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1966 9 Noviembre 2015

 

 

Síndrome del General del Toro
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Durante la pasada campaña electoral, una demanda pública destacó muy por encima de las demás: citar a cuentas a los Medina. Proliferaron las denuncias más o menos bien sustentadas jurídicamente. Algunos candidatos, más que otros, se comprometieron a meterlos tras las rejas.

El clamor se volvió trending topic en las redes sociales. Una asociación civil se dispuso a levantar firmas de nuevoleoneses con el propósito de respaldar el expediente de corrupción, concursos amañados y licitaciones fraudulentas. El Congreso local amenazó con no aprobar la cuenta pública de la pasada administración estatal.

Pero al terminar las campañas, el clamor se deshizo como castillo de arena. La denuncia popular no prosperó, los legisladores locales terminaron por aprobar las cuentas públicas. El olvido es el nombre que le damos a la resignación. Quizá porque en el fondo la sociedad intuye que los funcionarios públicos encargados de armar el expediente y procesar a los Medina, simplemente no dan el ancho, amén de las obvias y esperadas complicidades. En suma, sufren el Síndrome del General del Toro.

Este síndrome tiene su historia. Nació en la Revolución Mexicana. Durante la batalla de Torreón, uno de los principales objetivos de asalto era el cerro de la Pila, dominado por las ametralladoras de José Refugio Velasco. Pancho Villa estaba furioso. En un desplante de rabia, mandó citar a su subordinado, Francisco del Toro y le soltó tajante la orden: “General del Toro, coja usted cien mil hombres y tome el cerro de la Pila”. El General se quitó el sombrero, se rascó la cabeza y le dijo con sinceridad ranchera: “Con perdón de usted, mi general, pero deme nomás quinientos pelados, porque con más me hago bolas”.

No será fácil documentar las irregularidades de los Medina si los funcionarios públicos responsables sufren el Síndrome del General del Toro, y ante la montaña de cifras y datos que requieren cotejar, se quedan pasmados, rebasados en sus destrezas personales hasta reconocer, farfullando entre dientes: “con perdón de usted, mi general, pero con tanto número me hago bolas”.

 

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