Suscribete

 
1968 11 Noviembre 2015

 

 

MALDITOS HÍPSTERS
Viaje a las entrañas del monstruo hípster
Luis Valdez

 

México.- La Colonia Roma con sus cafés de mesitas al aire libre y sus tiendas de moda y sus hoteles viejos y sus librerías y sus posers de bigotito de Emiliano Zapata, cual tanda mística de November.

Ellos también cenan tacos y usan el baño.

Casi una hora para llegar de la estación del metrobus Ayuntamiento a la Obregón. Desde la habitación del hotel/motel Ekron, donde se cuenta con una cama rodeada de 4 tubos para table dance privado, y como cabecera una barra que tiene dos banquitos y en cada extremo otro tubo como pasarela de baile erótico. Allí en la orilla un platito con su respectivo condón y dos sobres de mentas. Folletos de servicio a la habitación como sushi, bebidas y  juguetes eróticos de la empresa Adán y Eva. Juguetes no muy caros, como el Fetish Fantasy Pack, que incluye unas esposas, un látigo y una máscara por la módica cantidad de $299.00.

La estación de metrobús está enfrente y sólo queda esperar casi una hora para poder bajarse en la estación Álvaro Obregón. La colonia Roma. En la esquina hay un grupo de hípsters (ellos con boina o sombrerito corto, lentes de diseñador, bigotes al estilo Emiliano zapata, barba y pantalones ajustados. Ellas pelo largo planchado, lentes de marca, labios muy rojos, falda y tenis Panam o Convers) comen en un puesto de tacos llamado El Gato Volador, acompañados por otro hambirento grupo de policías de turno nocturno. Una adolescente del grupo pregunta:

-Ay, están bien cool… ¿pero de qué serán?

Una policía se le queda viendo y como sus compañeros hípsters no saben qué decir (será la droga o realmente nadie tiene idea). Estoy a punto de soltar: Pues de gato volador, morra. ¿De qué creías?

Un par de calles más. Los viejos edificios tienen pequeños negocios de modas. Bufandas, sacos, pantalones, playeras, muebles hechos a base de troncos o de cajas de madera (de mercado) o de botes de plástico o tarimas. Aquí todos se creen diseñadores y se las dan de muy freelancers o anti mainstream, pero mira, impresionable turista: aquí también todo tiene un precio en dinero. ¿Quieres algo genuino? Compra en una tienda con música avant garde de algún grupo o solista indy de países a los Finlandia, Bélgica o un pueblo perdido de Italia. Algún otro hípster en el extremo contrario del planeta que los fines de semana se la pasa encerrado en un pueblo de la Toscana con su iMac frente a él para grabar su videoblog semanal mientras improvisa una nueva canción indy.

A los hípsters les gusta la aventura pero no me los imagino en los mismos recorridos que los beatnicks o los peyoteros a los que acompañé a Real de Catorce. Soy incapaz de imaginarlos cagando en el monte o fumando mota con indígenas, como le encantaba a Kerouac.

No. A los hípsters les gustan las capitales del mundo y reclaman sus territorios, cual pandilla de Panchitos.

Me desconcierta no encontrarme con teporochos en las calles, con perros  roñosos, con vendedoras de cerveza que empujen sus carritos de supermercado. Calles limpias para clientes limpios. En los restaurantes con terraza suenan las copas de vino blanco y las tazas de café capuccino con dibujito en la espuma. Los hombres de lamen los bigotes mientras las mujeres se manosean el pelo. ¿Alguien de ellos piensa en el color de los calzones que se puso ese día?

Una pareja va delante de mí. Hablan de lo aburrido que fue el último ciclo de la Cineteca y que mejor deberían comprar películas por Amazon. Se detienen a mirujear un aparador de playeras y me adelanto. Un par de metros hasta llegar a la librería El Péndulo.

Carajo… ¿ahora dónde busco la sección de novelas gráficas? La planta baja tiene la altura de dos pisos, subiendo las escaleras a la siguiente planta hay películas y luego un auditorio. El primer nivel está compartido por accesorios, libros y una cafebrería (una chingadera que significa “cafetería dentro de una librería”) donde la sensación son los canelones y las crepas. Pregunto a un empleado dónde está la sección de novela gráfica y me señala un rincón de más de 20 bandejas de alto donde hay una escalera a la que hay que treparse como su fueras a cambiar el foco de un poste de luz.

Encuentro un de los tomos que busco. Faltan dos.

-Oye, amigo, ¿me puedes encontrar los otros dos? Seguro están más arriba o no sé…

El joven se levanta del rincón donde checa las ubicaciones de los libros y sin darse el tiempo de mirar mis ojos de “cliente-estúpido que no sabe si treparse o no en una maldita escalera de 7 metros para puede que ni hallar sus libros”, sube y mueve libro por libro.

Me siento como un miserable cobarde en el país de los malditos hípsters.

Cuando el empleado baja y me entrega los dos volúmenes, yo tomo aire por una labor que no hice. Vuelve a acomodar la escalera y yo, no conforme con mis necedades, pregunto por una Biblia de Tijuana, que resulta ser un mísero libro de bolsillo que cuesta el equivalente a tres días de pago. Se lo regreso con mirada de apenado. Demasiado para mí. A un lado escucho una risilla. Es la muchacha que hace rato se había detenido con un tipo a ver el negocio de playeras. Tienen en sus manos un libro con las dos primeras novelas de Murakami. Claro, tenía que ser.

Hablan un spanglish que ha dejado de ser pocho o chicano. Dicen cool, random, wannabe, coke (en lugar de coca-cola), whatever, yeah sure, maybe… y a cada rato OBVIO. Esto, en lo no más de 10  minutos que estuve a un lado checando unos libros de cuentos de Lovecraft.

Le pregunto al empleado si en el Defe también compran mucho Lovecraft.

-Lo compran. Pero muchas ediciones no traen los cuentos íntegros.

Por eso los clásicos se van al caño.

Me embuten los tres volúmenes en una vil bolsa de papel estrasa. ¿Conciencia ecológica? ¿Creen que su conciencia ecológica provocará que una bolsa de papel aguante el peso de tres libros ilustrados?

No tengo idea de qué sucederá con los ciudadanos de este plano dimensional. ¿Se volverán viejos rondando los mismos cafés y comiendo lo mismo y utilizando las mismas palabras? ¿O volarán a otro planeta donde los hípsters, como las demás modas, sean cosas del pasado hasta que la recuerden sus nietos y hurten sus ropas de los baúles de viejo?

Conseguí lo que quería: Libros. Si acaso me faltó entrar al baño para tomar una foto.  Con eso  ilustraría esta crónica al asegurar: Sí, los hípsters también hacen pipí y popó.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com