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1968 11 Noviembre 2015

 

 

La policía no lee culturales
Eligio Coronado

 

Monterrey.- Antes de que la violencia se instalara de lleno en Nuevo León, ya lo había hecho en la narrativa de Zacarías Jiménez. En ese tiempo me pareció excesiva, pero ahora es normal y hasta necesaria.

Porque sin esa violencia la narrativa de Zacarías no sería la misma.

Zacarías halló su voz en el submundo cotidiano donde se vive al día y se sobrevive al minuto. Y no hay asideros espirituales, sólo una espiral de muerte que tarde o temprano nos alcanzará a todos.

En La policía no lee culturales* encontramos sólo personajes condenados: un asesino (alter ego homónimo del autor) convierte sus crímenes en textos literarios (“Confesión”, p. 4-7), un pleito de cantina por una mujer culmina con la muerte de dos hombres: un rival y el hermano del asesino convertido también en enemigo por el mero principio de sálvese el que pueda (“Los hombres sin rostro”, p. 8-22) y una niña asesinada por su madre por presuntamente no saber multiplicar (“La familia pequeña vive mejor”, p. 23-30).

Todos los personajes responden a su entorno de violencia con más violencia y, a veces, con humor macabro: “Pero yo debía matarla, si no, ¿cómo iba a justificar esta hermosa historia?” (p. 4), nos dice el personaje-escritor criminal Zacarías Jiménez (Zaquitas) quien, en el colmo de la psicopatía, concluye burlonamente: “Algunas personas me han felicitado por mis temas, y eso me da ánimos para seguir en mi gran carrera de criminal a quien se le perdonan todos sus desmanes” (p. 6-7).

En “Los hombres sin rostro” hallamos algo de ética en Valente a la hora de asesinar: “si no quebré al Pirrín en ese instante fue porque en un tiempo fuimos compadres, y a él solo podía matarlo uno de mis hermanos” (p. 13). Finalmente, para salvar a su hermano, Valente balacea al Pirrín: “no tuve más remedio que soltarle un plomazo por la espalda a mi compadre, al fin que de frente o por la espalda (de) todos modos iba a pintar su calavera” (p. 14).

El lenguaje de Zacarías posee la pólvora coloquial necesaria para hacer estallar sus historias en la cara del lector y retarlo a seguir leyéndolas: “La mujer la alcanzó jadeante (a Maruca), la cogió de los cabellos, la azotó contra el pavimento y la arrastró al interior de la casa con rabia inaudita (…). La plancha se le hundió en la cabeza y tuvo la sensación de estar escapando de una pesadilla. No le hubieran creído que contó los golpes. El último le rompió la nariz. Ya no pudo contar. Dulce (la madre) gemía como perra en éxtasis mientras se desahogaba en el ya cadáver” (p. 23 y 28).

Sí, la narrativa de Zacarías Jiménez (San Rafael Lagunillas, S.L.P., 1959) se adelantó a su tiempo y no nos dimos cuenta. Ahora es el único escritor local que está en sintonía con la realidad: temática y estilísticamente.

 

* Zacarías Jiménez. La policía no lee culturales. Monterrey, N.L.: Edit. Poetazos, 2015. 30 pp. (Serie: Medio Informado) (Libro de bolsillo: 10.5 x 7 cms.)

 

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