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2048 2 Marzo 2016

 



Minificcionistas michoacanos
Eligio Coronado

 

Monterrey.- El minicuento busca lo insólito, lo inaudito y lo inusitado. Su extensión es tan breve que si no se resuelve rápido requerirá más palabras y le faltará espacio. Entonces vulnerará su naturaleza y dejará de ser minicuento.

Es preferible dejar al lector pidiendo más que lamentando el exceso de vocablos. El minicuento elude las explicaciones, reflexiones, circunloquios y descripciones. Eso se puede hacer en ensayos, cuentos largos, artículos y novelas.

Los Minificcionistas michoacanos* lo saben (y su compilador, Edgar Omar Avilés, también). Son directos, van al punto. No gastan más pólvora de la necesaria. Sus batallas con la creatividad son rápidas: dos o tres disparos y el texto queda punteado sobre la página, listo para ser publicado.

¿Y la trascendencia? ¿Trasciende un minicuento igual que una novela? Eso depende de dos factores: calidad y memoria. Si un texto es bueno, pero nadie lo lee, entonces no habrá memoria que lo retenga, es decir, conserve. Y si el texto es malo, ¿quién querría recordarlo?

En este número especial de la Mancuspia hallamos cierta predisposición al terror, esa desfragmentación de la realidad que siempre nos ha seducido y que es tan común en nuestros días: “Como no vino con torta bajo el brazo y en verdad moríamos de hambre, tuvimos que comérnoslo” (Magdiel Torres, p. 1), “Más que la mujer penando por sus hijos, lo aterrador era ese barullo de voces infantiles brotando de las tumbas” (Sergio J. Monreal, p. 4), “Soñó con 1000 zombis. Al despertar, él era el 1001 en la pesadilla de otro” (Edgar Omar Avilés, p. 3).

Todo es válido a la hora de escribir. No existen barreras, consideraciones, ideologías o timideces de ninguna especie: el texto debe ser escrito porque ese es el destino del escritor. Si uno no lo escribe, otro lo hará. En consecuencia nos perderemos el crédito de textos como éstos: “Las cámaras de gas nazi eran, en realidad, máquinas que transportaban a los judíos a un mundo donde nunca existió Hitler” (Naybee Yurico Gutiérrez Ledesma, p. 4), “Solo anhelaba ser hermosa (…). Se fue raspando la piel buscando su dichosa belleza interior” (Cristina Bustamante, p. 1), “Gizek y sus amigos se enterraron en la tierra. El que durara más tiempo ganaría la apuesta. Desde hace diez años ninguno ha perdido” (Fernando Salgado, p. 1).

¿Demasiado cruel el primero, bobo el segundo y absurdo el tercero? No hay que juzgar la intención, porque luego nadie escribiría y entonces, ¿a qué se dedicarían los escritores?

 

* Edgar Omar Avilés, comp. Minificcionistas michoacanos. Monterrey, N.L.: Papeles de la Mancuspia, 2015 (octubre), Núm. 91. 4 pp., Fot.

     

 

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