascada ondulada por el viento se desprenden tus olvidos.

Pequeños seres alados, picudos, ¿malévolos?, revolotean y se van quedando suspendidos
en sus viejos nidos de sombras,
covachas minúsculas, manchas negras dándole forma a la angustia.
Son recuerdos en el cuerpo de la noche.
Lo sabes porque se posan en los huecos de ramas pelonas.

Reconoces lo que viene:
El pasado crepita.
Te estiras, te acurrucas de nuevo en los vestigios del siguiente momento.
Estás a punto de despertar cuando sientes el beso.

Las voces van llegando desde otra habitación.
Acaso desde otro tiempo, desde afuera, desde un bosque.

Tus pupilas, tu modorra, un abrazo, la mirada de tu voz:
Soñaba dices recordando.

 

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