Suscribete

 
1968 11 Noviembre 2015

 

 

Andrés Huerta de paso
Alfonso Reyes Martínez

 

Monterrey.- Conocí a Andrés hace 25 años. Leía una noche de verano sus poemas en un recital ofrecido por Arte, A.C. Recuerdo la impresión profunda, definitiva para mi vida, que me causaron.

Desde ahí nació una amistad que hemos dejado correr y crecer sobre el campo limpio de los días, que se enriquece a medida que más vivimos.  Y Andrés me  ha enseñado muchas cosas. Su ejemplo ha sido en mi formación, el de un maestro en una escuela que no se ubica en aula alguna, sino en los muchos acaeceres de la vida diaria, común, que es en donde el hombre finalmente nutre su corazón y su inteligencia.

He penetrado en su coto prohibido, al que a pocos permite entrar, y que defiende y salva de los embates de la incomprensión y la mediocridad. Conozco su trasmundo, su inventario de cosas fascinantes. Ahí, desde “la torre más alta”, contempla Andrés el espectáculo del mundo. Es un espíritu que vibra inconforme, desesperado por buscar las fuentes del poema y su alquimia misteriosa; algunas veces se le da con singular acierto:

                 … Sentir la inmensidad del cielo
                   y pisar las piedras y sentir su calor
                   y estar contigo en estos lugares
                   en donde dejé el sueño y los años
                   comer la fruta naranja de mi vida
                   y mirar y sentir que no se puede detener
                   el tiempo encerrado en el puño de la mano.

Siempre negado a lo fácil, un camino que siempre recuerda lo une a los días difíciles de su niñez, en ese pueblo del sur de Nuevo León, Doctor Arroyo, en que nació, y en donde:

                   …Yo vivía por las calles de abajo
                    y en los quedos silencios del alma
                   cantaba las canciones aprendidas
                   para inventar que vivía.

Desde ahí partió en días llenos de aventura al verano amarillo de Texas a pizcar algodón, o a la Fonda que alguna vez le revelara para siempre el secreto de la alta cocina. Desde entonces también la insistencia en esa tarea incomprendida, tenaz, llena de arrebatos y locuras, amores y placeres, por reunir en una conjunción nacida del silencio, las palabras, que cultiva como plantas que abren sus flores al misterio de la creación. Poco a poco ha construido su edificio espiritual, intensamente, enfrentado a sí mismo; ha bebido en los veneros de la poesía, reconocible, indudable, insoslayable, y que ahora levanta orgullosa sus velas de luz hacia mares aún desconocidos y fascinantes.
    
Este poemario que ahora se da a la estampa, reúne los últimos poemas de Andrés Huerta. Son –él me lo ha dicho– los que permanecieron después de una selección personal; los demás los destruyó o los perdió. Aquí están, pulcramente presididos por un magistral dibujo del pintor Armando López, que tiene la línea de los elegidos. Aquí está Estoy de paso, bajo la égida de la amistad, del amor, de la alegría, de la pena, de la pasión más encendida.
Aquí está su poesía hecha con la misma frescura de hace veinticinco años, con el mismo sueño que la forjara entonces, con el mismo grito desesperado por vivir, con el mismo amor y el mismo vino. 

Sí, las mismas palabras que se renuevan, que a fuerza de pensarlas, de decirlas, de escribirlas, de amarlas, se han hecho suyas, le han entregado su fuerza sonora, su magia inconfundible; las mismas que han formado ya su universo: su poesía que se conocerá y reconocerá –de eso estoy seguro–,  como verdadera y vital, de esta época maravillosa que nos toca vivir. Leámosla, sus puertas están abiertas.

 

* Texto leído por el autor en “La Fonda de Andrés”, el 26 de enero de 1990, con motivo de la presentación del poemario Estoy de paso. / Retomado ahora como un homenaje al poeta que ayer [10 de octubre] hubiera cumplido 82 años.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com