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2016 15 Enero 2016

 

 

ESTAMPAS VENEZOLANAS
La economía, I
Víctor Orozco

 

Chihuahua.- Al aterrizar en el areopuerto Simón Bolívar, de Maiquetía, a unos 35 kilómetros de Caracas, se experimenta una sensación de incertidumbre, por lo que se va uno a encontrar...

...asumiendo las prevenciones para viajar a Venezuela, que provienen de distintas fuentes: familiares, amigos, conocidos, noticieros, artículos...

Todos coinciden: hay una violencia imparable en las calles y es sumamente peligroso ir casi a cualquier parte. Me recuerda las versiones sobre Ciudad Juárez hace unos pocos años, cuando el temor suspendía visitas, viajes, reuniones.

Me ocupo muy rápido del tema porque me propongo discurrir en estas estampas  sobre lo  que miré. Y no vi la violencia, aunque sí consigno las numerosas advertencias recibidas en la propia capital venezolana. Ramón Chavira y yo estuvimos en el centro de Caracas y en Maracaibo, caminamos por sus calles céntricas, estuvimos en muchos lugares y no sufrimos ataque o amenaza alguna. Suerte quizá.

Hacemos lo primero que hace un viajero en un país extranjero: cambiar divisas por la moneda nacional. La cajera de la oficina autorizada se tarda veinte minutos en vendernos unos ocho mil bolívares al tipo de cambio oficial, poco menos de doscientos por un dólar norteamericano. Emplea el tiempo en abrir varias páginas en la pantalla, anotar nombre, número de pasaporte, etc. Luego imprime varios tantos de formularios que deben firmarse y después plasmar en ellos la huella digital de los dos pulgares. Trámite farragoso y probablemente inútil.

Hasta aquí, parecería que el control implantado por el gobierno funciona, con lentitud, pero con rigor. La misma empleada nos indica que busquemos un taxi de la línea oficial, por seguridad. A la mano se encuentra un superintendente de la empresa e inmediatamente nos conduce al vehículo. Se sube junto con nosotros y nos pregunta: ¿Cuántos dólares cambiaron? Van a necesitar y yo se los compro al doble, les doy cuatrocientos bolívares por uno. Más tarde sabremos que se ofrecen hasta 750.

Imposible no advertir la contradicción entre el pesado sistema para controlar el cambio de divisas por medio de las cajas oficiales y la compra de dólares casi a sus puertas. Me trae a la memoria un viaje similar a Nicaragua en 1980, un año después del triunfo de la revolución sandinista, que tantas expectativas despertó. En las afueras de una oficina del banco central  donde comprábamos córdobas, la moneda nicaragüense, estaba instalada una camioneta con un aparato de sonido anunciando el cambio de divisas ofreciendo el triple del tipo oficial. En el grupo iba mi querida amiga Carmen Merino, abogada del exilio español, formada en la tradición “dura” de los comunistas, quien me comentó: “Oye Víctor, ¿qué clase de revolucioncita es esta que no puede callar a ese bocón?

El tal bocón era, por supuesto, la punta del iceberg del mercado negro, una fuerza a la cual tampoco la revolución bolivariana ha podido vencer. Ello, no obstante los multiplicados poderes de jure y de facto ostentados por el Estado venezolano. Se advierte un hambre por los dólares, en extremo escasos, en tanto que aparte del gobierno, muy pocos, poquísimos, los poseen. Hace un lustro, se vivía el otro extremo, el precio del petróleo rondaba los cien dólares por barril y se nadaba en billetes verdes, que  permitieron al comandante Chávez impulsar costosos y significativos programas sociales como la construcción masiva de viviendas, repartos de bienes distintos, servicios médicos a la población, pensiones dignas a los ancianos, etc. Incluso, hasta regalarles combustible a las familias pobres... de Nueva York. Pero casi de golpe, los ingresos cayeron a una cuarta parte y los gastos aumentaron.

Después de caminar y hablar con todas las gentes que podemos (por cierto, entre las más amables y corteses que he podido tratar), puede uno acceder a un primer elemento de juicio sobre la situación económica de Venezuela: por encima de las regulaciones oficiales se impone cada vez más una economía paralela, en la cual no sólo se negocian dólares, sino toda clase de mercancías, sobre todo aquellas que forman el cuadro de bienes básicos. En las gigantescas “colas” como les llaman aquí, para adquirir tres paquetes de papel sanitario o dos botellas de aceite o unas cuantas latas de leche, está la explicación clave sobre la contundente derrota electoral del chavismo. Por doquier escuchamos la misma queja: desde hace tres años o más hacemos cola para todo y estamos hartos.

Las narraciones coinciden en lo fundamental con la explicación que me dio una señora en Maracaibo: “Mire, yo soy una mujer de lucha, enviudé y saqué a mis dos hijos adelante que ya terminaron la universidad. En este puesto de artesanías tengo cuarenta años y me ha dado para vivir. Pero ahora, ¿cómo puedo ir a hacer colas? Cada vez que lo hago pierdo el día, para que al final me digan que ya se acabó la mercancía. O hago cola o trabajo. Y luego, a un lado se forma otra fila, con parientes de los militares o de funcionarios del gobierno a quienes les dan preferencia”. El remedio, es buscar los codiciados productos en los mercados donde se expenden. Vimos allí pilas de huevos a 700 bolívares la cartera, a pesar de que el precio fijado por el gobierno es de 200.

No acabo de responder a la pregunta: ¿por qué se padece el desabasto de efectos tan simples como papel higiénico o aceite de comer? Digo esto porque ambos, junto con otros bienes por el estilo, son elaborados en plantas productivas de relativa sencillez, muy lejos de la complejidad requerida para elaborar otros productos. La respuesta va por el camino de la falta de diversificación sufrida por la economía venezolana. Durante muchas décadas, ha dependido de la llamada renta petrolera, en realidad el consumo de un recurso limitado, que se agota o se deteriora en términos monetarios.

Los venezolanos sufrieron primero un capitalismo rentista, en el cual los de abajo recibían migajas y a veces nada del banquete eterno en el cual vivían las élites oligárquicas, merced a la venta del petróleo. Ahora, igual viven esta especie de socialismo rentista, que ha llevado tajadas sustanciales de la famosa renta petrolera hacia los pobres, sobre todo a quienes no se encuentran incorporados al trabajo formal, pero que tampoco fincó una estructura sólida para el desarrollo económico. El resultado en ambos casos ha sido un desastre.

Otro desabasto, este gravoso para las clases medias y altas, es el de automóviles y repuestos para los mismos. Caracas, una ciudad moderna –donde he visto la mayor cantidad de rascacielos–, tiene numerosas agencias de autos. Pero están vacías. Para conseguir un vehículo, a precios de oro, es necesario soportar una larga espera. Sin embargo, en las afueras de los ministerios del gobierno, alineados a lo largo de las banquetas, se pueden ver decenas de automóviles, modestos pero nuevos, todos iguales, de una marca china que no recuerdo.

El espectáculo, seguro provoca constantes mentadas de madre a sus dueños, los funcionarios públicos.

 

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