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2046 29 Febrero 2016

 

 

La visita papal y el mundo del trabajo
Víctor Orozco


  
Chihuahua.- Una de las reuniones durante la visita del Papa Francisco a México este mes, fue la realizada el día 17 en el gimnasio del Colegio de Bachilleres de Ciudad Juárez.

Se le nombró “Encuentro con el Mundo del Trabajo”, donde estuvieron representados obreros y patrones.

El primer hecho que llama la atención es que la vocera de los primeros fue una empleada sin representación formal, tal vez quien obtuvo mayor puntuación en las pruebas de casting, pero en todo caso designada por algún funcionario de la iglesia.  En cambio, por los segundos habló el Presidente del Consejo Coordinador Empresarial, la organización cupular de los capitalistas mexicanos. De esta circunstancia salta a la vista la diametral diferencia con la que el Jefe de la Iglesia Católica, entabla relaciones con cada uno de los dos polos de lo que él llama el “mundo del trabajo”. A los obreros se les reserva un trato de menores de edad, de frágiles miembros del rebaño por los que debe abogarse ablandando el corazón de los grandes dueños para que los consideren dignos de recibir mejores salarios.

Un poco, me recuerda este tratamiento al que recibían los indígenas en la Nueva España por los misioneros de las diversas órdenes, en particular la de los jesuitas. Como los hijos mas pequeños, vivían bajo su protección, en derredor de los templos y conventos, sumisos y obedientes, escuchando cada día la palabra de dios, antes de partir al trabajo y cuando regresaban del mismo.

En el México de hoy, de manera similar, los trabajadores carecen de agrupaciones para hacer valer sus intereses. No pueden contar  con dirigentes genuinos, capacitados y autorizados para dialogar con quien fuera: gobernantes, empresarios, intelectuales o líderes políticos y religiosos. Si viene el Papa o si viene el Presidente, o el candidato o el diputado, han de conformarse con escuchar la voz de alguien, -bien o mal intencionado- designado por el propio interlocutor, quien es en realidad, un ventrílocuo. Se oye a sí mismo.

Es evidente que los trabajadores mexicanos necesitan mucho, mucho más, que la denuncia presentada por la joven madre que habló en su nombre, sobre las deprimentes condiciones de vida y de trabajo. Necesitan agruparse y pelear. Así obtuvieron las conquistas básicas e históricas, parte de las cuales se han perdido, como la jornada máxima o el derecho de sindicación y de huelga. Hoy, se laboran 9 y 10 horas diarias y nadie puede organizarse y menos emplear el instrumento legal de la huelga. Allí están las obreras y los obreros que en los últimos meses han sido despedidos y satanizados por ejercer sus derechos. Mejor hubiera sido escucharlos a ellos en ese encuentro. Esto lo hubiera dotado de cierta autenticidad.

Veamos ahora a la representación del capital. Los estrategas de la visita papal, dijeron a los patrones: necesitamos su presencia. Y, desde luego, no programaron ningún casting, ni le pidieron a algún sacerdote que buscara entre sus feligreses un miembro inteligente y bien dispuesto para leer el discurso. Los empresarios tienen su gran organización nacional y enviaron a su primer dirigente. Pronunció frente al Papa, las palabras consabidas: la responsabilidad social, la necesidad de crear empleos, de aumentar la capacidad productiva y desde luego, hizo referencia a la dignidad del trabajo, del aumento de salarios. A sabiendas de que la denominada “doctrina social de la iglesia” nunca ha ido mas allá de esta siembra de esperanzas. De manera tal que estaba en consonancia con el previsible discurso de Francisco.

En Ciudad Juárez, debe agregarse, muy pocas de las acciones aludidas y ofrecidas por el vocero patronal han tenido lugar. Para comenzar el grueso de la clase empresarial se integra por rentistas, prestadores de servicios y comerciantes. Son muy escasos los integrantes, si acaso queda alguno, que se atreven a invertir en el ámbito de la producción. Hace tiempo que se conformaron con medrar a costa del trabajo que realizan los miles de trabajadores en la industria de la maquiladora, sin arriesgar nada de los cuantiosos capitales acumulados. Así qué, ¿Quién puede creer en su compromiso con la construcción de una nación sólida y firme, con el trabajo bien remunerado, contraído frente al Papa Bergoglio?. Si alguno de los ejecutivos de las trasnacionales o en el remoto caso, algún poderoso accionista, escuchó las palabras de conmiseración del Papa, debe apenas haber mostrado un gesto de displicencia.

Unas palabras finales sobre el “mundo del trabajo”. El cristianismo y la iglesia católica en particular, desde al menos hace doscientos años han tenido un problema para vérselas con el concepto y con la actividad humana denominada “trabajo”. Durante un siglo tras otro, éste fue visto como una condena, impuesta al hombre, específicamente al varón, por el mismo Dios, que lo sentenció a ganar el pan “con el sudor de su frente”. (Mientras que la mujer, desde la maldición de Jehová, tendría que parir a sus hijos con dolor y la serpiente moverse a rastras.) La fábula bíblica, con toda su carga irracional, fue recogida sin remedio, en cada uno de los documentos, por medio de los cuales el Vaticano trató de ponerse al corriente con la llamada cuestión social, desde que las luchas obreras denunciaron la explotación y  arrancaron poco a poco  algunas conquistas esenciales a los dueños. En el siglo XIX, la famosa encíclica Rerum Novarum de León XIII y en el XX  la Laborem Excercens de Juan Pablo II, son ejemplos de estos esfuerzos para evitar que corrientes socialistas y anarquistas monopolizaran los movimientos de protesta social.

Sin embargo, hay un extravío y a la vez un engaño en colocar en el mundo del trabajo a todos por igual. A Donald Trump o a Carlos Slim al lado del último de sus afanadores o limpiavidrios. Si esto funciona así, ¿Entonces quién queda fuera del mundo del trabajo?. ¿No hay entonces otros mundos en el espacio social?. Cualquiera puede imaginarse que si se habla de uno, es porque existe al menos otro. Y el que salta de inmediato es el mundo del capital. A ese pertenecen Trump y Slim. Meterlos junto con los obreros y empleados de sus empresas es simplemente un engaño. Cuando los fascistas y los nazis formaron aquellos organismos verticales llamados “Frentes del Trabajo” en los cuales se reunían formalmente banqueros, industriales y obreros, aplastaron cualquier iniciativa de éstos, les arrebataron hasta el último de sus derechos y los convirtieron en autómatas al servicio del culto patriótico, en realidad del déspota, garante del sistema de explotación. Algo similar, sucedió en la Unión Soviética, donde los ganones de tal estrategia fueron los altos burócratas.

Con el mundo del trabajo, frase usada originalmente en el léxico de las izquierdas sociales, se alude a quienes viven de sus salario, para diferenciarlos de aquellos que viven de rentas o ganancias. Sólo así adquiere sentido, a pesar de su ambigüedad. Porque implica o quiere implicar también una cultura de la solidaridad, de la comunidad, de la fraternidad entre sus habitantes, es decir, los trabajadores.

 

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