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2046 29 Febrero 2016

 



Una aldea sin Estado
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Hace algunas semanas pasé unos días con los guaraníes de la Selva Misionera. ¿Qué tiene de interesante vivir esta experiencia con pueblos indígenas sudamericanos además del conocimiento empírico en materia etnográfica?

Que los indígenas de esta etnia tienen una forma muy especial de organizarse sin presencia del gobierno. Es decir, están más cerca al estado de naturaleza que de aquellos que nos regimos bajo alguna forma de Estado.

Suele decirse que el estado de naturaleza funciona en unidades demográficas que no tienden a crecer en población, porque cuando lo hacen, crean por fuerza un tipo de gobierno bajo la dualidad mando-obediencia, como ha sucedido con todos los pueblos indígenas de México. Los guaraníes, en cambio, se rehúsan a someterse al Estado. No le guardan confianza: incluso lo comparan con el infierno.

¿Cómo se comportan entonces los dirigentes guaraníes, a quienes sus vecinos denominan caciques? Muy simple: el cacique exhorta a los demás, pero no los manda. No tiene méritos superiores al resto ni estatus superior. Estos dirigentes (palabra que no define exactamente lo que son) se las arreglan para que su gente confíe en sus consejos y en su toma de decisiones. Pero están expuestos al plebiscito cotidiano.

De entrada, los caciques no pueden estar seguros de que sus exhortos serán atendidos por todos. No cuentan con ningún aparato burocrático, carecen de instituciones estatales con las cuales apoyarse para reforzar su influencia y si su prestigio mengua, son destituidos de inmediato y sustituidos por cualquier otro. Incluso su reputación puede ser menor a la del curandero de la aldea.

El cacique auxilia para que la aldea de los guaraníes produzca medios de subsistencia. Pero la comunidad evita los excedentes. La jornada laboral es de dos horas diarias, no más, porque no es bien visto el trabajo extenuante y lo principal son las fiestas, la caza, la pesca, las narración de historias y los rituales donde participa la comunidad entera bajo el principio de pasarla bien.

Por supuesto, como era de esperarse, el mundo occidental busca entrometerse en los asuntos milenarios de los guaraníes. Casi todas sus aldeas ya fueron obligadas a ajustarse al principio mando-obediencia y son a las que les ha ido peor: desnutrición, epidemias y dependencia de las autoridad pública nacional de Argentina o Brasil.

Pero las aldeas que siguen en estado de naturaleza (cada vez menos), nos enseñan que no es el Estado, ni la política, ni el gobierno, ni una casta de dirigentes privilegiados, los que sientan las bases para una buena organización comunitaria.

En ellos, la vida está en otra parte, y no bajo la bota gubernamental que les exige coercitivamente tributo en forma de impuestos, y asume el papel paternalista como la única forma de sobrevivir, de manera civilizada.

¿Son ellos o nosotros lo que están equivocados?

 

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